El ‘tarifazo’ de Trump contra Brasil aúpa a Lula y aísla a Bolsonaro

La amenaza de Donald Trump de imponer un castigo inédito a Brasil —un arancel del 50%— en un intento de presionar a los magistrados que juzgan a Jair Bolsonaro, su alma gemela brasileña, ha causado daños colaterales que escaparon al cálculo del magnate. Lo cierto es que, por ahora, la maniobra ha aislado al bolsonarismo en vez de fortalecerlo. Como el clan del expresidente ultra instigó el tarifazo trumpista, y además presume de ello, ha tenido un efecto bumerán. Si la amenaza se consuma el 1 de agosto, impactará de lleno en industrias y trabajadores brasileños, voten a quien voten.

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 El presidente brasileño prioriza la vía negociadora en el enfrentamiento comercial, pero anuncia que, si la Casa Blanca consuma la amenaza, responderá con aranceles recíprocos  

La amenaza de Donald Trump de imponer un castigo inédito a Brasil —un arancel del 50%— en un intento de presionar a los magistrados que juzgan a Jair Bolsonaro, su alma gemela brasileña, ha causado daños colaterales que escaparon al cálculo del magnate. Lo cierto es que, por ahora, la maniobra ha aislado al bolsonarismo en vez de fortalecerlo. Como el clan del expresidente ultra instigó el tarifazo trumpista, y además presume de ello, ha tenido un efecto bumerán. Si la amenaza se consuma el 1 de agosto, impactará de lleno en industrias y trabajadores brasileños, voten a quien voten.

Bolsonaro y los suyos han sido empujados a un rincón mientras surge un potente clamor nacional, con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva a la cabeza y el apoyo cerrado de los grandes diarios, contra el mandatario estadounidense, a quien se acusa de tener impulsos autócratas.

Lula, que lleva medio siglo en política, se ha subido a la ola. El ataque de Trump llegó justo cuando atravesaba una grave crisis de popularidad, la peor de sus tres mandatos. El mandatario espera poder surfear la guerra tarifaria con éxito. Se ha envuelto en la bandera con un discurso nacionalista, se dice abierto a la negociación con la Casa Blanca, pero sin descartar los aranceles recíprocos. Espera que ese abordaje logre neutralizar o mitigar la amenaza y le brinde una victoria en casa. Lula tiene muy presente que esa estrategia les funcionó a los progresistas en Canadá, México y Australia. Brasil celebra presidenciales en poco más de un año. Bolsonaro está inhabilitado y en el banquillo. Y Lula quiere hacer historia con un cuarto mandato.

Trump dijo este viernes que todavía no era momento de hablar con su homólogo brasileño y volvió a acusar a Brasil de tratar injustamente a Bolsonaro. Considera que el juicio por golpismo es una mera persecución política, lo compara con su propia experiencia. El presidente brasileño sabe que las tres semanas hasta el plazo para que el castigo arancelario entre en vigor pueden cundir mucho.

Lula se curtió en el sindicalismo, tiene un arraigado instinto negociador y su posición, clara: “Vamos a intentar negociar. Brasil es un país al que le gusta negociar, no le gustan las disputas. Y si las negociaciones se agotan, Brasil aplicará la reciprocidad”, ha dicho al noticiero más visto del país.

Soberanía nacional

El día del tarifazo, mientras las patronales elaboraban a toda prisa comunicados contra las medidas unilaterales de Trump e intentaban estimar el impacto económico, el presidente Lula apelaba a la soberanía nacional en un sobrio comunicado y Bolsonaro reaccionaba con un versículo bíblico… Pero su hijo Eduardo Bolsonaro corrió a dar las gracias públicamente a Trump y se colgó la medalla de haberlo persuadido.

Bolsonaro envió hace meses a Eduardo —diputado, el enlace con los Trump, Javier Milei, Vox y compañía— a Estados Unidos para que se dedicara a tiempo completo a la misión de hacer lobbyante la Administración y congresistas. El jefe de la oposición brasileña apostó fuerte por la ayuda de Washington a la vista de que su juicio avanzaba más rápido que los proyectos parlamentarios para amnistiarlo. El Supremo espera dictar sentencia en septiembre. Se juega pasar los próximos 40 años en prisión.

Horas después de que Trump anunciara vía redes sociales el golpe tarifario, cuando el país seguía noqueado, el editorial de Estadão captó de pleno el humor nacional. El diario, fundado hace 150 años, de derechas, alérgico al Lula izquierdista, defensor de los intereses del empresariado, pedía “que Brasil no se doblegue ante las burlas de Trump, Bolsonaro y sus aliados liberticidas”. El texto, titulado Cosa de mafiosos, califica al presidente Trump de “troglodita que puede causar inmensos daños a la economía brasileña” y señala que “la reacción inicial de Lula fue correcta”. La decisión de imponer los aranceles la tomó él solo, según The New York Times.

Muchos en la izquierda brasileña, incluso alguien tan destacado como la ministra Gleisi Hoffmann, que hasta hace nada presidía el Partido de los Trabajadores (PT), abrazaron el editorial. Lo enarbolaron como ejemplo de que este es un ataque contra el pueblo brasileño (y sus empresas). Hacía mucho tiempo que un asunto político no lograba salvar el abismo de la polarización.

El Congreso, donde los aliados de Bolsonaro son mayoría, se puso de perfil rápidamente, mientras el centroderecha marcaba distancia con los Bolsonaro y cundía la preocupación en sectores como la industria y o el agronegocio, que hasta ahora estaban muy identificados con el bolsonarismo. Brasil, en cualquier caso, es un país donde los vientos políticos cambian a toda velocidad.

El Gobierno de Lula ya sospechaba que más pronto que tarde Trump posaría su mirada en Brasil, la segunda economía y la segunda democracia más poblada de América. Era uno de los pocos países que se había librado de sus ataques.

La indignación del republicano con la justicia brasileña, personalizada en el juez Alexandre de Moraes, era pública. Ya había criticado el juicio contra Bolsonaro como “una caza de brujas” y descalificado como “¡censura!“, con exclamaciones, las decisiones judiciales que exigen a las grandes multinacionales tecnológicas vigilar con más empeño sus contenidos para evitar la desinformación y el discurso de odio.

Bolsonaro hijo lleva meses en EE UU haciendo campaña para que Washington sancione al juez Moraes, el que cerró X temporalmente porque hacía caso omiso a sus órdenes. Un dictador, según consideran los Bolsonaro y para Elon Musk.

Pero Trump, siempre imprevisible, dobló la apuesta. En vez de imponer sanciones a un juez brasileño, decidió imponer aranceles a Brasil. Y para que no quedaran dudas le aplicó un porcentaje superior a cualquier otro país. Y al anunciarlos dejó claro que Bolsonaro era el principal de los motivos. Para asombro de muchos, apeló a un inexistente déficit comercial, cuando EE UU tiene un abultado superávit con Brasil. Poco le importó que sea uno de los poquísimos países a los que les vende más bienes y servicios de los que les compra.

Lula, que no entiende que nadie en el Tesoro estadounidense avisara al jefe de ese error, repite una y otra vez que el superávit a favor de Washington ronda los 410.000 millones de dólares en 15 años.

Mientras Brasilia busca, vía la cancillería y el Ministerio de Industria, restaurar los canales de las negociaciones tarifarias con EE UU, el presidente Lula estrena una gorra azul que dice “Brasil es de los brasileños”. Bolsonaro intenta salir del aislamiento con una campaña en la que apunta a que la culpa por el tarifazo es toda de Lula. Y arrecian las voces desde el centroderecha que animan a los más moderados del bolsonarismo a romper con el líder.

Las próximas semanas dirán si las estrategias negociadoras de Trump y Lula, que nunca han mantenido una conversación, convergen en algún punto. Mientras, cinco togados del Tribunal Supremo escuchan las alegaciones finales de la Fiscalía, el delator y los acusados antes de dictar sentencia en el caso Bolsonaro.

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