Jaime Rosales: ‘Pensar lo impensable para hacer lo imposible’

El cine europeo se distingue del cine norteamericano en dos aspectos: uno estético y otro económico. En lo estético, el cine europeo, fuertemente inspirado en el modelo francés, ha sido y sigue siendo un cine más libre. En lo industrial, el cine europeo se caracteriza por una gran intervención del Estado en su financiación y su regulación. A pesar de sus diferencias tanto estéticas como económicas, ambas cinematografías están tuteladas por ideologías muy restrictivas desde sus orígenes. El Estado marca sus reglas e imprime su ideología, y el mercado hace lo propio. ¿En qué momento se encuentra el cine europeo actual? Se encuentra en crisis, como en crisis se encuentra también el cine norteamericano. Creo que toda la cultura contemporánea se encuentra en una crisis profunda —la novela, la música, el arte plástico— aunque, tal vez, esa no sea tanto una anomalía como una constante, una condición existencial , de toda disciplina artística en toda época. Pensado de esta manera, una crisis no sería algo, ni tan extraño, ni tan infrecuente, y sin embargo, como en toda crisis —política, económica, personal— queremos salir de ella lo antes posible . Debemos diagnosticar adecuadamente el tipo de crisis en la que nos encontramos. La crisis actual no es una crisis de producción. Nunca antes se dio tanta abundancia —abundancia de películas, de libros, de discos— y nunca se dio tanta uniformidad. Mucho, pero todo igual. Hay infinidad de películas y libros, pero domina la sensación de que, en lo profundo, todas las obras son iguales. Tenemos la sensación de ‘déja vu’ constante . En todas las películas sabemos qué va a pasar y qué se va a contar. ¿Por qué ocurre esto?Hay que lograr escribir libros que sean quemados, películas que sean prohibidasEn primer lugar, porque la velocidad de asimilación de las obras es tan rápida que en cuanto surge algo nuevo, aparece todo un aluvión de imitaciones que neutraliza su florecimiento. Cualquier novedad es pasada por el túrmix antes de coger vuelo. Las ideas llegan desde los lenguajes y sus formas; para pensar algo nuevo debe aparecer un lenguaje nuevo. Apenas surge un atisbo de novedad desde un margen, desde una disidencia, las instituciones culturales oficiales lo integran hacia el centro de la página neutralizando su potencial expansivo. En segundo lugar porque vivimos bajo un régimen cultural no autoritario, pero de extraordinaria efectividad. Su enorme efectividad se basa en la instauración invisible de una forma de autocensura universal. Bajo la apariencia de vivir en una democracia formal, vivimos bajo una dictadura real. Una dictadura compleja, escurridiza e implacable. Es una dictadura hija del extraño matrimonio entre un mercado capitalista libertario y un poder estatal con una fuerte maquinaria represora de tipo estalinista. Nuestras democracias occidentales funcionan formalmente de manera muy diferente a la República Democrática China, pero el resultado real es muy parecido.El sistema de control no autoritario se ha infiltrado —como un virus, sí— en nuestro organismo. Todo el mundo desea las mismas cosas, los mismos bienes, que se ofrecen en el mercado, y todos pensamos de la misma manera, compartimos las mismas ideas, controlados con cuerda corta desde los poderes propagandísticos del Estado. El matrimonio entre mercado —que controla y define los deseos— y el Estado —que inocula y tutela las ideas— es tan perfecto como demoledor . Algunos atacan el poder del mercado tratando de amplificar el poder del Estado. Otros atacan el poder del Estado tratando de amplificar el del mercado. El resultado: un equilibrio expansivo muy curioso: cada vez hay más mercado y también más Estado. Esta efectividad en el control del deseo y las ideas ha sido posible gracias a la revolución digital. La revolución digital se ha acabado pareciendo más a la Revolución Rusa que a la Revolución Francesa. Internet no ha sido la lanzadera liberalizadora que algunos —ingenuamente— pensaron, al contrario, es la herramienta de control —de represión— que ha hecho posible que vivamos todos en la misma cárcel y que todos nos vigilemos los unos a los otros.El deber de molestarEs muy difícil hacer un ejercicio de libertad creativa que nos aleje de los deseos dominantes del mercado y de la ortodoxia ideológica impuesta desde la política. En la era de la globalización, lo que se ha globalizado son los usos digitales. El resultado de esta homogenización es un profunda alienación. Crisis de estandarización y crisis de aburrimiento. Las películas presentan todas un mismo look kitsch —de origen asiático— lleno de lucecitas, mezclado con la ideología ‘woke’, dentro de una estructura dramática llena de giros imprevisibles —por no decir, disparatados— para acabar llegando a donde todos sabíamos que iban a llegar. Ninguna película tiene la capacidad de sorprendernos, ni mucho menos de molestarnos. Crisis pues de diversidad ligada a una sobreabundancia productiva con un estrecho margen expresivo. No se pueden decir muchas cosas más. En lo que afecta a la cinematografía, mucha película, pero poco cine . ¿Cuánto durará esta situación? Es difícil saberlo. La solución pasa por pensar los lenguajes desde otros posicionamientos ideológicos. ¿Desde cuáles? ¿Desde dónde? Tenemos que recurrir a la imaginación. Pensar lo que no se ha pensado. Y luego hacer lo que no se ha hecho. Y molestar. Molestar violentamente. Tenemos que lograr escribir libros que sean quemados, películas que sean prohibidas. Entonces sabremos que estaremos, de nuevo, por el camino correcto. Jaime Rosales es cineasta y ganador del Premio Goya El cine europeo se distingue del cine norteamericano en dos aspectos: uno estético y otro económico. En lo estético, el cine europeo, fuertemente inspirado en el modelo francés, ha sido y sigue siendo un cine más libre. En lo industrial, el cine europeo se caracteriza por una gran intervención del Estado en su financiación y su regulación. A pesar de sus diferencias tanto estéticas como económicas, ambas cinematografías están tuteladas por ideologías muy restrictivas desde sus orígenes. El Estado marca sus reglas e imprime su ideología, y el mercado hace lo propio. ¿En qué momento se encuentra el cine europeo actual? Se encuentra en crisis, como en crisis se encuentra también el cine norteamericano. Creo que toda la cultura contemporánea se encuentra en una crisis profunda —la novela, la música, el arte plástico— aunque, tal vez, esa no sea tanto una anomalía como una constante, una condición existencial , de toda disciplina artística en toda época. Pensado de esta manera, una crisis no sería algo, ni tan extraño, ni tan infrecuente, y sin embargo, como en toda crisis —política, económica, personal— queremos salir de ella lo antes posible . Debemos diagnosticar adecuadamente el tipo de crisis en la que nos encontramos. La crisis actual no es una crisis de producción. Nunca antes se dio tanta abundancia —abundancia de películas, de libros, de discos— y nunca se dio tanta uniformidad. Mucho, pero todo igual. Hay infinidad de películas y libros, pero domina la sensación de que, en lo profundo, todas las obras son iguales. Tenemos la sensación de ‘déja vu’ constante . En todas las películas sabemos qué va a pasar y qué se va a contar. ¿Por qué ocurre esto?Hay que lograr escribir libros que sean quemados, películas que sean prohibidasEn primer lugar, porque la velocidad de asimilación de las obras es tan rápida que en cuanto surge algo nuevo, aparece todo un aluvión de imitaciones que neutraliza su florecimiento. Cualquier novedad es pasada por el túrmix antes de coger vuelo. Las ideas llegan desde los lenguajes y sus formas; para pensar algo nuevo debe aparecer un lenguaje nuevo. Apenas surge un atisbo de novedad desde un margen, desde una disidencia, las instituciones culturales oficiales lo integran hacia el centro de la página neutralizando su potencial expansivo. En segundo lugar porque vivimos bajo un régimen cultural no autoritario, pero de extraordinaria efectividad. Su enorme efectividad se basa en la instauración invisible de una forma de autocensura universal. Bajo la apariencia de vivir en una democracia formal, vivimos bajo una dictadura real. Una dictadura compleja, escurridiza e implacable. Es una dictadura hija del extraño matrimonio entre un mercado capitalista libertario y un poder estatal con una fuerte maquinaria represora de tipo estalinista. Nuestras democracias occidentales funcionan formalmente de manera muy diferente a la República Democrática China, pero el resultado real es muy parecido.El sistema de control no autoritario se ha infiltrado —como un virus, sí— en nuestro organismo. Todo el mundo desea las mismas cosas, los mismos bienes, que se ofrecen en el mercado, y todos pensamos de la misma manera, compartimos las mismas ideas, controlados con cuerda corta desde los poderes propagandísticos del Estado. El matrimonio entre mercado —que controla y define los deseos— y el Estado —que inocula y tutela las ideas— es tan perfecto como demoledor . Algunos atacan el poder del mercado tratando de amplificar el poder del Estado. Otros atacan el poder del Estado tratando de amplificar el del mercado. El resultado: un equilibrio expansivo muy curioso: cada vez hay más mercado y también más Estado. Esta efectividad en el control del deseo y las ideas ha sido posible gracias a la revolución digital. La revolución digital se ha acabado pareciendo más a la Revolución Rusa que a la Revolución Francesa. Internet no ha sido la lanzadera liberalizadora que algunos —ingenuamente— pensaron, al contrario, es la herramienta de control —de represión— que ha hecho posible que vivamos todos en la misma cárcel y que todos nos vigilemos los unos a los otros.El deber de molestarEs muy difícil hacer un ejercicio de libertad creativa que nos aleje de los deseos dominantes del mercado y de la ortodoxia ideológica impuesta desde la política. En la era de la globalización, lo que se ha globalizado son los usos digitales. El resultado de esta homogenización es un profunda alienación. Crisis de estandarización y crisis de aburrimiento. Las películas presentan todas un mismo look kitsch —de origen asiático— lleno de lucecitas, mezclado con la ideología ‘woke’, dentro de una estructura dramática llena de giros imprevisibles —por no decir, disparatados— para acabar llegando a donde todos sabíamos que iban a llegar. Ninguna película tiene la capacidad de sorprendernos, ni mucho menos de molestarnos. Crisis pues de diversidad ligada a una sobreabundancia productiva con un estrecho margen expresivo. No se pueden decir muchas cosas más. En lo que afecta a la cinematografía, mucha película, pero poco cine . ¿Cuánto durará esta situación? Es difícil saberlo. La solución pasa por pensar los lenguajes desde otros posicionamientos ideológicos. ¿Desde cuáles? ¿Desde dónde? Tenemos que recurrir a la imaginación. Pensar lo que no se ha pensado. Y luego hacer lo que no se ha hecho. Y molestar. Molestar violentamente. Tenemos que lograr escribir libros que sean quemados, películas que sean prohibidas. Entonces sabremos que estaremos, de nuevo, por el camino correcto. Jaime Rosales es cineasta y ganador del Premio Goya  El cine europeo se distingue del cine norteamericano en dos aspectos: uno estético y otro económico. En lo estético, el cine europeo, fuertemente inspirado en el modelo francés, ha sido y sigue siendo un cine más libre. En lo industrial, el cine europeo se caracteriza por una gran intervención del Estado en su financiación y su regulación. A pesar de sus diferencias tanto estéticas como económicas, ambas cinematografías están tuteladas por ideologías muy restrictivas desde sus orígenes. El Estado marca sus reglas e imprime su ideología, y el mercado hace lo propio. ¿En qué momento se encuentra el cine europeo actual? Se encuentra en crisis, como en crisis se encuentra también el cine norteamericano. Creo que toda la cultura contemporánea se encuentra en una crisis profunda —la novela, la música, el arte plástico— aunque, tal vez, esa no sea tanto una anomalía como una constante, una condición existencial , de toda disciplina artística en toda época. Pensado de esta manera, una crisis no sería algo, ni tan extraño, ni tan infrecuente, y sin embargo, como en toda crisis —política, económica, personal— queremos salir de ella lo antes posible . Debemos diagnosticar adecuadamente el tipo de crisis en la que nos encontramos. La crisis actual no es una crisis de producción. Nunca antes se dio tanta abundancia —abundancia de películas, de libros, de discos— y nunca se dio tanta uniformidad. Mucho, pero todo igual. Hay infinidad de películas y libros, pero domina la sensación de que, en lo profundo, todas las obras son iguales. Tenemos la sensación de ‘déja vu’ constante . En todas las películas sabemos qué va a pasar y qué se va a contar. ¿Por qué ocurre esto?Hay que lograr escribir libros que sean quemados, películas que sean prohibidasEn primer lugar, porque la velocidad de asimilación de las obras es tan rápida que en cuanto surge algo nuevo, aparece todo un aluvión de imitaciones que neutraliza su florecimiento. Cualquier novedad es pasada por el túrmix antes de coger vuelo. Las ideas llegan desde los lenguajes y sus formas; para pensar algo nuevo debe aparecer un lenguaje nuevo. Apenas surge un atisbo de novedad desde un margen, desde una disidencia, las instituciones culturales oficiales lo integran hacia el centro de la página neutralizando su potencial expansivo. En segundo lugar porque vivimos bajo un régimen cultural no autoritario, pero de extraordinaria efectividad. Su enorme efectividad se basa en la instauración invisible de una forma de autocensura universal. Bajo la apariencia de vivir en una democracia formal, vivimos bajo una dictadura real. Una dictadura compleja, escurridiza e implacable. Es una dictadura hija del extraño matrimonio entre un mercado capitalista libertario y un poder estatal con una fuerte maquinaria represora de tipo estalinista. Nuestras democracias occidentales funcionan formalmente de manera muy diferente a la República Democrática China, pero el resultado real es muy parecido.El sistema de control no autoritario se ha infiltrado —como un virus, sí— en nuestro organismo. Todo el mundo desea las mismas cosas, los mismos bienes, que se ofrecen en el mercado, y todos pensamos de la misma manera, compartimos las mismas ideas, controlados con cuerda corta desde los poderes propagandísticos del Estado. El matrimonio entre mercado —que controla y define los deseos— y el Estado —que inocula y tutela las ideas— es tan perfecto como demoledor . Algunos atacan el poder del mercado tratando de amplificar el poder del Estado. Otros atacan el poder del Estado tratando de amplificar el del mercado. El resultado: un equilibrio expansivo muy curioso: cada vez hay más mercado y también más Estado. Esta efectividad en el control del deseo y las ideas ha sido posible gracias a la revolución digital. La revolución digital se ha acabado pareciendo más a la Revolución Rusa que a la Revolución Francesa. Internet no ha sido la lanzadera liberalizadora que algunos —ingenuamente— pensaron, al contrario, es la herramienta de control —de represión— que ha hecho posible que vivamos todos en la misma cárcel y que todos nos vigilemos los unos a los otros.El deber de molestarEs muy difícil hacer un ejercicio de libertad creativa que nos aleje de los deseos dominantes del mercado y de la ortodoxia ideológica impuesta desde la política. En la era de la globalización, lo que se ha globalizado son los usos digitales. El resultado de esta homogenización es un profunda alienación. Crisis de estandarización y crisis de aburrimiento. Las películas presentan todas un mismo look kitsch —de origen asiático— lleno de lucecitas, mezclado con la ideología ‘woke’, dentro de una estructura dramática llena de giros imprevisibles —por no decir, disparatados— para acabar llegando a donde todos sabíamos que iban a llegar. Ninguna película tiene la capacidad de sorprendernos, ni mucho menos de molestarnos. Crisis pues de diversidad ligada a una sobreabundancia productiva con un estrecho margen expresivo. No se pueden decir muchas cosas más. En lo que afecta a la cinematografía, mucha película, pero poco cine . ¿Cuánto durará esta situación? Es difícil saberlo. La solución pasa por pensar los lenguajes desde otros posicionamientos ideológicos. ¿Desde cuáles? ¿Desde dónde? Tenemos que recurrir a la imaginación. Pensar lo que no se ha pensado. Y luego hacer lo que no se ha hecho. Y molestar. Molestar violentamente. Tenemos que lograr escribir libros que sean quemados, películas que sean prohibidas. Entonces sabremos que estaremos, de nuevo, por el camino correcto. Jaime Rosales es cineasta y ganador del Premio Goya RSS de noticias de cultura

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