Pedro Sánchez se resiste a ser un cadáver político y se abraza a la momia de Franco. Desentierra al dictador, una y otra vez, para que no sepulten a su gobierno de los veintidós. El ministro comunista remueve la momia guanche en el Museo Arqueológico, ocurrencias del «wokismo». Mientras sean las momias… En el 36, la izquierda revolucionaria expolió el museo y arrambló con sus tesoros. Lo cuentan los historiadores Francisco Gracia Alonso y Gloria Munilla en ‘El tesoro del Vita’ (2014). La requisa -el Arqueológico contaba con 160.000 monedas, 15.000 medallas y medio millar de piezas grabadas- corrió a cargo del subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces y Antonio Rodríguez-Moñiño. Negrín y Prieto nunca dieron explicaciones. Roces retornó del exilio y fue senador comunista en 1977: tampoco sabía nada. ¡Ay, la desmemoria histórica!El presidente resistente sigue desperdiciando las oportunidades para aligerar de lastre amoral su mochila política. El sanchismo opera sobre un triángulo de palacetes: Moncloa-Waterloo-Ajuria Enea. Ante el enésimo chantaje del prófugo de la justicia -la quita de 17.000 millones no basta, queremos 73.000- podría haber convocado a los medios y proclamar «hasta aquí hemos llegado, el Estado no se desguaza». Y luego convocar elecciones. Aunque es difícil maquillar su ominoso sexenio, sería un colofón lógico para el gobierno más ilógico (izquierda con derechas nacionalistas).Nada de eso ocurrirá. El resistente seguirá echando pelotas fuera presentándose como el postrero valladar progresista frente a la ola reaccionaria internacional (uf, menos mal que está él). La cháchara incluye etiquetar de «colaboracionista» a la oposición. Manosear ese concepto es asumir, como el ‘lawfare’, la jerga del secesionismo. En el País Vasco los proetarras tildan de «cipayos» a los funcionarios del Estado y a quienes se sienten españoles. En Cataluña los independentistas llaman «colonos» a los catalanes constitucionalistas.La Historia ha sido muy dura con los colaboracionistas, clamó el que resiste para que sus socios de Junts -otro cadáver- no se hundan en el hoyo al que les conduce su ridículo cabecilla. Si se cuestionan sus concesiones a los comunistas, Junts, Esquerra y Bildu en su erosión pertinaz del andamiaje constitucional se es un colaboracionista del fascismo. La diáspora de la «revolución nacional» de Pétain -unos mil cien de Vichy- acabó en el castillo de Siegmaringen… Céline observa al mariscal y su ministro Marion en ‘De un castillo al otro’ (Edhasa). Pasean por los aledaños de la fortaleza de los Hohenzollern: «No se hablaban… pero ¡es que nada!» estaban tan resentidos, que se habrían destrozado a la mesa, en las comidas, ¡con una mirada aviesa! afilaban los cuchillos entre la pera y el queso de forma tan amenazadora, ¡que todas las esposas se levantaban!» Cuando esto acabe -ya casi en el ecuador de la agonía sanchista- quedarán las fracturas del organismo estatal y las facturas para las generaciones venideras con una deuda pública desbocada por las condonaciones a unos que condenan a todos. Volvemos a Céline: «En todos los regímenes, todas las épocas, los ministros se odian… y aún más en el momento en que todo se hunde, ¡con batacazo!… ¡enfado absoluto!… ¡el desenfreno de todos los rencores!» ¿Acaso no son colaboracionistas quienes cambian paz por nacionalismos, quiebran la caja común y restauran las fronteras de la cartografía carlista? Los pocos ministros válidos del gabinete (pensamos en Marlaska, Robles, Planas y Cuerpo) ¿lamentarán haber dilapidado su prestigio profesional y social? Ya están tardando en saltar del «bateau ivre». Aunque nos tememos que sea demasiado tarde para urdir una coartada creíble. Por el momento, la consigna es seguir mimando al independentismo. Moncloa-Waterloo-Ajuria Enea: ¡Colabora, que algo queda! Pedro Sánchez se resiste a ser un cadáver político y se abraza a la momia de Franco. Desentierra al dictador, una y otra vez, para que no sepulten a su gobierno de los veintidós. El ministro comunista remueve la momia guanche en el Museo Arqueológico, ocurrencias del «wokismo». Mientras sean las momias… En el 36, la izquierda revolucionaria expolió el museo y arrambló con sus tesoros. Lo cuentan los historiadores Francisco Gracia Alonso y Gloria Munilla en ‘El tesoro del Vita’ (2014). La requisa -el Arqueológico contaba con 160.000 monedas, 15.000 medallas y medio millar de piezas grabadas- corrió a cargo del subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces y Antonio Rodríguez-Moñiño. Negrín y Prieto nunca dieron explicaciones. Roces retornó del exilio y fue senador comunista en 1977: tampoco sabía nada. ¡Ay, la desmemoria histórica!El presidente resistente sigue desperdiciando las oportunidades para aligerar de lastre amoral su mochila política. El sanchismo opera sobre un triángulo de palacetes: Moncloa-Waterloo-Ajuria Enea. Ante el enésimo chantaje del prófugo de la justicia -la quita de 17.000 millones no basta, queremos 73.000- podría haber convocado a los medios y proclamar «hasta aquí hemos llegado, el Estado no se desguaza». Y luego convocar elecciones. Aunque es difícil maquillar su ominoso sexenio, sería un colofón lógico para el gobierno más ilógico (izquierda con derechas nacionalistas).Nada de eso ocurrirá. El resistente seguirá echando pelotas fuera presentándose como el postrero valladar progresista frente a la ola reaccionaria internacional (uf, menos mal que está él). La cháchara incluye etiquetar de «colaboracionista» a la oposición. Manosear ese concepto es asumir, como el ‘lawfare’, la jerga del secesionismo. En el País Vasco los proetarras tildan de «cipayos» a los funcionarios del Estado y a quienes se sienten españoles. En Cataluña los independentistas llaman «colonos» a los catalanes constitucionalistas.La Historia ha sido muy dura con los colaboracionistas, clamó el que resiste para que sus socios de Junts -otro cadáver- no se hundan en el hoyo al que les conduce su ridículo cabecilla. Si se cuestionan sus concesiones a los comunistas, Junts, Esquerra y Bildu en su erosión pertinaz del andamiaje constitucional se es un colaboracionista del fascismo. La diáspora de la «revolución nacional» de Pétain -unos mil cien de Vichy- acabó en el castillo de Siegmaringen… Céline observa al mariscal y su ministro Marion en ‘De un castillo al otro’ (Edhasa). Pasean por los aledaños de la fortaleza de los Hohenzollern: «No se hablaban… pero ¡es que nada!» estaban tan resentidos, que se habrían destrozado a la mesa, en las comidas, ¡con una mirada aviesa! afilaban los cuchillos entre la pera y el queso de forma tan amenazadora, ¡que todas las esposas se levantaban!» Cuando esto acabe -ya casi en el ecuador de la agonía sanchista- quedarán las fracturas del organismo estatal y las facturas para las generaciones venideras con una deuda pública desbocada por las condonaciones a unos que condenan a todos. Volvemos a Céline: «En todos los regímenes, todas las épocas, los ministros se odian… y aún más en el momento en que todo se hunde, ¡con batacazo!… ¡enfado absoluto!… ¡el desenfreno de todos los rencores!» ¿Acaso no son colaboracionistas quienes cambian paz por nacionalismos, quiebran la caja común y restauran las fronteras de la cartografía carlista? Los pocos ministros válidos del gabinete (pensamos en Marlaska, Robles, Planas y Cuerpo) ¿lamentarán haber dilapidado su prestigio profesional y social? Ya están tardando en saltar del «bateau ivre». Aunque nos tememos que sea demasiado tarde para urdir una coartada creíble. Por el momento, la consigna es seguir mimando al independentismo. Moncloa-Waterloo-Ajuria Enea: ¡Colabora, que algo queda!
SPECTATOR IN BARCINO
El presidente resistente sigue desperdiciando las oportunidades para aligerar de lastre amoral su mochila política
Pedro Sánchez se resiste a ser un cadáver político y se abraza a la momia de Franco. Desentierra al dictador, una y otra vez, para que no sepulten a su gobierno de los veintidós. El ministro comunista remueve la momia guanche en el Museo Arqueológico, … ocurrencias del «wokismo». Mientras sean las momias… En el 36, la izquierda revolucionaria expolió el museo y arrambló con sus tesoros. Lo cuentan los historiadores Francisco Gracia Alonso y Gloria Munilla en ‘El tesoro del Vita’ (2014). La requisa -el Arqueológico contaba con 160.000 monedas, 15.000 medallas y medio millar de piezas grabadas- corrió a cargo del subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces y Antonio Rodríguez-Moñiño. Negrín y Prieto nunca dieron explicaciones. Roces retornó del exilio y fue senador comunista en 1977: tampoco sabía nada. ¡Ay, la desmemoria histórica!
El presidente resistente sigue desperdiciando las oportunidades para aligerar de lastre amoral su mochila política. El sanchismo opera sobre un triángulo de palacetes: Moncloa-Waterloo-Ajuria Enea. Ante el enésimo chantaje del prófugo de la justicia -la quita de 17.000 millones no basta, queremos 73.000- podría haber convocado a los medios y proclamar «hasta aquí hemos llegado, el Estado no se desguaza». Y luego convocar elecciones. Aunque es difícil maquillar su ominoso sexenio, sería un colofón lógico para el gobierno más ilógico (izquierda con derechas nacionalistas).
Nada de eso ocurrirá. El resistente seguirá echando pelotas fuera presentándose como el postrero valladar progresista frente a la ola reaccionaria internacional (uf, menos mal que está él). La cháchara incluye etiquetar de «colaboracionista» a la oposición. Manosear ese concepto es asumir, como el ‘lawfare’, la jerga del secesionismo. En el País Vasco los proetarras tildan de «cipayos» a los funcionarios del Estado y a quienes se sienten españoles. En Cataluña los independentistas llaman «colonos» a los catalanes constitucionalistas.
La Historia ha sido muy dura con los colaboracionistas, clamó el que resiste para que sus socios de Junts -otro cadáver- no se hundan en el hoyo al que les conduce su ridículo cabecilla. Si se cuestionan sus concesiones a los comunistas, Junts, Esquerra y Bildu en su erosión pertinaz del andamiaje constitucional se es un colaboracionista del fascismo. La diáspora de la «revolución nacional» de Pétain -unos mil cien de Vichy- acabó en el castillo de Siegmaringen… Céline observa al mariscal y su ministro Marion en ‘De un castillo al otro’ (Edhasa). Pasean por los aledaños de la fortaleza de los Hohenzollern: «No se hablaban… pero ¡es que nada!» estaban tan resentidos, que se habrían destrozado a la mesa, en las comidas, ¡con una mirada aviesa! afilaban los cuchillos entre la pera y el queso de forma tan amenazadora, ¡que todas las esposas se levantaban!»
Cuando esto acabe -ya casi en el ecuador de la agonía sanchista- quedarán las fracturas del organismo estatal y las facturas para las generaciones venideras con una deuda pública desbocada por las condonaciones a unos que condenan a todos. Volvemos a Céline: «En todos los regímenes, todas las épocas, los ministros se odian… y aún más en el momento en que todo se hunde, ¡con batacazo!… ¡enfado absoluto!… ¡el desenfreno de todos los rencores!»
¿Acaso no son colaboracionistas quienes cambian paz por nacionalismos, quiebran la caja común y restauran las fronteras de la cartografía carlista? Los pocos ministros válidos del gabinete (pensamos en Marlaska, Robles, Planas y Cuerpo) ¿lamentarán haber dilapidado su prestigio profesional y social? Ya están tardando en saltar del «bateau ivre». Aunque nos tememos que sea demasiado tarde para urdir una coartada creíble. Por el momento, la consigna es seguir mimando al independentismo. Moncloa-Waterloo-Ajuria Enea: ¡Colabora, que algo queda!
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