El bitcoin ya no es lo que era, y la criptodivisa por excelencia afronta su segunda gran transformación. La promesa inicial de ser un medio de pago universal se convirtió en un Salvaje Oeste especulativo dominado por una cerrada comunidad de inversores impulsivos; ahora ha mutado en un activo financiero capaz de hacerse un hueco en las carteras de grandes inversores institucionales, que son los que marcan ahora el ritmo del mercado. Tras unos meses volcánicos, en los que ha vivido la euforia inversora (con la vuelta de Donald Trump) y el pánico cuando estalló la guerra comercial, hoy la criptodivisa ha cambiado la montaña rusa por una suave pendiente alcista. En los últimos dos meses ha operado entre los 93.000 y 111.000 dólares, uno de los rangos más estrechos de su historia, lo que no le ha impedido marcar máximos históricos por encima de los 120.000 dólares (ha tocado un récord de 121,207 dólares en la sesión asiática de este lunes). En el pasado, oscilaciones diarias de precios del 5% o 10% que se revertían en la siguiente sesión eran más la norma que la excepción.
La criptomoneda ralentiza la búsqueda de máximos en un mercado dominado ahora por los inversores institucionales
El bitcoin ya no es lo que era, y la criptodivisa por excelencia afronta su segunda gran transformación. La promesa inicial de ser un medio de pago universal se convirtió en un Salvaje Oeste especulativo dominado por una cerrada comunidad de inversores impulsivos; ahora ha mutado en un activo financiero capaz de hacerse un hueco en las carteras de grandes inversores institucionales, que son los que marcan ahora el ritmo del mercado. Tras unos meses volcánicos, en los que ha vivido la euforia inversora (con la vuelta de Donald Trump) y el pánico cuando estalló la guerra comercial, hoy la criptodivisa ha cambiado la montaña rusa por una suave pendiente alcista. En los últimos dos meses ha operado entre los 93.000 y 111.000 dólares, uno de los rangos más estrechos de su historia, lo que no le ha impedido marcar máximos históricos por encima de los 120.000 dólares (ha tocado un récord de 121,207 dólares en la sesión asiática de este lunes). En el pasado, oscilaciones diarias de precios del 5% o 10% que se revertían en la siguiente sesión eran más la norma que la excepción.
Esta volatilidad, que tanto ha asustado a los inversores de perfil más tradicional, estaba bien vista en el mundo cripto, un ecosistema fértil para la especulación. Dominado, prácticamente desde sus inicios, no por especializados profesionales de las finanzas, sino por una legión de inversores minoristas. Las pautas de una comunidad autogestionada y con su propio léxico (holdear, tothemoon), las promesas de dinero fácil y rápido de youtubers y, en ocasiones, la ostentación de la riqueza en redes sociales ocuparon el lugar de los análisis o las recomendaciones de inversión, aunque con sus mismas herramientas (gráficos de velas, extensiones de Fibonacci) y un seguimiento aún más intensivo del mercado. Los especuladores, siempre dispuestos a coger una ola buena, no cuentan sus plazos de inversión en semanas o meses, sino por horas o minutos. Ahora que estos movimientos se moderan, esas supuestas ventajas se esfuman.
Los indicadores son claros. La volatilidad histórica del bitcoin (medida en los últimos 90 días) se sitúa en 73,6 puntos, un 35% por debajo del nivel de finales de mayo. La volatilidad implícita, que mide la expectativa del mercado sobre la fluctuación en los próximos 30 días, ha caído a su nivel más bajo en dos años, un 40% menos que a principios de abril cuando Trump desató la guerra comercial con el mundo, y a niveles de octubre de 2023, cuando el mercado pasaba su propia travesía del desierto tras varias sonadas quiebras. El mercado cripto sigue siendo más inestable que la Bolsa, pero la brecha se ha estrechado. El bitcoin ha perdido el ardor de la adolescencia y lo ha sustituido por la templanza de la joven vida adulta.
En realidad, la moneda es la misma; ha cambiado el usuario. El inversor de cortísimo plazo, principalmente minorista, ha sido gradualmente sustituido por grandes gestoras como BlackRock o Fidelity, que ofrecen al mercado fondos cotizados que replican los movimientos de la criptomoneda; por los gobiernos, como el del El Salvador o algunos estados de EE UU, que lo acumulan en sus reservas; y por las empresas, que buscan incorporarlo a su tesorería en la esperanza de que se revalorice. “Conforme van entrando nuevos participantes y la regulación va siendo más clara, su precio se estandariza, porque las nuevas entidades lo mantienen a largo plazo, limitando las caídas pronunciadas que aumentaban la volatilidad”, detalla Alberto Goyanes, responsable de Renta 4 Digital Assets. En este cambio ha sido crítico el lanzamiento de los fondos cotizados del bitcoin, que han abierto la puerta de este universo a instituciones cuyos criterios de inversión vetaban la compra directa del bitcoin.
Javier Molina, analista de eToro, cree que ha pasado de ser una apuesta especulativa a un activo financiero volátil, pero sujeto al entorno macroeconómico, y no tanto a estados de ánimo de una comunidad de creyentes muy concreta. Responde a variables como tipos de interés, inflación o datos de empleo. Por ello, las rentabilidades a las que ha acostumbrado el mercado ya no se volverán a repetir: “Históricamente, en cada ciclo, el bitcoin ha tendido a tener una revalorización menor, porque un salto de un precio de 1 a 10 es significativo, pero de 100.000 multiplicar por 10 implicaría superar la capitalización global del oro, algo poco probable”, apunta Goyanes. En 2017, cuando el bitcoin empezó a imponerse en el escenario financiero, se revalorizó un 1.375%; el año pasado, un 120%. En lo que va de 2025 repunta un 25%.
Jaime Muñoz, gestor de carteras de Miralta AM, incide en que las ventas de inversores históricos y mineros que necesitan liquidez periódicamente ha sido absorbida por la demanda institucional. Es decir, inversores que no suelen vender al primer subidón para obtener beneficios, ni tampoco cuando cunde el pánico y su precio se hunde: la apuesta por el bitcoin ahora es a largo plazo, lo que hace que su precio se mantenga más estable. En el último año, los grandes tenedores —conocidos en la jerga como ballenas— han vendido más de 500.000 bitcoins, equivalentes a unos 50.000 millones de euros, según 10x Research. Esta salida ha sido absorbida, en buena parte, por los nuevos actores institucionales.
Los ETF y las compañías que acumulan bitcoins controlan ahora alrededor de una cuarta parte de todas las unidades en circulación. Y empresas como Strategy han construido una compleja ingeniería financiera basada en el movimiento de precios de la criptomoneda, hasta convertirse en la que más posee. Pero la baja volatilidad podría minar las expectativas: “Puede llegar un momento en el cual este sistema ya no funcione y su acción deje de ser tan atractiva”, avisa Molina.
No obstante, el potencial de revalorización del bitcoin a largo plazo no está en duda para los participantes en el mercado. Lo que cambia es que prever su precio en el futuro será más sencillo, según los expertos, y que las correcciones en el corto plazo serán menos acentuadas. Por ello, Goyanes considera que en modelos como el de Strategy, la volatilidad es positiva al principio, para captar capital a condiciones atractivas. Pero la estabilidad le beneficiará a largo plazo, al ofrecer mayor previsibilidad y reducir riesgos para los inversores que apuestan por ella.
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