El dolor en Macarena Ramírez

La bailaora chiclanera presentó en Sevilla el montaje con el que triunfó en la Bienal de Cádiz Leer La bailaora chiclanera presentó en Sevilla el montaje con el que triunfó en la Bienal de Cádiz Leer  

Espectáculo: ‘Espina’, de Macarena Ramírez / Baile: Macarena Ramírez / Cante: Jesús Flores y Ana Gómez / Guitarra: Javier Ibáñez / Violín: Samuel Cortés / Percusión: Manuel Muñoz el Pájaro / Bailaor invitado: Alejandro Rodríguez / Dirección musical: Javier Ibáñez / Lugar y fecha: Teatro de los Remedios, de Sevilla. 24 de octubre de 2025

CALIFICACIÓN: **

Tras el éxito alcanzado con el estreno de ‘Espina’ en el seno de la IV Bienal de Cádiz, Jerez y Los Puertos, concretamente el pasado día 10 en el Teatro Principal, de Puerto Real, la chiclanera Macarena Ramírez ha presentado sus credenciales escénicas en Sevilla, con lo que se confirma como una bailaora capaz de ensamblar los movimientos emocionales derramados con elegancia y flamenquería.

La trayectoria de Ramírez es consistente pese a su juventud. Ha figurado en las compañías de mayor proyección internacional de este tiempo, como las de María Pagés o Sara Baras, entre otras, y ‘Espina’ es su proyecto más ávido de conquista, tanto por cómo pone el foco en lo esencial del baile desde el relato, cuanto por la complejidad técnica que emplea.

No existe el éxito sin dolor. Y de ahí parte la chiclanera, del sufrimiento como fuente potente de inspiración artística hasta transformar el dolor en algo constructivo a través de un montaje que, articulado sobre tres movimientos, ofrece un sugestivo sentido de conexión, aunque no bien entendido en el primer tramo por el diseño de luces.

El principio del dolor lo encarna el ‘Nacimiento de la herida’ y la lesión que produce, descrita con Alejandro Rodríguez por seguiriyas con bruscos cortes para el aplauso fácil, al igual que Macarena Ramírez, que evidencia que no está sola en el sufrimiento cuando desemboca en la soleá, escena que recuerda al crítico a Frida Kahlo, la pintora mejicana que logró transformar su desconsuelo en una rica paleta de colores y simbolismo que ha inspirado a generaciones.

Es como Ramírez convierte el dolor en un catalizador para la creación, permitiendo desde la soleá con castañuelas explorar y expresar su dolor, que, a la postre, está llamado a convertirse en belleza, y, por tanto, en sanación.

En aras de transformar el dolor en belleza, la capacidad humana -tal que la bailaora chiclanera-, está en dar significado a las adversidades y convertirlo en algo hermoso. Y para ello el mecanismo de defensa surge en el segundo bloque, ‘Dolor que arde’, en el que el zapateado instrumental anuncia la presencia de los tangos, que permiten observar a una Macarena Ramírez más vigorosa a fin de que la sangre artística le fluya con vehemencia.

La espina ya no hiere, dice una voz en «off». Se produce entonces el tercer movimiento, lo mejor de lo mejor, donde la luz ilumina las potencialidades de la bailaora. Ramírez se torna -desde la insinuación de la guajira con bata de cola y abanico como enlace a las alegrías con mantón-, en un gesto de autoridad que, además de generar gran expectación en el público, mantiene una buena química con el atrás, marcando con fuerza el tono de un relato sembrado de seriedad, claridad de criterios -ahora sí- y profundidad de estilo,

aportando incluso con los pies matices exquisitos dentro de un abanico dinámico no exento de contrastes con las llamadas y los quiebros.

La propuesta maximizaba las atmósferas emocionales de los protagonistas, que se logran, además, con las video proyecciones. Mas quien da la acción dramática a los pasajes corales es Macarena Ramírez, que responde ante esa ‘Fuerza y florecer’ con la liberación espiritual y entusiasta de las emociones negativas y los pensamientos disfuncionales que causaban el sufrimiento, mutación que transmite desde la guajira, donde la bailaora empieza a encontrar el placer simbólico en las líneas trazadas, en clara alusión a la superación de obstáculos y los desafíos que se presentan en el camino hacia la libertad.

Pero no hay ruta más idónea para dejar atrás los tallos espinosos que encontrar el objetivo final en la flor de las alegrías, la esencia y la belleza del baile de mujer, donde Macarena Ramírez se luce sobradamente, con dominio estructural y una claridad técnica que parece afrontar de manera natural, con gestos vigorosos pero de rasgos generales sinceros, claros, delimitando y conduciendo, con mano maestra, los recursos orondos de la bata cola, los refulgentes del braceo y los cristalinos de la escobilla.

Macarena Ramírez desaparece del escenario y florece con un traje en forma de rosa centrada en un círculo con el atrás, donde reparte pétalos como pañuelos y se ajustan a la bulería de manera esplendorosa, mientras que el público aplaude, consciente de haber asistido a una clara conexión entre el sufrimiento personal y la creación artística. El crítico se suma al entusiasmo vinculando la propuesta de la chiclanera al dolor de la espina en mujeres como, entre otras, Frida Kahlo, la pintora que reveló la forma de cómo convertir sus heridas físicas en arte significativo. Y es que el dolor es un a fuente poderosa de inspiración creativa.

 Andalucía // elmundo

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