El G-20 se reafirma en la lucha climática e insta a que se alcance un acuerdo de financiación en la cumbre de Bakú

La reunión del G-20, que se está celebrando en Río de Janeiro (Brasil), ha impactado de lleno en la cumbre del clima (la COP29) que se está llevando a acabo en el otro lado del mundo, en la capital de Azerbaiyán, Bakú. Porque se esperaba que las economías más poderosas (y contaminantes) del planeta se lanzaran señales claras sobre la lucha contra el cambio climático en un momento en el que el ascenso de los populismos de derechas, aliados clásicos del negacionismo, cotizan al alza. Y la declaración final de la cita del G-20 contiene un amplio apartado referido a esa lucha, en el que se reafirma el “firme compromiso con el multilateralismo”, y se cita específicamente el Acuerdo de París y a la madre de todos los tratados sobre el calentamiento: la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de la ONU. “Entendemos y reconocemos la urgencia y la gravedad del cambio climático” , añaden. Instan también a que se cierre un acuerdo sobre financiación climática en Bakú, el principal reto de la COP29, aunque no incluyen menciones a la necesidad de dejar atrás los combustibles fósiles.

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 Las economías más poderosas del mundo defienden la batalla contra el calentamiento global ante el avance de los dirigentes negacionistas, aunque evitan las referencias a dejar atrás los combustibles fósiles  

La reunión del G-20, que se está celebrando en Río de Janeiro (Brasil), ha impactado de lleno en la cumbre del clima (la COP29) que se está llevando a acabo en el otro lado del mundo, en la capital de Azerbaiyán, Bakú. Porque se esperaba que las economías más poderosas (y contaminantes) del planeta se lanzaran señales claras sobre la lucha contra el cambio climático en un momento en el que el ascenso de los populismos de derechas, aliados clásicos del negacionismo, cotizan al alza. Y la declaración final de la cita del G-20 contiene un amplio apartado referido a esa lucha, en el que se reafirma el “firme compromiso con el multilateralismo”, y se cita específicamente el Acuerdo de París y a la madre de todos los tratados sobre el calentamiento: la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de la ONU. “Entendemos y reconocemos la urgencia y la gravedad del cambio climático” , añaden. Instan también a que se cierre un acuerdo sobre financiación climática en Bakú, el principal reto de la COP29, aunque no incluyen menciones a la necesidad de dejar atrás los combustibles fósiles.

La defensa del Acuerdo de París y del multilateralismo en cualquier otro momento de los últimos cuatro años habría pasado desapercibida y se entendería como un mero trámite. Pero la amenaza que supone el regreso en enero a la Casa Blanca de Donald Trump para el Acuerdo de París —que ya abandonó en su primer mandato— cargan esas palabras de fuerza y simbolismo. Aunque tampoco hace falta esperar hasta enero, porque en esa misma reunión del G-20 está el presidente argentino Javier Milei, quien ordenó la semana pasada a la delegación de su país marcharse de la COP29. Además, en la misma mesa se sientan otras naciones, como Arabia Saudí y Rusia, que no se caracterizan tampoco por ser las más ambiciosas en la lucha climática.

Linda Kalcher, directora ejecutiva del grupo de analistas con sede en Bruselas Strategic Perspective, ha explicado este martes en los pasillos de la cumbre de Bakú que había “muchos intereses creados” en la reunión del G-20 para “socavar la integridad del multilateralismo o del Acuerdo de París”. “Esto no ha sucedido”, ha añadido para luego aplaudir “la determinación” del presidente brasileño Lula da Silva, cuyo país acogerá el próximo año una cumbre del clima clave, porque allí todas las naciones deberán llegar con sus nuevos planes de recorte de las emisiones.

Esa es la parte política más positiva del texto, pero analistas y ecologistas han mostrado también su preocupación por una ausencia notable en ese texto: el llamamiento explícito a dejar atrás los combustibles fósiles, lo que se interpreta como un retroceso en las negociaciones climáticas. Ese ha sido siempre el elefante en la habitación de los últimos 30 años de conversaciones en el marco de la convención de cambio climático de la ONU. Los combustibles fósiles, a pesar de ser los principales responsables del problema, porque cuando se queman expulsan los gases de efecto invernadero, nunca se mencionaban directamente en los textos de las cumbres. Hasta el año pasado en Dubái, cuando se hizo por primera vez un llamamiento explícito a dejarlos atrás para poder combatir el cambio climático.

Se consiguió introducir a pesar de las presiones de países petroleros como Arabia Saudí, que también está en el G-20. Aunque en la declaración realizada en Río de Janeiro las principales economías del planeta dicen suscribir plenamente los resultados de esa conferencia de Dubái, no se menciona la transición para dejar atrás los combustibles. Sí se hace referencia directa a la parte menos polémica de la COP de Dubái: el compromiso de “triplicar la capacidad de energía renovable a nivel mundial y duplicar la tasa anual promedio mundial de mejoras de eficiencia energética”.

La ausencia a las referencias a los combustibles ha sido lo más cuestionado por los grupos ecologistas y analistas. “A pesar de enviar señales positivas sobre la transición energética y la necesidad de aumentar las energías renovables y mejorar la eficiencia energética, es lamentable que el G-20 no haya reiterado el compromiso de alejarse de los combustibles fósiles, que todos los países acordaron en la COP28 de Dubái”, resume Ani Dasgupta, directora ejecutiva del Instituto de Recursos Mundiales (WRI). El temor es que ese paso atrás pueda darse también en Bakú. “Queríamos un lenguaje más fuerte sobre los combustibles fósiles, todavía esperamos que esto suceda aquí”, añade Kalcher.

Financiación

Pero, aunque el tema de los llamamientos a la reducción de las emisiones a través de la eliminación de los combustibles es importante, el asunto central de esta COP29 es la financiación climática, es decir, cómo ayudar económicamente a los países con menos recursos a que recorten sus emisiones y cómo asistirles también para que se protejan de los impactos de un calentamiento del que son los menos responsables.

De Bakú debería salir un nuevo objetivo de financiación que sustituya al actual. En estos momentos, los países desarrollados están obligados a movilizar (con ayudas directas o créditos) 100.000 millones de dólares anuales, y uno de los principales debates es por cuánto se multiplica esa cantidad. “Esperamos con interés el éxito de la Nueva Meta Colectiva Cuantificada (NCQG) en Bakú. Prometemos nuestro apoyo a la presidencia de la COP29 y nos comprometemos a mantener el éxito de las negociaciones en Bakú”, apunta la declaración.

Luca Bergamaschi, director del think-thank italiano ECCO, valora también esta referencia en el comunicado de Río de Janeiro. “Los países del G-20 tienen ahora el mandato de encontrar un compromiso”. Ahora lo que hace falta es que se materialice durante los próximos días de negociaciones que, en teoría, deberían rematarse este viernes.

Al hablar de financiación climática la mayoría de miradas se dirigen a la Unión Europea, el principal donante, con 28.600 millones de euros movilizados en 2023. Los dirigentes europeos siempre sacan pecho de esa contribución, que resaltan que está por encima de la de EE UU (según la actual administración este 2024 lo cerrarán con 11.000 millones de dólares de financiación climática). El problema es que ahora en Bakú lo que se discute es multiplicar el objetivo colectivo de 100.000 millones de dólares y se espera que con la llegada de Trump uno de los principales financiadores desaparezca, al menos, durante los próximos cuatro años.

Esa es una de las razones por las que la Unión Europea insta a ampliar la base de donantes mirando a grandes naciones, como China, que no están consideradas naciones desarrolladas según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se firmó en 1992, cuando el mundo era diferente.

Pero, además, cada vez son más las voces que ponen en el punto de mira al sector privado como un necesario protagonista en esta historia, por ejemplo, con impuestos. El secretario general de la ONU, António Guterres, abogó al inicio de esta cumbre de Bakú por “aprovechar las fuentes innovadoras” y puso como ejemplo “los gravámenes sobre el transporte marítimo, la aviación y la extracción de combustibles fósiles” que se podrían poner en marcha. “Los contaminadores deben pagar”, reclamó. Claro que para eso hace falta una colaboración internacional, de la que Trump renegó en su mandato anterior. En el comunicado del G-20 se apunta a la necesidad de acelerar “la reforma de la arquitectura financiera internacional para que pueda hacer frente al desafío urgente del desarrollo sostenible, el cambio climático y los esfuerzos por erradicar la pobreza”.

Pero en ese mismo comunicado también se advierte contra medidas unilaterales, aunque sean adoptadas con motivos de lucha contra el cambio climático. “En el contexto de los bosques, evitaremos las políticas económicas verdes discriminatorias, de conformidad con las normas de la OMC y los acuerdos multilaterales sobre el medio ambiente”, se señala en una clara referencia a la ley europea que persigue frenar las importaciones que no puedan certificar que no causan deforestación.

Plásticos y nuevos planes climáticos

El G-20, además, insta a que los casi 200 países que están en las negociaciones climáticas presenten sus nuevos planes de recorte de emisiones, y que estos sean abarquen todos los gases y sectores.

Una vez que acabe en Bakú la conferencia climática, comenzará en Busán, en Corea del Sur, otra importante cita medioambiental. Porque en esa ciudad se debería cerrar a principios de diciembre el primer tratado internacional contra la contaminación por plásticos. Es otro gran problema ambiental que, de nuevo, está relacionado con los combustibles, ya que la mayoría del plástico deriva del petróleo.

“Estamos decididos a poner fin a la contaminación por plásticos y nos comprometemos a trabajar juntos con la ambición de concluir para finales de 2024 las negociaciones de un instrumento internacional jurídicamente vinculante ambicioso, justo y transparente”, señala el G-20. Las discusiones en este caso son complicadas porque, de nuevo, en el centro del debate está si se debe poner un tope a la producción de plástico virgen, algo que afecta indefectiblemente a la producción de petróleo.

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