Resurge Carlos Alcaraz y resuelve un viernes errático y tempestuoso frente a un francés, Arthur Fils, que viene con fuerza —ya es 13º del mundo con 20 años— y se las ha hecho pasar canutas. Increíble, pero lo salva el murciano, agobiado y triunfador pese a todo (4-6, 7-5 y 6-3, tras 2h 23m); presente por primera vez en las semifinales del Masters 1000 de Montecarlo, que aguardan además otra buena noticia para el tenis español porque al otro lado de la red estará Alejandro Davidovich, ese otro Davidovich que compite sobre la línea del término medio, lo correcto, sin la fluctuación de la ronda anterior contra el inglés Jack Draper y contundente ante el australiano Alexei Popyrin (6-3 y 6-2, en 69 minutos). En menos de cuatro meses, el malagueño ya suma las mismas victorias que en el ejercicio anterior (18) y celebra el cara a cara de este sábado (no antes de las 13.30, Movistar+) por una plaza en la final.
DE MIÑAUR, DOBLE 6-0 EN 44 MINUTOS
En la otra semifinal (no antes de las 16.00) se encontrarán Alex de Miñaur y Lorenzo Musetti. El australiano logró un hito histórico en el territorio de los Masters 1000, ya que desde el nacimiento de la categoría, en 1990, no se había registrado una bicicleta: doble 6-0. Obtenida, además, en tan solo 44 minutos.
La retrospectiva sí recoge marcadores así, como por ejemplo, el meneo de Roger Federer a Gastón Gaudio en la Copa de Maestros de 2005 (en 49 minutos), el de Ivan Lendl a Jimmy Connors en el Torneo de los Campeones del 84 (en 52) y, aún más abrumador, el de Steffi Graf a Natalia Zvereva en el Roland Garros de 1988, en tan solo 32.
De Miñaur se topará con el italiano Musetti, que batió al defensor del título y ganador de tres de las cuatro últimas ediciones, el griego Stefanos Tsitsipas: 1-6, 6-3 y 6-4.
El murciano escapa varias veces de la quema ante un Fils que lo tuvo en sus manos (4-6, 7-5 y 6-3) y se medirá el sábado con el andaluz, firme ante Popyrin (6-3 y 6-2)
Resurge Carlos Alcaraz y resuelve un viernes errático y tempestuoso frente a un francés, Arthur Fils, que viene con fuerza —ya es 13º del mundo con 20 años— y se las ha hecho pasar canutas. Increíble, pero lo salva el murciano, triunfador pese a todo (4-6, 7-5 y 6-3, tras 2h 23m) y presente por primera vez en las semifinales del Masters 1000 de Montecarlo, que aguarda además otra buena noticia para el tenis español: enfrente estará Alejandro Davidovich, ese otro Davidovich que compite sobre la línea del término medio, lo correcto, sin la fluctuación de la ronda anterior contra Jack Draper y contundente ante el australiano Alexei Popyrin (6-3 y 6-2, en 69 minutos). En menos de cuatro meses, el malagueño ya suma las mismas victorias que en el ejercicio anterior (18) y celebra el cara a cara de este sábado (no antes de las 13.00, Movistar+) por una plaza en la final.
Después de la intervención del andaluz, Fils ha salido como un toro desbocado en Texas, lanzando pitonazos al aire, embistiendo sin parar y brincando compulsivamente para conducir a Alcaraz hacia un lugar desconocido para él. Cuando el de enfrente también sabe romper la pelota. Sufrir lo que suele padecer el adversario, el no ser dueño de la iniciativa. Es decir, estrés y más estrés, tralla y más tralla, latigazo a latigazo; un guion mucho más propio de un pulso en pista rápida que sobre tierra batida. Ninguna especulación. Eléctrico a más no poder, el francés presiona sin parar al resto y amenaza con esos disparos tan punzantes y tan poderosos, tan imparables. Potencia por todos lados, ya sea en un formato más plano o más curvo. Por si fuera poco, tampoco termina de funcionarle el saque.
Cielo grisáceo y brisa en Montecarlo, pero de vez en cuando asoma la luz. Así que, pese al terreno cedido al principio, 0-3, consigue invertir poco a poco la tendencia conforme va equilibrando la agresividad, ambos mordiendo la pelota, poniéndolo todo en cada golpe. No le queda otra al español. Ante cualquier bajada de pistón, Fils lanza el mordisco. Le devora. Es un partido ante el que solo vale poner buena cara. De exigencia constante. “Vamos, que estás ahí. ¡Sigue! Tú no estás al cien por cien”, le arenga desde el box Samuel López. Y efectivamente, ahí está, pero tras el 4-4 llega otro retroceso y el galo traza luego dos estacazos con la derecha para sellar el set. De nada ha servido ese juego al gato y al ratón en la red para esquivar el hoyo. No hay tregua, colmillos fuera el francés. Un tormento. Y demasiados fallos.

Un feo panorama que impregna el segundo parcial, en el que el francés sigue abordándole con todo, a la carga sin cesar, martillo en mano. Pura fuerza, cuantísimo peso en el tiro. Al límite. Arrollador. Convicción a raudales. Eso no es un brazo, eso es una escopeta. “¡Noooooo!”, despide Alcaraz cuando pega demasiado largo, a ver si así se libera de una vez, a ver si el otro le da algo de aire. Pero hasta ahí, nada de nada. Visto lo visto, solo cabe la diosa fortuna y la excepcionalidad, que tal vez Fils, erre que erre, pueda acusar en algún instante el vértigo, la idea de tener tan cerca una victoria así o la visita de algún fantasmilla malévolo. Que los hay, siempre los hay. Y merodean, claro que merodean. Los más fuertes están hechos de otra pasta y a él, buenas formas y estupenda progresión, aún le queda otro buen horneado.
Todo en contra, pero…
No atina con las opciones de abrir hueco que dispone con 2-2 y luego Alcaraz se sobrepone a una situación prácticamente terminal, a un 0-40 con el 5-5; esto es, perdona, no remata y cuando eso sucede, el escenario suele dar la vuelta. Deporte y mente, ningún misterio a estas alturas. Salvado el pescuezo, el murciano se va a por todas. Seguramente, habrá una opción. Tiene el escudo abollado de tanto impacto y continúa sin jugar bien, sin llegar verdaderamente la inspiración, pero ahí que va ese globo de revés perfecto que le premia y otra reacción decisiva en el tercer set, a pesar de que también ha comenzado del revés, break en contra para él. Recibido el enésimo golpe, se endereza e impone jerarquía. Tarjeta sucia, 41 errores, pero victoria al fin y al cabo. El local, 53, estalla y revienta la raqueta.
Antes ha abierto el día Davidovich con una expresión muy diferente a la que finalizó la jornada anterior, dispuesto a rectificar y a hacer las paces consigo mismo, con los suyos, con el mundo; a ofrecer ese reverso diametralmente opuesto que tiene su juego cuando es capaz de sostener la actitud y no torcerse, de no pensar en exceso. No hay laberinto esta vez, tan solo línea recta. Así sí, aprueban desde su banquillo. Serio y centrado de inicio a fin, sin curvas anímicas que repriman el potencial de su tenis, el malagueño propone y Popyrin enseguida enseña la lengua, fundido por el desgaste efectuado el día anterior ante Casper Ruud; tres horas de panzada frente al noruego, señor especialista, y fatiga por todo el cuerpo, así que terminan saltándole las costuras.

El australiano, también 25 años y 27º del mundo, tira del servicio para mantenerse a flote, pero al octavo juego pierde precisión, lo cede por primera vez y se trastabilla y cae a plomo. Ya no se levanta. A partir de ahí, clara cuesta abajo para él y el partido en la raqueta (y, sobre todo, en la mente) de Davidovich, que continúa templado, a lo suyo, reforzándose en el acierto y perdonándose en los errores. Pulcra actuación. Esa es la vía. ¿Qué sería de ser siempre así? Sabe que el rival está prácticamente rendido y que ahora solo él puede perderlo, así que mantiene el tipo y deja que el de enfrente caiga como fruta madura. Y así es, se desespera el oceánico. Envía un bolazo al Mediterráneo cuando la brecha ya es grande en la segunda manga y se inclina.
Ese 4-0 es insalvable y puntada a puntada, el español remata una victoria que le devuelve a la penúltima ronda. Tras la emoción de la mañana anterior, de esas sacudidas en la “montaña rusa” tantas veces vivida, llegó la paz y la sonrisa, la rabia contenida. Cambio de chip, el modo zen. La mejor forma de pedir perdón, de perdonarse. Son ya tres, pues, las semifinales alcanzadas en este curso —Delray Beach y Acapulco antes— y una inyección anímica muy revitalizante, que buena falta hacía después de lo sucedido ante el inglés Draper. Cuentas en mano, ya es el octavo mejor del año y escala del puesto 42 al 30. Tras la tormenta, las buenas noticias.
“Tenía que cambiar y lo he hecho. Lo que sucedió ayer no se podía repetir. Me he dado cuenta de que no quiero seguir así a lo largo de mi carrera; tengo que dejar de quejarme y ser más profesional, no mostrar tanto mis emociones. Y hoy he sido capaz de mantener la calma”, aprecia Davidovich, finalista del torneo en 2022 e intentando ahora recuperar el punto dulce que tuvo en su día; “el año pasado fue duro para mí, pero me hizo ser mucho más maduro y mejorar como persona. Cuando sientes eso fuera de pista, es mucho más probable tener un buen rendimiento”.
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