Es un espectáculo abierto y gratuito pero contemplarlo con un mínimo de confort requiere una inversión Leer Es un espectáculo abierto y gratuito pero contemplarlo con un mínimo de confort requiere una inversión Leer
Muchos sevillanos salen a diario a la calle desde el Domingo de Ramos para asistir a las procesiones de su Semana Santa, un espectáculo barroco de acceso libre y aforo prácticamente ilimitado que, sin embargo, requiere de una mediana o gran inversión si se quiere disfrutarlo con un mínimo de confort que permita soportar el tiempo extendido de sus esperas.
La inversión puede ser más o menos asequible si se quiere disponer de una silla de las que instala el Consejo de Hermandades y Cofradías durante toda la semana (desde 88 hasta 987 euros). Pero se eleva considerablemente si uno prefiere darse el gusto de ver la procesión desde uno de los balcones privilegiados con vistas a la Carrera Oficial (el recorrido de algo más de un kilómetro por el que todas las cofradías que hacen estación de penitencia acceden a la Catedral), que arranca en la Plaza de la Campana y termina en la Avenida de la Constitución.
Aunque los precios varían considerablemente en función de la localización y el tamaño, hasta hace unos días todavía se podía encontrar un balcón al que asomarse a la Madrugá (la noche del Jueves al Viernes Santo) por 3.000 euros para un grupo de hasta 12 personas. El precio se refiere a esa única jornada e incluye un tentempié con café ilimitado que ayuda a pasar las horas, y que se sirve en la sala anexa al ventanal. Disfrutar de ese lujo durante el resto de la Semana Santa obligará a desembolsar otros 6.000 euros, según la consulta que al respecto ha realizado en las últimas semanas EL MUNDO. Otro balcón de menores dimensiones, en el que apenas caben cuatro personas simultáneamente, podía alquilarse para toda la semana por unos 1.500 euros.
Estos datos coinciden de alguna forma con los que maneja el Colegio de Administradores de Fincas de Sevilla, que ha calculado que alquilar un balcón en la capital andaluza cuesta de media unos 5.000 euros y ha insistido en la importancia de declarar los ingresos que se reciban por este concepto. No declarar estos beneficios puede acarrear sanciones económicas, que van desde el 50% hasta el 150% de la base de la sanción.
«¿Estáis puestas sillas de Quidiello?». En el pregón de Semana Santa que ofreció Antonio Burgos en 2008, el escritor invocaba a las sillas de Quidiello a estar preparadas para los días grandes. Este mismo llamamiento lo repetía, en una aliteración retórica, con todos aquellos personajes y elementos del inmenso y variopinto ajuar cofrade sevillano. Quidiello es la empresa que tradicionalmente ha suministrado las sillas de madera que se instalan a modo de graderío en la calle para contemplar los desfiles y cuyo alquiler hay que renovar cada año. Los precios varían en función de su ubicación dentro de la carrera oficial y se encarecen si, en vez de una silla, se opta por un palco.
Los palcos situados en la Plaza de San Francisco son los más preciados. Su coste oscila entre los 987,16 euros de los situados en las filas 1 y 2 de los sectores A y B y en el sector C. También se pueden encontrar en esta misma plaza por 813,36 euros y 727,29 euros. Las sillas más baratas se encuentran en la Plaza Virgen de los Reyes, a 87,86 euros. Las reservas se realizaron en el mes de enero y el pago de los abonos concluyó en marzo. Pero a nadie se le escapa que existe un mercado negro de sillas y palcos que trae de cabeza al Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla, responsable de su comercialización.
La única manera de evitar la reventa es exigir la identificación a quienes acceden a las gradas. Pero, al tratarse de un espectáculo que dura toda una semana, es tradición que sean varios ( incluso muchos) los familiares y allegados que hacen uso de cada silla alquilada. Ningún abonado aguanta toda la jornada ni todas las jornadas. Ese uso compartido de las sillas que forma parte de la tradición ha dado paso a todo un trapicheo que contribuye a enriquecer a algunos oportunistas.
La Semana Santa de Sevilla obliga, por otro lado, a tener engrasada la enorme maquinaria que permite que el espectáculo discurra con fluidez y seguridad. El reto es mayúsculo porque a los cofrades locales que se echan a la calle hay que sumar los visitantes que proceden de la provincia y que, sin pernoctar en la ciudad, participan plenamente del evento. Y, por supuesto, a los cientos de miles de turistas que llegan a Sevilla estos días atraídos por el espectáculo de su religiosidad popular.
Para ordenar esos flujos hay 3.144 efectivos de la Policía Nacional y la Guardia Civil en las calles de la ciudad, además de 1.865 agentes de la Policía Local. La seguridad de la Semana Santa ya no se deja a la improvisación ni a esa confianza ciega en el buen saber y el buen comportar de los sevillanos. Sobre todo, desde que la amenaza terrorista elevó la alerta y tras la experiencia traumática de las avalanchas registradas, con mayor o menor gravedad, en los años 2000, 2005, 2009, 2015 y 2017. Cámaras de vigilancia (40 en 26 ubicaciones), drones, control de la iluminación de las calles (que se refuerza cuando hay algún incidente) y aforamientos en los enclaves más concurridos se han convertido en una constante, siempre bajo la coordinación del CECOP (Centro de Coordinación Operativa). Además, se prohíbe vender alcohol durante las horas críticas y se obliga al cierre de los bares en las calles por las que discurren las procesiones desde las 3 a las 6 de la madrugada del Jueves al Viernes Santo.
Las costuras de la ciudad, en cualquier caso, se ponen a prueba cada año, hasta el punto de que hay señales de alarma que apuntan a una saturación de difícil manejo. En las vísperas, el presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla, Francisco Vélez, abrió el debate con una frase incómoda que revela un sentimiento extendido: «A la Semana Santa no le hace falta el turismo porque con los sevillanos es suficiente». El alcalde, José Luis Sanz, le daba horas después, de alguna forma aunque con matices, la razón. «El Ayuntamiento de Sevilla no hace promociones al exterior de la Semana Santa de Sevilla porque ya es uno de los principales atractivos de la ciudad», afirmó el alcalde. Y añadió: «El problema es que tenemos la mejor Semana Santa del mundo. La Macarena ha sido portada de National Geographic. Esconderla es complicado».
El mensaje abunda, en cualquier caso, en esa sensación de que la Semana Santa de Sevilla se ha convertido en un fenómeno fuera de escala, donde no siempre es posible disfrutar del espectáculo a la manera tradicional. El sevillano teme que el turismo, que ha tomado durante todo el año sus bares y plazas emblemáticas, arrase también con un evento que se disfruta mejor cuando permite la movilidad libre de los cofrades por las calles, sin aforamientos, sin vallas, con las bullas estrictas y necesarias. Eso empieza a no ser tan fácil. Para transitar las calles del casco histórico de Sevilla durante la Semana Santa siempre ha sido recomendable acompañarse de un buen guía que conozca su intrincado callejero y los horarios e itinerarios de cada jornada. Hoy ya eso no garantiza el éxito del empeño, lo que ha disparado el valor (y el precio) de los balcones a lo largo del recorrido.
Sólo la amenaza de la lluvia actúa como un factor de contención para los viajeros. Con todo, los establecimientos hoteleros de Sevilla presentan unas expectativas de ocupación del 80,7% para toda la Semana Santa y en los días grandes (desde el Jueves al Sábado Santo) rozarán el 90% de ocupación. En el conjunto de Andalucía se espera que el grado de ocupación alcance el 72,4%, 5,4 puntos más que en el mismo periodo de 2024, según los datos de la encuesta realizada por la Consejería de Turismo y Andalucía Exterior. Unos tres mil vuelos, con más de medio millón de turistas, llegarán a los aeropuertos andaluces a lo largo de la semana.
[«¿Estáis puestos, integrantes de la bulla soberana?», preguntaba al aire del Teatro de la Maestranza el pregonero Burgos.]
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