Que el fútbol es un hecho comercial antes que cualquier otra cosa ya no hay quien lo discuta. El Mundialito consagra el nuevo orden. Los románticos les hacemos los mandados a los hombres de negocios. Pero que no se confíen, el fútbol tarde o temprano recuperará su espíritu, de lo contrario no sobrevivirá ni el negocio.
La salida del balón la hace el portero con un jugador a tres metros a su derecha y otro a tres metros a su izquierda. Si eso es todo lo que se les ocurre, dejen a los jugadores ir un poco más a su bola
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos
La salida del balón la hace el portero con un jugador a tres metros a su derecha y otro a tres metros a su izquierda. Si eso es todo lo que se les ocurre, dejen a los jugadores ir un poco más a su bola


Que el fútbol es un hecho comercial antes que cualquier otra cosa ya no hay quien lo discuta. El Mundialito consagra el nuevo orden. Los románticos les hacemos los mandados a los hombres de negocios. Pero que no se confíen, el fútbol tarde o temprano recuperará su espíritu, de lo contrario no sobrevivirá ni el negocio.
Con el juego pasa algo parecido. La metodología instala hábitos que llevan al juego a un recorrido previsible. El resultado es un fútbol chato que, en medio de una organización prusiana, solo permite espacios miserables confiados al talento. ¿Se acuerdan de la inspiración? Era el producto de tipos que sabían volver a ser niños. Animales futbolísticos con el instinto liberado.
El método se agotará por repetitivo. Cada club tiene un exagerado grupo de entrenadores que, con ánimo científico, analiza a fondo el fútbol. Se valen de GPS, drones y todos los datos que podamos imaginarnos. Parece que están reinventando el juego. Pero en realidad se copian unos a otros. La salida del balón la hace el portero con un jugador a tres metros a su derecha y otro a tres metros a su izquierda. Parece obligatorio. Si eso es todo lo que se les ocurre, dejen a los jugadores ir un poco más a su bola y seguro que inventarán cosas mucho más interesantes. Y sugerentes.
El taconazo de Vinicius frente al Salzburgo para que Valverde empujara el balón tuvo la virtud de remitirnos a aquel de Guti frente al Dépor, más poético e inconcebible. Aquel día yo estaba en el palco como ejecutivo del Madrid y sufrí el mayor sobresalto de mi vida en un estadio. Fue algo tan insólito que no sabía si gritar el gol o multar a Guti. Los que vieron aquel partido es posible que no se acuerden del resultado, pero es absolutamente imposible que no recuerden la jugada. Estas cosas, y no el fútbol precalentado que se repite a sí mismo una y otra vez, es lo que dota al fútbol de una narrativa.

Narrativa que las charlas enriquecen y la ficción recrea. Me pasó con los dos tiros envenenados de Declan Rice en el partido del Arsenal contra el Madrid. Aquellos balones que doblaban me remitieron a un relato que oí de pequeño. Trataba de un jugador con un toque de balón tan espectacular e impredecible que se ganó el apodo de Pibe Efecto. Los rivales no sabían interpretar esas curvas imposibles. Un córner parecía querer abrirse para, de pronto, arrepentirse, cambiar de trayectoria y meterse en el segundo palo. También los tiros libres desafiaban las leyes de la física: se iban altos o desviados y, en el último momento, recapacitaban y se metían en el ángulo. El Pibe Efecto, alumno de la calle, festejaba como si el prodigio fuera algo normal.
Gracias a sus goles el equipo llegó a la final del campeonato en un partido tedioso en el que ocurrieron pocas cosas. Ni un miserable córner. Pero faltando un minuto hubo un penal que, desde que el árbitro pitó, se gritó como gol. Ahí fue el Pibe Efecto caminando displicente hacia la pelota, con la desgana de quien va a hacer un trámite. Y ante la perplejidad general, la pelota llegó llorando al medio del arco. Acostumbrados a las parábolas imposibles, la hinchada esperó hasta el último momento para desilusionarse. Pero el portero se agachó y abrazó el balón como a un bebé.
El Pibe volvió al centro del campo como quitándole importancia, pero el capitán del equipo, incrédulo, le reprochó la irresponsabilidad: “¿Qué mierda hiciste, che?”. La respuesta fue tranquilizadora: “Esperá que la bote”. Al método no le cabrá nunca la hermosura de estas historias.
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Sobre la firma

Jorge Valdano es columnista de EL PAÍS y comentarista de Mediapro para Movistar. Exjugador de fútbol, campeón del mundo con Argentina en 1986, también fue entrenador. Ocupó la dirección deportiva y la dirección general del Real Madrid en dos etapas en el club blanco, donde fue además futbolista y técnico. Ha escrito varios libros.
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