Una de las series más bonicas del cartel actual se titula El sentido de las cosas (Max). Es una adaptación libérrima de Vivir con nuestros muertos, el ensayo autobiográfico de la rabina francesa Delphine Horvilleur y uno de los libros que más me han conmovido de los últimos años. La actriz Elsa Guedj y su gran melena rizada interpretan a un trasunto un poco disneyficado, pero también lleno de verdad, ternura y gracia, de Horvilleur, convertida en una joven crecida en una familia atea de Estrasburgo que explora su religiosidad de una manera personal y libre.
La serie cuenta una historia universal de padres, hijos, gente necesitada de consejos y consejeros que no saben administrarlos
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La serie cuenta una historia universal de padres, hijos, gente necesitada de consejos y consejeros que no saben administrarlos


Una de las series más bonicas del cartel actual se titula El sentido de las cosas (Max). Es una adaptación libérrima de Vivir con nuestros muertos, el ensayo autobiográfico de la rabina francesa Delphine Horvilleur y uno de los libros que más me han conmovido de los últimos años. La actriz Elsa Guedj y su gran melena rizada interpretan a un trasunto un poco disneyficado, pero también lleno de verdad, ternura y gracia, de Horvilleur, convertida en una joven crecida en una familia atea de Estrasburgo que explora su religiosidad de una manera personal y libre.
La serie funciona sola, aislada de cualquier contexto, pues cuenta una historia universal de padres, hijos, gente necesitada de consejos y consejeros que no saben administrarlos ni aplicárselos a ellos mismos. Pero en este punto de ebullición del mundo, con el Estado de Israel convertido en exterminador y Netanyahu aplastando todas las voces críticas del judaísmo que claman contra la barbarie, El sentido de las cosas se revela oportunísima.
Dos noticias han acompañado su estreno. La semana pasada, el Gobierno alemán vetó a Omri Boehm en los actos de conmemoración del campo de Buchenwald porque el Gobierno israelí lo considera un intelectual hostil. Boehm es un filósofo finísimo, instalado en Estados Unidos, autor de una propuesta para solucionar la guerra eterna en Palestina que los ultras que gobiernan Israel consideran un insulto. La otra noticia es parecida: el Gobierno hebreo, otra vez, vetó la concesión del Premio Israel en la categoría de sociología a la pensadora Eva Illouz, a la que también considera enemiga por su denuncia de las atrocidades en Gaza.
Que Israel silencie o margine a sus intelectuales más señeros, comprometidos con la causa de la paz y relevantes en la opinión pública internacional, no ha provocado que estas figuras reciban el apoyo de sus pares en Europa y Estados Unidos. Al contrario, como denunciaron hace poco en un manifiesto en Francia, se sienten acosados y despreciados, víctimas de las campañas antisemitas que reverdecen por Europa.
Léa Schmoll, la protagonista de El sentido de las cosas, representa en su bondad y en su empeño por vivir bien y ayudar a otros a vivir (y a morir), la perplejidad y la intemperie de esa conciencia judía atrapada entre la persecución de un Estado que les ha declarado la guerra y la indiferencia de unas sociedades que no los quieren como aliados. Pocas veces una serie íntima, escorada, casi apolítica, tuvo tanto que decir sobre el mundo en el que brota.
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Sobre la firma

Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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