Hace unas semanas, Aimar Bretos nos emocionó con un editorial radiofónico dedicado a Pepe Mújica tras su fallecimiento en el que rememoraba la fábula sudamericana del colibrí y el jaguar. En esa historia, la más pequeña de las aves trata de apagar un gran incendio en el bosque transportando agua en su pico de un lado a otro ante la sorpresa del jaguar que, sorprendido y con pragmática ironía, le pregunta por qué lo hace si solo con su esfuerzo no podrá pararlo, a lo que el colibrí, en este caso Mújica, replica: “yo hago mi parte”.
La UE tiene en el mantenimiento de la integridad de su compromiso climático una oportunidad para seguir diciéndole al mundo que el multilateralismo importa
Hace unas semanas, Aimar Bretos nos emocionó con un editorial radiofónico dedicado a Pepe Mújica tras su fallecimiento en el que rememoraba la fábula sudamericana del colibrí y el jaguar. En esa historia, la más pequeña de las aves trata de apagar un gran incendio en el bosque transportando agua en su pico de un lado a otro ante la sorpresa del jaguar que, sorprendido y con pragmática ironía, le pregunta por qué lo hace si solo con su esfuerzo no podrá pararlo, a lo que el colibrí, en este caso Mújica, replica: “yo hago mi parte”.
El planeta está en llamas y ahora sabemos que incluso el cambio se produce a más velocidad de la prevista. Los efectos son cada vez más catastróficos y las consecuencias las sufren más quienes menos tienen y quienes menos han hecho por provocar el incendio. El calentamiento global es injusto en términos sociales. La emergencia climática provocada por las emisiones producidas por la quema de combustibles fósiles por la actividad humana es el problema de las actuales y futuras generaciones. El desarrollo tecnológico, también humano, está poniendo en nuestras manos herramientas para hacerle frente y hoy las energías renovables no solo son viables, también son las más asequibles.
Nuestro hogar se calienta peligrosamente, lo estamos viendo estos días, y muy pocos actúan. La Unión Europea al menos está tratando de hacerlo. Ya desde lo años noventa ha ido poniendo en marcha ambiciosas políticas para la descarbonización de la economía, que han cobrado especial fuerza y ambición tras la firma del Acuerdo de París y a través del Pacto Verde Europeo, que consagra el objetivo de alcanzar la neutralidad en emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2050, con una primera parada en 2030, cuando debemos rebajarlas en al menos un 55% con respecto a 1990.
Por tanto, la UE actúa y nuestro compromiso no es irrelevante para el resto del planeta: con un 6,1% de las emisiones globales, no somos tan pequeños como un colibrí. Sin embargo, hay fuerzas muy poderosas que no se limitan a preguntarnos asombrados como el jaguar por qué actuamos. Al contrario, cuestionan y atacan desde todos los flancos la senda emprendida por Europa. Hay toda una red de intereses a nuestro alrededor, con raíces profundas aquí mismo, que sigue viendo a la UE como un mercado fundamental para mantener su negocio. Por ello, niegan y atacan a la ciencia y utilizan herramientas propagandísticas, pagando ingentes sumas de dinero, para expandir información falsa. Consideran que la reducción de la dependencia europea de los combustibles fósiles es una amenaza para ellos y que nuestro éxito sería su fracaso, sin querer admitir que nuestro futuro, el de todos, depende precisamente de ese éxito.
No socavar la credibilidad de la UE
Europa no siempre se ha comportado con el espíritu del colibrí, ha sido un dragón que ha contribuido al cambio climático. Como Estados Unidos, Rusia o, más recientemente, India. Lo mismo se podría decir de China, aunque en su descargo corresponda matizar que han entendido que su autonomía pasa por electrificar y reducir emisiones, algo que han hecho por primera vez en 2024. Desde la UE, podríamos excusarnos en que hasta hace relativamente poco no se entendía la magnitud del problema. Pero no serviría de nada. Para ser coherentes y reforzar nuestra posición la propuesta de la Comisión Europea de un objetivo del 90% de reducción de emisiones para 2040 es ambicioso aunque disponga de una flexibilidad restringida que en ningún caso puede socavar la credibilidad de Europa en este camino. Debemos asumir nuestros compromisos climáticos con el resto del planeta, porque también forma parte de los valores del proyecto europeo.
Europa ha reaccionado para detener la ambición neocolonial y genocida de Putin en Ucrania, pero, salvo honrosas excepciones como la española, está teniendo un vergonzante papel por su timorata y débil posición ante el exterminio que Israel está cometiendo en Gaza. Sin embargo, la UE tiene en el mantenimiento de la integridad de su compromiso climático una oportunidad para seguir diciéndole al mundo que el multilateralismo importa y favorece el diálogo, que siempre es mejor que las armas.
Los últimos datos disponibles afirman que la UE podría cumplir la senda de objetivos climáticos acordados para 2030. No sin esfuerzos, tampoco de forma gratuita. Avanzar con firmeza en la transición ecológica es lanzar un poderoso mensaje: a pesar de las adversidades, la UE, como el colibrí, hace lo que le toca.
Sociedad en EL PAÍS