La crítica de Emiliano García Page a la autocomplacencia sanchista en el Comité Federal fue recibida con una sentencia más propia del estalinismo años treinta que de la socialdemocracia en una sociedad abierta: «Quien ataca al secretario general ataca a todo el partido». No la pronunciaron los «óscares», ni la histriónica Montero, ni la triste Alegría que ensalzaba al presunto acosador Salazar sin haber leído el dossier de prensa. Fue Salvador Illa, que pasa por sosegado y dialogante… menos cuando le tocan al líder que el PSC rescató el 23-J. Desconocemos si la forzada coalición «progresista» alcanzará los comicios del 2027; bastante hará el resistente con presidir en diciembre el centenario de la muerte de Pablo Iglesias, fundador del PSOE. Cabe suponer que en tal efeméride Sánchez apelará al viejo eslogan de los »ciento y pico años de honradez» y eliminará episodios incómodos para la hagiografía. Como aquella advertencia del Fundador, parlamentario en 1910, a Antonio Maura: «Antes de que Su Señoría suba al poder, debemos llegar al atentado personal». Pese a la reconvención del presidente del Congreso para que retirase sus palabras, el Fundador arguyó que no eran una apología del atentado: «El Partido Socialista y yo creíamos que si el señor Maura persistiera, si otra vez viniese a causar al país estos daños, hasta aquí se debía llegar». El PSOE tiene sus cosas feas, aunque pretenda hacer creer a sus adversarios que posee el monopolio de la bondad. ¿Qué puede decir Sánchez en el centenario del Fundador? ¿Qué el 9 de diciembre de 1925 el «abuelo queridísimo» tuvo un funeral multitudinario? ¿Un funeral que autorizó Primo de Rivera porque el PSOE y la UGT colaboraron con la Dictadura? El busto de Julian Besteiro , que esculpió en 1932 Gabriel Borrás, ve desfilar en el pasillo del Orden del Día del Congreso a los herederos de un PSOE que se jacta de superioridad moral. Son los que imponen esa Memoria Histórica que solo reconoce las corrupciones de Filesa o Urralburu, la canción de Roldán y el GAL si esa presunta «autocrítica» sirve para descabalgar a los críticos del sanchismo como Felipe González. Tendenciosa memoria que «olvida» la revolución socialista del 34 en Asturias sintonizada con el golpe del 6 de octubre en Cataluña. El objetivo era impedir, con la excusa del fascismo rampante, un gobierno republicano de derechas. El PSOE que abrió las puertas al bolchevismo: «Durante los nueve días en que Oviedo estuvo en manos de los sediciosos, tuvo tres comités revolucionarios sucesivos: el primero era exclusivamente socialista; el segundo estaba formado por comunistas y socialistas, y el tercero, por comunistas puros», escribía Josep Pla en La Veu de Catalunya.La República que esa «memoria» venera solo fue para el PSOE una estación hacia la dictadura del proletariado. Si en los comicios de 1936 ganaran las derechas «tendremos que ir a la guerra civil declarada», advertía Largo Caballero (otro demócrata). El «Lenin español» era el radical e Indalecio Prieto el moderado, se decía. A la Motorizada de Prieto pertenecía el guardaespaldas que asesinó a Calvo Sotelo aquel terrible 13 de julio. De Prieto a Negrín y al yate Vita que zarpó a México para convertir en lingotes de oro el patrimonio nacional. Aquellos tesoros expoliados financiarían el JARE de Prieto y el SERE de Negrín, vidriosas organizaciones del exilio.Queda el Besteiro que se opuso al vasallaje soviético impuesto por Negrín. El hombre bueno, acusado de traidor por sus compañeros, al que Franco fue incapaz de perdonar. Desde su busto, don Julián constata en cada sesión parlamentaria la conversión del PSOE en la Secta de Sánchez. También esto pasará. La crítica de Emiliano García Page a la autocomplacencia sanchista en el Comité Federal fue recibida con una sentencia más propia del estalinismo años treinta que de la socialdemocracia en una sociedad abierta: «Quien ataca al secretario general ataca a todo el partido». No la pronunciaron los «óscares», ni la histriónica Montero, ni la triste Alegría que ensalzaba al presunto acosador Salazar sin haber leído el dossier de prensa. Fue Salvador Illa, que pasa por sosegado y dialogante… menos cuando le tocan al líder que el PSC rescató el 23-J. Desconocemos si la forzada coalición «progresista» alcanzará los comicios del 2027; bastante hará el resistente con presidir en diciembre el centenario de la muerte de Pablo Iglesias, fundador del PSOE. Cabe suponer que en tal efeméride Sánchez apelará al viejo eslogan de los »ciento y pico años de honradez» y eliminará episodios incómodos para la hagiografía. Como aquella advertencia del Fundador, parlamentario en 1910, a Antonio Maura: «Antes de que Su Señoría suba al poder, debemos llegar al atentado personal». Pese a la reconvención del presidente del Congreso para que retirase sus palabras, el Fundador arguyó que no eran una apología del atentado: «El Partido Socialista y yo creíamos que si el señor Maura persistiera, si otra vez viniese a causar al país estos daños, hasta aquí se debía llegar». El PSOE tiene sus cosas feas, aunque pretenda hacer creer a sus adversarios que posee el monopolio de la bondad. ¿Qué puede decir Sánchez en el centenario del Fundador? ¿Qué el 9 de diciembre de 1925 el «abuelo queridísimo» tuvo un funeral multitudinario? ¿Un funeral que autorizó Primo de Rivera porque el PSOE y la UGT colaboraron con la Dictadura? El busto de Julian Besteiro , que esculpió en 1932 Gabriel Borrás, ve desfilar en el pasillo del Orden del Día del Congreso a los herederos de un PSOE que se jacta de superioridad moral. Son los que imponen esa Memoria Histórica que solo reconoce las corrupciones de Filesa o Urralburu, la canción de Roldán y el GAL si esa presunta «autocrítica» sirve para descabalgar a los críticos del sanchismo como Felipe González. Tendenciosa memoria que «olvida» la revolución socialista del 34 en Asturias sintonizada con el golpe del 6 de octubre en Cataluña. El objetivo era impedir, con la excusa del fascismo rampante, un gobierno republicano de derechas. El PSOE que abrió las puertas al bolchevismo: «Durante los nueve días en que Oviedo estuvo en manos de los sediciosos, tuvo tres comités revolucionarios sucesivos: el primero era exclusivamente socialista; el segundo estaba formado por comunistas y socialistas, y el tercero, por comunistas puros», escribía Josep Pla en La Veu de Catalunya.La República que esa «memoria» venera solo fue para el PSOE una estación hacia la dictadura del proletariado. Si en los comicios de 1936 ganaran las derechas «tendremos que ir a la guerra civil declarada», advertía Largo Caballero (otro demócrata). El «Lenin español» era el radical e Indalecio Prieto el moderado, se decía. A la Motorizada de Prieto pertenecía el guardaespaldas que asesinó a Calvo Sotelo aquel terrible 13 de julio. De Prieto a Negrín y al yate Vita que zarpó a México para convertir en lingotes de oro el patrimonio nacional. Aquellos tesoros expoliados financiarían el JARE de Prieto y el SERE de Negrín, vidriosas organizaciones del exilio.Queda el Besteiro que se opuso al vasallaje soviético impuesto por Negrín. El hombre bueno, acusado de traidor por sus compañeros, al que Franco fue incapaz de perdonar. Desde su busto, don Julián constata en cada sesión parlamentaria la conversión del PSOE en la Secta de Sánchez. También esto pasará.
SPECTATOR IN BARCINO
El PSOE tiene sus cosas feas, aunque pretenda hacer creer a sus adversarios que posee el monopolio de la bondad
La crítica de Emiliano García Page a la autocomplacencia sanchista en el Comité Federal fue recibida con una sentencia más propia del estalinismo años treinta que de la socialdemocracia en una sociedad abierta: «Quien ataca al secretario general ataca a todo el partido». No … la pronunciaron los «óscares», ni la histriónica Montero, ni la triste Alegría que ensalzaba al presunto acosador Salazar sin haber leído el dossier de prensa. Fue Salvador Illa, que pasa por sosegado y dialogante… menos cuando le tocan al líder que el PSC rescató el 23-J.
Desconocemos si la forzada coalición «progresista» alcanzará los comicios del 2027; bastante hará el resistente con presidir en diciembre el centenario de la muerte de Pablo Iglesias, fundador del PSOE. Cabe suponer que en tal efeméride Sánchez apelará al viejo eslogan de los »ciento y pico años de honradez» y eliminará episodios incómodos para la hagiografía. Como aquella advertencia del Fundador, parlamentario en 1910, a Antonio Maura: «Antes de que Su Señoría suba al poder, debemos llegar al atentado personal». Pese a la reconvención del presidente del Congreso para que retirase sus palabras, el Fundador arguyó que no eran una apología del atentado: «El Partido Socialista y yo creíamos que si el señor Maura persistiera, si otra vez viniese a causar al país estos daños, hasta aquí se debía llegar».
El PSOE tiene sus cosas feas, aunque pretenda hacer creer a sus adversarios que posee el monopolio de la bondad. ¿Qué puede decir Sánchez en el centenario del Fundador? ¿Qué el 9 de diciembre de 1925 el «abuelo queridísimo» tuvo un funeral multitudinario? ¿Un funeral que autorizó Primo de Rivera porque el PSOE y la UGT colaboraron con la Dictadura?
El busto de Julian Besteiro, que esculpió en 1932 Gabriel Borrás, ve desfilar en el pasillo del Orden del Día del Congreso a los herederos de un PSOE que se jacta de superioridad moral. Son los que imponen esa Memoria Histórica que solo reconoce las corrupciones de Filesa o Urralburu, la canción de Roldán y el GAL si esa presunta «autocrítica» sirve para descabalgar a los críticos del sanchismo como Felipe González. Tendenciosa memoria que «olvida» la revolución socialista del 34 en Asturias sintonizada con el golpe del 6 de octubre en Cataluña. El objetivo era impedir, con la excusa del fascismo rampante, un gobierno republicano de derechas. El PSOE que abrió las puertas al bolchevismo: «Durante los nueve días en que Oviedo estuvo en manos de los sediciosos, tuvo tres comités revolucionarios sucesivos: el primero era exclusivamente socialista; el segundo estaba formado por comunistas y socialistas, y el tercero, por comunistas puros», escribía Josep Pla en La Veu de Catalunya.
La República que esa «memoria» venera solo fue para el PSOE una estación hacia la dictadura del proletariado. Si en los comicios de 1936 ganaran las derechas «tendremos que ir a la guerra civil declarada», advertía Largo Caballero (otro demócrata). El «Lenin español» era el radical e Indalecio Prieto el moderado, se decía. A la Motorizada de Prieto pertenecía el guardaespaldas que asesinó a Calvo Sotelo aquel terrible 13 de julio. De Prieto a Negrín y al yate Vita que zarpó a México para convertir en lingotes de oro el patrimonio nacional. Aquellos tesoros expoliados financiarían el JARE de Prieto y el SERE de Negrín, vidriosas organizaciones del exilio.
Queda el Besteiro que se opuso al vasallaje soviético impuesto por Negrín. El hombre bueno, acusado de traidor por sus compañeros, al que Franco fue incapaz de perdonar. Desde su busto, don Julián constata en cada sesión parlamentaria la conversión del PSOE en la Secta de Sánchez. También esto pasará.
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