La guerra arancelaria de la administración Trump ha dado un vuelco al comercio global, pero también al panorama fiscal estadounidense. Lo que durante décadas se mantuvo como una fuente marginal de ingresos, apenas el 0,3% del PIB, se ha convertido en un instrumento relevante para engrosar las arcas del Tesoro. Según un informe de CaixaBank Research publicado este lunes, hasta julio de 2025 se habían recaudado 114.860 millones de dólares —unos 98.000 millones de euros— en concepto de aranceles, una cifra equivalente al 0,4% del PIB y que ya supera todo lo ingresado tanto en 2023 como en 2024. Si las importaciones se mantienen estables en los próximos meses, el ejercicio podría cerrar con un 1,1% del PIB recaudado por esta vía, un máximo histórico. Pero todo apunta al pan para hoy y hambre para mañana, ya que parece difícil que esta estrategia pueda sostenerse en el tiempo. Además, está por ver qué decidirán los jueces sobre los aranceles de Trump: un tribunal de apelaciones los declaró ilegales en su mayor parte a finales de agosto, una decisión que la Casa Blanca se ha apresurado a recurrir ante el Tribunal Supremo.
Washington ingresa en unos meses con las tasas más que en todo 2024, pero los efectos se irán diluyendo a medida que disminuyan las importaciones, según Caixabank Research
La guerra arancelaria de la administración Trump ha dado un vuelco al comercio global, pero también al panorama fiscal estadounidense. Lo que durante décadas se mantuvo como una fuente marginal de ingresos, apenas el 0,3% del PIB, se ha convertido en un instrumento relevante para engrosar las arcas del Tesoro. Según un informe de CaixaBank Research publicado este lunes, hasta julio de 2025 se habían recaudado 114.860 millones de dólares —unos 98.000 millones de euros— en concepto de aranceles, una cifra equivalente al 0,4% del PIB y que ya supera todo lo ingresado tanto en 2023 como en 2024. Si las importaciones se mantienen estables en los próximos meses, el ejercicio podría cerrar con un 1,1% del PIB recaudado por esta vía, un máximo histórico. Pero todo apunta al pan para hoy y hambre para mañana, ya que parece difícil que esta estrategia pueda sostenerse en el tiempo. Además, está por ver qué decidirán los jueces sobre los aranceles de Trump: un tribunal de apelaciones los declaró ilegales en su mayor parte a finales de agosto, una decisión que la Casa Blanca se ha apresurado a recurrir ante el Tribunal Supremo.
El salto en ingresos por tasas a la importación es notable y se explica por la fuerte subida de los aranceles efectivos impulsados por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que en agosto alcanzaron un 17% de media, frente al 2% que había sido la norma durante los últimos años. La escalada arancelaria se ha producido a golpe de anuncios y negociaciones, aunque a veces ni eso. Entre febrero y junio entraron en vigor gravámenes como el arancel universal del 10%, un recargo del 50% sobre acero y aluminio, el 25% sobre automóviles y el 45% sobre productos procedentes de China. A ello se sumaron una ristra de gravámenes bilaterales: 35% a Canadá, 25% a México, 15% a la Unión Europea y a Japón, y subidas adicionales a países como Brasil (50%) o Suiza (39%). Aunque los vaivenes son comunes y todavía hay conversaciones abiertas ―con China, México o Bruselas, entre otros―, el nivel alcanzado ya sitúa a EE UU en terreno desconocido.
La Casa Blanca ha justificado esta ofensiva por tres vías: proteger a la industria nacional, reducir el déficit comercial y, por último, ya que los aranceles no dejan de ser una suerte de tasas que pagan los contribuyentes al adquirir los productos señalados, aumentar la recaudación fiscal para compensar un agujero presupuestario que sigue ensanchándose. El problema, como apunta el informe del servicio de estudios de la entidad financiera, es que estos fines no siempre son compatibles. “Es difícil frenar las importaciones para defender la producción local y, a la vez, depender de ellas como fuente de ingresos fiscales”, señala el análisis.
Cuanto más éxito tenga la política comercial en reducir la entrada de bienes, menor será la base sobre la que aplicar los aranceles. Los primeros datos ya reflejan esa tensión. Tras un repunte de las importaciones en el primer trimestre, cuando muchas empresas adelantaron compras para esquivar los nuevos impuestos, en abril se produjo una caída del 20%, y desde entonces las compras externas se han estabilizado en torno a los 270.000 millones de dólares mensuales, por debajo del promedio de 2024. En este escenario, alcanzar el 1% del PIB en ingresos arancelarios es posible, pero dependerá de que no se produzca un desplome adicional de las importaciones. El bloqueo de un tribunal de apelaciones a gran parte de los aranceles anunciados por Trump —con el argumento de que su imposición es una prerrogativa del Congreso y no del presidente— añade además un elemento de fuerte incertidumbre, considerando que la Casa Blanca cuenta con los ingresos por aranceles para cubrir el aumento del déficit que implicará en los próximos años la reforma fiscal lanzada por Trump.
Según recuerdan en CaixaBank Research, y con la perspectiva del medio y largo plazo, los estudios sobre la guerra comercial con China en 2018 ya mostraron que los aranceles se trasladan casi íntegramente a los precios de los bienes importados; y varias encuestas de la Reserva Federal confirman que muchas empresas planean traspasar esos costes a los consumidores. Por eso, la investigadora y autora del informe, Isabela Lara White, asegura que “si parte del arancel se traslada al consumidor final, entonces la evolución de las importaciones dependerá de la sensibilidad de la demanda a los precios”.
Esa sensibilidad no es menor, recuerda el documento: un aumento del 1% en el precio de un bien puede reducir su demanda entre un 1% y un 5%. Y el contexto actual no ayuda. El dólar se ha depreciado un 10% frente a sus principales pares en lo que va de año, lo que encarece aún más las importaciones y refuerza el golpe sobre la demanda. Al mismo tiempo, la economía estadounidense muestra síntomas de enfriamiento. El PIB, que creció un 2,8% en 2024, podría avanzar solo un 1,3% en 2025 y 2026, según previsiones del propio informe basadas en el consenso de los principales analistas.
La paradoja es evidente: los aranceles han dado un respiro a corto plazo, pero sus propias dinámicas limitan su utilidad para corregir los desequilibrios fiscales a largo plazo. “Alcanzar el 1% del PIB supone llegar a una cifra material, pero parece difícil hacerlo de manera sostenida en el tiempo”, advierte Lara White. Por ahora, el auge recaudatorio permite al Gobierno exhibir un éxito inmediato, en un contexto de pulso comercial global y de debate sobre la reindustrialización. Pero los riesgos están a la vista: consumidores con menos poder adquisitivo, empresas con costes crecientes, socios comerciales resentidos y un déficit que, pese a los récords de recaudación, sigue sin tener una solución a largo plazo.
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