“Arde Gaza”, celebra Israel Katz, ministro de Defensa israelí, al lanzarse la operación que su Gobierno ha diseñado para la toma de Ciudad de Gaza. “Seiscientos mil palestinos morirán calcinados”, habría que aclarar, porque según sus propias estimaciones, este es el número de personas que permanece en la ciudad tras el ultimátum de evacuación dado hace una semana.
Los gazatíes no tienen adónde ir, lo han repetido una y otra vez tras haberse desplazado sin fin por la exigua Franja durante 22 meses
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos
Los gazatíes no tienen adónde ir, lo han repetido una y otra vez tras haberse desplazado sin fin por la exigua Franja durante 22 meses


“Arde Gaza”, celebra Israel Katz, ministro de Defensa israelí, al lanzarse la operación que su Gobierno ha diseñado para la toma de Ciudad de Gaza. “Seiscientos mil palestinos morirán calcinados”, habría que aclarar, porque según sus propias estimaciones, este es el número de personas que permanece en la ciudad tras el ultimátum de evacuación dado hace una semana.
Los gazatíes no tienen adónde ir, lo han repetido una y otra vez tras haberse desplazado sin fin por la exigua Franja durante estos últimos 22 meses. No hay un hueco en lo poco que queda sin ocupar, apenas el 10% del territorio. Es más, no hay un solo hueco a salvo. Ni fuerzas para llegar a él si lo hubiera: la hambruna no solo se mide por el goteo de muertes diarias. Gaza está totalmente devastada, hasta cabría decir que Gaza ya no existe, que se ha consumido en la hoguera de Katz.
La toma de Ciudad de Gaza se produce en una fecha señalada, llena de significado para Netanyahu y los suyos, tan aficionados a hacer de la historia mitología y a convertir las leyendas en leyes. El proyecto de aniquilación del pueblo palestino no es nuevo. Se cumplen estos días 43 años de las masacres de Sabra y Chatila, los campamentos de refugiados en los suburbios de Beirut que el ejército de Israel iluminó con bengalas para que las milicias falangistas libanesas masacraran a la población civil palestina, que había quedado indefensa tras la marcha de los fedayines de la OLP. Entonces, como ahora, Estados Unidos hablaba de paz y alto el fuego.
Este lunes, el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, se reunió con Netanyahu en Jerusalén y le trasladó el beneplácito de Trump para la campaña final contra Gaza. A continuación, Rubio advirtió a Hamás de que queda poco tiempo para acordar un alto el fuego. Sin duda es una broma macabra: la última vez, la semana pasada, que los líderes de Hamás se reunieron para discutir una propuesta de tregua patrocinada por Estados Unidos, Israel bombardeó el edificio en que se hallaban, en Doha. Después, se han ido bombardeando las pocas torres de viviendas que quedaban en pie en Gaza.
La entrada este martes de las tropas israelíes en Ciudad de Gaza es además un escupitajo en la cara a los 57 jefes de Estado y altos representantes de los países de la Organización para la Cooperación Islámica, al día siguiente de que, mal que bien, se reunieran en Doha y emitieran un duro comunicado de condena a Israel. Es cierto que no contiene medidas punitivas concretas, pero supone un punto de inflexión, al menos retórico, firmado como está por aliados incondicionales de Estados Unidos (los propios Qatar o Arabia Saudí) y por buenos socios de Israel (Emiratos Árabes Unidos, Marruecos o Egipto).
Todo ello coincide con un esperado informe de las Naciones Unidas. Este otro organismo internacional ha establecido (ha tardado) con criterios jurídicos lo que viene siendo un clamor ético, civil y popular: que el Estado de Israel está cometiendo un genocidio en Gaza. Bien, ya lo ha dicho. ¿Y ahora qué? ¿La Riviera de Trump?
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