El Madrid sonámbulo despierta a bofetadas en Londres

Declan Rice, instalado en ese momento de la vida que todos soñamos de niños y apenas pueden disfrutar unos pocos elegidos en el mismo partido, en la mejor competición y ante el vigente campeón, soltó dos misiles a la escuadra tan demoledores, tan impresionantes, que batió a Courtois después de una de las actuaciones más locas, y ya es difícil, del portero belga con el Madrid. Dos faltas directas, dos golazos imposibles. Vendido una y otra vez por los agujeros defensivos del equipo blanco, un equipo que aspira a ganar títulos sin una defensa titular, sin un mediocampo titular, y con una delantera para la que defender es como ir al extranjero (y siempre salen al campo sin pasaporte), Courtois prolongó el milagro hasta donde pudo. Tampoco a Jesús se le pidió que cruzase el Atlántico andando: un paseíto por la orilla bastó para que les cayese la venda a los escépticos. A Rice no se le cayó ninguna venda: decidió que Courtois era mortal y se empeñó en demostrarlo. En el primer gol le pegó tal efecto al balón que está Javi Poves dudando a estas horas de todo: si una pelota puede pegar esa curva, qué no va a hacer la pelota Tierra.

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Los jugadores del Real Madrid tras el gol de Declan Rice este martes.
Manuel Jabois

Declan Rice, instalado en ese momento de la vida que todos soñamos de niños y apenas pueden disfrutar unos pocos elegidos en el mismo partido, en la mejor competición y ante el vigente campeón, soltó dos misiles a la escuadra tan demoledores, tan impresionantes, que batió a Courtois después de una de las actuaciones más locas, y ya es difícil, del portero belga con el Madrid. Dos faltas directas, dos golazos imposibles. Vendido una y otra vez por los agujeros defensivos del equipo blanco, un equipo que aspira a ganar títulos sin una defensa titular, sin un mediocampo titular, y con una delantera para la que defender es como ir al extranjero (y siempre salen al campo sin pasaporte), Courtois prolongó el milagro hasta donde pudo. Tampoco a Jesús se le pidió que cruzase el Atlántico andando: un paseíto por la orilla bastó para que les cayese la venda a los escépticos. A Rice no se le cayó ninguna venda: decidió que Courtois era mortal y se empeñó en demostrarlo. En el primer gol le pegó tal efecto al balón que está Javi Poves dudando a estas horas de todo: si una pelota puede pegar esa curva, qué no va a hacer la pelota Tierra.

En realidad, la primera parte ya funcionó como spoiler, ocurre que con el Madrid en Champions esa palabra es peligrosa. El Arsenal achuchó hasta soltar varios balones delante de la portería que silbaron al pasar como balas perdidas. Hay una excitación muy infantil en un balón paseándose delante de la línea de gol, como lo tuvo paseando el Arsenal en la primera parte contra el Madrid. Extremos abriendo el campo y filtrándose hasta la línea de fondo para pegar el pase de la muerte sin que hubiese muerte: como si al Madrid le pusiesen un patíbulo en el área todo el rato pero se olvidasen de subir a alguien. Ahí estuvo el balón recorriendo la línea horizontal sin la suerte de golpear a nadie, ni del Arsenal ni del Madrid (Asencio, en el último, se separó de él con habilidad; esos balones mejor ni intentar despejarlos; son como osos, hay que hacer la estatua).

Así empezó el Madrid en Londres, entre el aturdimiento defensivo y la falta de brillo arriba, fiel a un patrón de juego al que no se le puede negar coherencia: no solo falta el remate, falta también el pase y no existe la circulación, por tanto la sangre no corre y los órganos dejan de funcionar. Parece ser que se pretende revivir especies extinguidas: que dejen en paz a los lobos y que empiecen por Kroos.

Esos pases de la muerte horizontales de la primera parte los convirtió en la segunda el Arsenal, ruidoso y alborotado, sin perderle la cara ni dejarse intimidar por el Madrid, en disparos. Muchos y bien dirigidos. Tapados casi siempre por Courtois, y otros dirigidos a lugares oscuros de la portería, donde no hay luz ni esperanza.

Las dos cosas que le faltan al Madrid, un equipo sin orden que depende de fogonazos solitarios o asociaciones imprevisibles y escasas, insuficiente en Champions contra equipos tan armados. Un equipo sonámbulo que aparenta algo hasta que se descubre que va dormido. La sensación es que las piezas lustrosas del Lego del Madrid brillan como ninguna pero, a la hora de encajarlas, hay que hacer fuerza hasta romperlas o simplemente intentar que la figura a construir se parezca a la de la tapa dejándolas separadas a poca distancia. Va tirando a duras penas en Liga, pero en Europa le han firmado este martes una sentencia de muerte que solo depende de la ficción —esas películas en las que pasa algo en el último segundo—, para salvarse. Tampoco es que se le dé mal, pero claro.

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Sobre la firma

Manuel Jabois

Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es ‘Mirafiori’ (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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