‘Los Machado. Retrato de familia’: la fraternidad de Manuel y Antonio que los desmonta como símbolos de las dos Españas

Manuel Machado, el hermano mayor, era el dandi que paseaba su estampa por los cenáculos de Madrid —Lhardy, el Ritz— con su elegante capa y sus finas maneras. Antonio, un año menor, el del torpe aliño indumentario que dejó para siempre registrado en su poema Retrato. En los años de la consolidación de ambos como poetas y dramaturgos, Manuel compagina su trabajo de bibliotecario con el ambiente cultural y nocturno de la capital, escribiendo críticas teatrales en el periódico El Liberal. Antonio, sin embargo, vaga por la España vaciada de hoy como un gris profesor de Francés en provincias, arrastrando su maleta de soledad y melancolía tras la prematura muerte de su esposa, Leonor. Manuel se describe con guasa “medio gitano y medio parisién”; Antonio, con gravedad, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Manuel, y aquí quizás comience el mito de sus vidas enfrentadas, se ve sorprendido por el alzamiento militar en Burgos en julio de 1936, y tras ser detenido y conocer el miedo húmedo de tres noches en el calabozo, es ganado para la causa sublevada. Antonio, defensor de los principios de la República, es evacuado en la misma fecha a Valencia, en el inicio de un periplo ignominioso de final letal en el exilio.

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 Sevilla reúne en una exposición, comisariada por Alfonso Guerra y Eva Díaz Pérez, los fondos documentales de los dos hermanos poetas, separados cada uno en un bando durante la Guerra Civil  

Manuel Machado, el hermano mayor, era el dandi que paseaba su estampa por los cenáculos de Madrid —Lhardy, el Ritz— con su elegante capa y sus finas maneras. Antonio, un año menor, el del torpe aliño indumentario que dejó para siempre registrado en su poema Retrato. En los años de la consolidación de ambos como poetas y dramaturgos, Manuel compagina su trabajo de bibliotecario con el ambiente cultural y nocturno de la capital, escribiendo críticas teatrales en el periódico El Liberal. Antonio, sin embargo, vaga por la España vaciada de hoy como un gris profesor de Francés en provincias, arrastrando su maleta de soledad y melancolía tras la prematura muerte de su esposa, Leonor. Manuel se describe con guasa “medio gitano y medio parisién”; Antonio, con gravedad, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Manuel, y aquí quizás comience el mito de sus vidas enfrentadas, se ve sorprendido por el alzamiento militar en Burgos en julio de 1936, y tras ser detenido y conocer el miedo húmedo de tres noches en el calabozo, es ganado para la causa sublevada. Antonio, defensor de los principios de la República, es evacuado en la misma fecha a Valencia, en el inicio de un periplo ignominioso de final letal en el exilio.

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Fueron así, el azar y esa divergencia chocante pero apenas estética de sus biografías la munición con la que pronto se cargó el arma de la confrontación y la propaganda política en un país partido por la mitad durante 40 años. “La doble opción de los hermanos, Manuel con el nuevo régimen, Antonio en defensa de la República, hizo fácil la simplificación de que estaban enfrentados y que podían ser una representación de las dos Españas”. Lo dice Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno de España entre 1982 y 1991 y experto en la obra machadiana, comisario de la exposición Los Machado. Retrato de familia, que inaugura este lunes en Sevilla el rey Felipe VI, en la Real Fábrica de Artillería, y con la que se pretende desmontar las razones extraliterarias que han mantenido separados en la historia cultural española a los hermanos Antonio y Manuel Machado.

Este empeño por unir de nuevo a estos hermanos que gozaron siempre de una estrechísima “y hermosa relación fraternal”, sostiene la escritora y periodista Eva Díaz Pérez, que coordina la exposición junto a Guerra, no es, sin embargo, exclusivamente teórico. Los Machado: un retrato de familia ha logrado el hito de presentar por primera vez juntos en una única exposición los dos grandes fondos machadianos que existen en el país: la colección de Los Papeles de los Machado, custodiados en Sevilla por la Fundación Unicaja —y que reúne los fondos documentales que viajaron al exilio con Antonio y otro hermano, José Machado—; y la de la Institución Fernán González de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, que conserva en Burgos los pertenecientes a Manuel Machado. La muestra estará abierta hasta el 22 de diciembre.

Tras los muros de la Real Fábrica de Artillería, un imponente edificio del siglo XVI que se estrena como espacio expositivo con la muestra de estos fondos, el legado de los Machado ha ido tomando forma la semana pasada en una bellísima fusión de lo burgalés con lo sevillano, trenzando cada manuscrito, cada objeto, cada estampa de un lado y otro hasta ampliar el angular y encontrar en la foto de familia a quienes les precedieron, esa extraordinaria estirpe que fueron los Machado: su abuelo, el científico y darwinista Antonio Machado y Núñez, un pionero en defender lo que hoy llamamos la biodiversidad, creador del gabinete de Historia Natural de la Universidad de Sevilla, de la que fue rector (llegó a ser también alcalde de la ciudad) y patriarca “de una saga intelectual española que entronca con las grandes familias culturales europeas, como los Mann, los Goncourt o las Brontë. Una familia especial que simboliza la España laica, progresista e intelectual, hija del Ochocientos. Como dijo Gregorio Marañón: ¡Gran siglo español el siglo liberal de los Machado!”, recuerda Díaz Pérez.

Su mujer —abuela de Antonio y Manuel— Cipriana Álvarez, pintora, recopiladora de cuentos populares, transmitió la literatura oral a su prole. Su hijo Antonio Machado Álvarez, Demófilo —padre de los poetas—, antropólogo y folclorista; por supuesto, Manuel y Antonio, pero también el resto de sus hermanos: Francisco, Joaquín y José, a quien le debemos ese hallazgo fortuito pero sumamente trascendental que siempre unirá a Antonio Machado con su Sevilla natal: fue quien encontró un papel arrugado en el bolsillo del gabán de su hermano, ya muerto miserablemente en el exilio al poco de llegar a Collioure, en Francia, en el que había anotado sus últimos versos, de una honda nostalgia: “Estos días azules y este sol de la infancia”. “Para mí, ese último verso en el límite, en la frontera real y metafórica, acaba iluminando toda su obra”, reflexiona Guerra.

Esta selección de documentos, fotografías y objetos subrayan la relación íntima y familiar de todos ellos, como si se pudieran escuchar las conversaciones en el hogar errante pero siempre unido de los Machado. Y así, comienza a desplegarse por la exposición la sucesión de influencias entre sus miembros: la pasión por lo científico y la naturaleza del abuelo, la querencia por los cuentos y romances de la abuela o el gusto por el folclore y el mundo popular de Demófilo. Entre los objetos personales que se muestran hay una pieza conmovedora que se centra en este ámbito: el ábaco de letras en el que aprendieron a leer los hermanos Machado. “Un objeto que nos lleva directamente a esa sala familiar en la que la abuela Cipriana lee romances antiguos a sus nietos”, fantasea Díaz Pérez.

Uno de los espacios de la exposición ‘Los Machado’, en la antigua Fábrica de Artillería de Sevilla.PACO PUENTES

Todo ello confirma también la idéntica educación que reciben los niños Manuel y Antonio, nacidos con solo diez meses de diferencia, el primero en septiembre de 1874 y el segundo en julio de 1875. Primero en Sevilla, y más tarde, cuando se trasladan a Madrid con 10 y 9 años respectivamente, en la Institución Libre de Enseñanza (ILE), creada por Francisco Giner de los Ríos, a quien los Machado siempre veneraron como un queridísimo maestro y que tiene su espacio destacado en la exposición, que tras su estancia en Sevilla viajará entre este año y el próximo a Burgos y Madrid. La muestra es un proyecto levantado a instancias de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras y la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, con el patrocinio de la Fundación Unicaja y la colaboración del Ayuntamiento de Sevilla.

La relación de los hermanos se afianzó hasta el extremo de escribir a cuatro manos. “Sobre todo, escriben juntos obras de teatro”, matiza Díaz Pérez, pero también comienzan a colaborar en 1893 en el semanario satírico La Caricatura con los seudónimos de Polilla (Manuel) y Cabellera (Antonio). Además, firman con el nombre conjunto de Tablante de Ricamonte en uno de los primeros textos escritos a cuatro manos que marcarán sus vidas.

Este amor admirativo y colaborativo de los hermanos desmonta otro falso mito: “Los Machado son dos grandes poetas, no como pretende el tópico un gran poeta y otro menor”, sostiene Guerra, que reconoce que, durante la dictadura, “éramos muchos los que, anestesiados por las razones políticas, habíamos orillado las razones poéticas”.

“El interrogante mayor es cuál hubiese sido su trayectoria vital y política si Manuel hubiese hecho caso a su hermano menor cuando le desaconsejó que ese año viajara a Burgos porque las cosas estaban muy mal. ¿Habría acompañado a Antonio en su largo y penoso camino al exilio?”, se pregunta el comisario, que es tajante: “Los dos hermanos poetas nunca estuvieron enfrentados, ni siquiera bajo el influjo de la Guerra Civil, que los mantuvo alejados geográficamente y en posiciones políticas diferentes. Las razones políticas han primado durante demasiado tiempo sobre las razones poéticas”. Ha llegado el momento de discernir entre unas y las otras.

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