La prórroga de las nucleares puede hipotecar nuestro futuro energético

.

El apagón que sacudió el sistema eléctrico español el pasado mes de abril ha servido para que se alcen algunas voces que piden prorrogar la vida útil de las centrales nucleares con el pretendido argumento de que esta tecnología nos protegerá de futuros apagones. Sin embargo, esa idea ignora elementos determinantes tanto técnicos, económicos como legales y podría hipotecar nuestro futuro energético, suponiendo un freno al imprescindible despliegue de las energías renovables.

Seguir leyendo

 España necesita avanzar en redes inteligentes y en gestión de la demanda, no una tecnología rígida como la nuclear  

El apagón que sacudió el sistema eléctrico español el pasado mes de abril ha servido para que se alcen algunas voces que piden prorrogar la vida útil de las centrales nucleares con el pretendido argumento de que esta tecnología nos protegerá de futuros apagones. Sin embargo, esa idea ignora elementos determinantes tanto técnicos, económicos como legales y podría hipotecar nuestro futuro energético, suponiendo un freno al imprescindible despliegue de las energías renovables.

Los reactores nucleares españoles son una tecnología rígida y constante, es decir, el peor acompañante en una situación de emergencia como puede ser un apagón, y un enemigo de un mix energético que apuesta por las renovables y que necesita apoyos para dar soporte a la intermitencia que éstas tienen. No es ni una solución a un apagón, ni el tipo de energía que necesita sobre un mix eléctrico que requiere flexibilidad y una mejor capacidad de gestión. Al contrario, su continuidad impide avanzar hacia sistemas más ágiles y mejor preparados ante desafíos energéticos complejos. Sistemas que ya existen y que permiten tener mayor flexibilidad ante imprevistos y a la par, favorecer la implantación de renovables, tal como indica el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC).

Pese a que suele presentarse como una manera de descarbonizar la electricidad y frenar las emisiones de CO2, prolongar la vida de las centrales nucleares supone enfrentar tres riesgos de los que la sociedad debe ser consciente. El primero, que se suele obviar, tiene que ver con el hecho de que se trata de centrales que en el momento en que se ampliaran esos plazos ya habrían superado los 40 años para los que fueron diseñadas. Su seguridad podría reforzarse con importantes inversiones. ¿Las asumirán por completo las empresas que las explotan o acabaremos pagándolas entre todos?

Por otro lado, la prolongación de la vida de las centrales nucleares significaría asumir el riesgo de hipotecar el desarrollo de otras tecnologías. Un mix renovable no es solo un compromiso por el clima o el medio ambiente. Supone, fundamentalmente, una apuesta por una mayor resiliencia y seguridad energética y unos costes menores. Diversificar nuestro sistema eléctrico con renovables obliga a mejorar sustancialmente la planificación, la gestionabilidad del sistema y, muy especialmente, su almacenamiento energético. El futuro será renovable o no será, pero ese futuro requiere disponer de redes inteligentes, capacidad de almacenamiento y una gestión de la demanda activa. En otras palabras: flexibilidad, justo lo que la energía nuclear no puede ofrecer.

Finalmente, significaría la asunción de un coste de la electricidad mucho mayor del que hoy tenemos con las energías renovables. Las centrales nucleares españolas tienen costes cercanos a los 70 €/MWh garantizados, mientras en estos últimos meses hemos visto precios de mercado eléctrico cercanos a cero o incluso negativos, fruto del empuje de la generación renovable. Esta paradoja económica debería ser suficiente argumento para reconsiderar su continuidad. ¿Por qué aceptar una remuneración fija tan elevada cuando el propio mercado está dejando claro que las renovables son cada día más competitivas? ¿Por qué no garantizar ese mismo precio para soluciones que nos permitirán un despliegue renovable con energía autóctona y mayor cadena de valor?

Mantener las centrales nucleares más allá del calendario de cierre previsto supone asumir riesgos de seguridad, mantener precios de la energía artificialmente altos que distorsionan el mercado y penalizar la incorporación de renovables dificultando las tecnologías de almacenamiento y flexibilidad que ya existen. La potencia instalada en nuclear ocupa un espacio constante en la red, impidiendo una mayor integración de fuentes renovables variables, como la solar o la eólica, o mejor aún, la penetración del almacenamiento. En definitiva, lo que ocupa la nuclear no puede ser ocupado por las renovables, y menos aún por tecnologías de almacenamiento, lo que retrasa su desarrollo, resta competitividad a nuestra industria energética, y frena la innovación tecnológica necesaria.

Por otro lado, romper nuestro compromiso con inversores, nacionales e internacionales, que confiaron en un calendario claro y ordenado para desalojar progresivamente la nuclear del sistema español, generaría inseguridad jurídica y una pérdida de confianza que costaría años recuperar. El cierre de los 2 GW nucleares previstos entre 2027 y 2028 no fue una decisión arbitraria; respondía a un compromiso y planificación clave del PNIEC que permitió atraer inversión renovable masiva. Cambiar ahora esas reglas del juego a la mitad del partido pone en riesgo el capital invertido y desacredita nuestra política energética ante inversores nacionales e internacionales.

Finalmente, prolongar la vida útil de centrales como Almaraz I y II no solo sería discutible desde el punto de vista económico y energético; también podría ser cuestionable desde el punto de vista normativo. La Orden TED/773/2020 fijó claramente que la licencia para Almaraz expiraba en 2027-2028. La Orden TED 1084/2021 fijaba la fecha de cierre de Ascó I para 2030. Y así con cada uno de los reactores. Para prolongar estos plazos sería necesario abrir procesos complejos, con nuevas revisiones periódicas de seguridad (RPS), actualizaciones normativas y enormes inversiones adicionales para garantizar su seguridad operativa. ¿Estamos realmente preparados para esa carga adicional cuando podríamos estar dedicando recursos a acelerar la transición renovable?

En los últimos 10 años el incremento de potencia nuclear en el planeta es 21,4 GW. En lo que llevamos de 2025 se han conectado 630 MW y se han desconectado 1383 MW. En la última década, la potencia renovable instalada en toda España triplica toda la nuclear instalada en el total del planeta. Así las cosas, la pregunta que debemos responder es si tiene sentido continuar con alargar la vida de una tecnología que no nos da flexibilidad, ni resiliencia, ni robustez para el sistema, o deberíamos apostar desde ya por el modelo del futuro con más flexibilidad y que nos permita aprovechar la ventaja competitiva de tener muchas renovables. Hoy Alemania dispone de 20 GWh de almacenamiento, 18 de los cuales son distribuidos, en California hay momentos del día donde las baterías ya son la tecnología que más genera, mientras en España hay apenas 0,69 GWh. Ahí tenemos el auténtico desafío.

La energía nuclear es una tecnología aún inmadura para el futuro que tenemos enfrente de nosotros. El elevado riesgo que se asume en todo el proceso y en especial, la complejidad y elevado coste de la gestión de residuos nucleares durante generaciones que nadie quiere, es una muestra de ello. Pero hay más. Las últimas centrales que se han instalado en países de nuestro entorno arrojan datos que no se deben obviar en el debate que se está produciendo. En Francia la entrada en servicio del reactor de nueva generación de la central de Flamanville ha llevado 12 años de retrasos y casi 10.000 millones de euros de sobrecostes. En Finlandia el nuevo reactor Olkiluoto 3 ha entrado en servicio con 13 años de retraso y un sobrecoste de 11.000 millones de euros.

El apagón que vivió España debería iluminar, no oscurecer nuestro juicio. La transición energética es una oportunidad de modernizar nuestra economía, reducir nuestra vulnerabilidad energética y acelerar el camino hacia la descarbonización. España necesita avanzar en redes inteligentes, en gestión de la demanda, en almacenamiento y en interconexiones internacionales más robustas. Por el contrario, apostar por la nuclear ahora sería asumir costes elevados, hipotecar el desarrollo renovable, y dilapidar la confianza ganada internacionalmente.

Avanzar significa aprender de lo sucedido, reforzar nuestro sistema eléctrico con flexibilidad y renovación tecnológica, y rechazar las soluciones fáciles, aparentemente cómodas, pero definitivamente equivocadas. El futuro (energético) será renovable, flexible e inteligente, o no será.

 España en EL PAÍS

Noticias Relacionadas