Maldita Barra ha celebrado esta semana su primer aniversario en su sede de la calle del Rosselló tras haber logrado fusionar arte, gastronomía y comunidad en una propuesta que integra la tradición de la hospitalidad barcelonesa con una visión disruptiva, al tiempo que da voz a nuevas generaciones. Ana de Espona, la impulsora de la iniciativa, explica, «aquí no se viene solo a comer, aquí pasan cosas» .En su joven recorrido, la emprendedora ha demostrado que la interdisciplinariedad se basa en el apoyo colectivo; de ahí la textura polifónica que adquiere. Hoy, cualquier proyecto va a materializarse acompañado de un equipo rico en perspectivas profesionales. Así, diseñadores, informáticos, promotores, chefs o músicos se reunieron en este evento del primer aniversario presentándose como artesanos que moldean imaginariamente la realidad del futuro. Son los visionarios que construyen comunidad. Experiencias como la de Maldita Barra confirman un retorno a la colectividad, a la voz coral que teje la red de aquello que nos sostiene. Puede que esta realidad de variedad instrumental devuelva -desde el otro lado del espejo- un reflejo caleidoscópico de nuestra propia identidad, descubra en ella un rostro plural, y por fin entendamos la organicidad global humana, pese a los exhaustos intentos de sistematizarla como individual. Mientras llega este momento, en eventos como el de Maldita Barra, se puede disfrutar de la gente, de las ideas, de sus expresiones, de la comunidad y de la arquitectura social .Una mesa DJ pinchando temas atemporales, cócteles infinitos, conversaciones fundadoras, amistades, flashes, tarot, abanicos, tapas, más flashes, y en medio del tumulto, una artista comparte su proceso como performance. Compone una obra pictórica o, pensándolo mejor, quizás sea la atmósfera eufórica que la rodea la que maneja su pincel. La cronista se asoma a su obra, como un círculo abierto muestra a cinco mujeres de frente, expuestas en una barra en la que interactúan directamente con el espectador . Estas mujeres azules, animadas, aunque estáticas, cobran vida cuando el público se identifica con su multiplicidad. La autora, Sandra Modrego, confiesa su inspiración en el emprendimiento femenino, algo tachado de aquelarre no hace tanto. La obra plasma la comunidad y la unión desde el otro lado de la barra, y homenajea la vida disfrutada y compartida . Parte de la interpretación de una foto de las cinco protagonistas del evento: Ana de Espona (anfitriona y fundadora de Maldita Barra, símbolo de una nueva hospitalidad creativa que une estética y narrativa cultural), Eugenia Soler (modelo y creadora de contenido), Alba Rocafort (fundadora de Fabbric, una aplicación de diseño puente entre la innovación digital y el pensamiento creativo), Julieta Rueff (creadora de FlamAid, un dispositivo de seguridad personal diseñado para combatir el acoso en espacios públicos, que trasciende la moda con una función social) y Laura de Espona (emprendedora e inspiración vital para Ana por su mirada hacia el mundo). Todas ellas expresan una misma actitud vital: crear con propósito y transformar con presencia. Al mirar directamente, las mujeres azules interpelan desafiantes e invitan a tomar su legado: es nuestro turno para bailar. Maldita Barra propone un modelo de creatividad basado en la colectividad. Aquí una misma idea puede compartirse durante toda la noche a lo largo de una barra maldita, que provee, que une, que sirve de nexo. Probablemente, una antepasada de esta barra, la mesa redonda de la comunidad del Rey Arturo, viaja en el tiempo para descubrir un lugar donde el goce y el calor humano sirven de caldo de cultivo social. La barra horizontal es la apertura que esperamos que nunca se extinga en un mundo cada vez más virtual. Suena «More than a Woman», de los Bee Gees, mezclada con un teclado onírico y futurista. En una esquina de la sala, un cuadro que dice «Art will save us». Estamos en el lugar y el momento adecuado; compartamos experiencias, seamos circularmente.Este espacio nace como rebelión ante las barreras que históricamente han limitado a las mujeres jóvenes en el ámbito del emprendimiento. Este espacio se presenta como un grito de coraje ante la dificultad de emprender como mujer joven, su nombre es una respuesta a los retos y dificultades del camino. Ana, cuenta orgullosa que Maldita Barra representa su sueño de crear «un espacio de unión», donde la gastronomía y el arte se combinan para fomentar la comunidad .Junto con Laura, ambas transformaron el muro que representaba esa antigua barra infinita en una propuesta que reúne a personas de diferentes edades, nacionalidades y mundos, creando una ciudad polimórfica en la que todos los ejes convergen en uno solo. Este enfoque se entrelaza con el espíritu del espacio, que fomenta la creatividad al servicio de la comunidad .La gastronomía también ocupa un lugar fundamental en este establecimiento y está a cargo de Jordi Limón (MAM del Bó). Su cocina fusiona sabores de distintas culturas en una constante evolución de texturas y matices. Al tomar las riendas de este espacio, Ana recoge el legado del edificio con una mirada contemporánea, valiente y fresca. Mucho más que un bar, se debe entender proyectos como el de Maldita Barra como un punto de encuentro cultural , donde se visibiliza el trabajo de mujeres transformadoras, inventoras del futuro de nuestra generación. Maldita Barra ha celebrado esta semana su primer aniversario en su sede de la calle del Rosselló tras haber logrado fusionar arte, gastronomía y comunidad en una propuesta que integra la tradición de la hospitalidad barcelonesa con una visión disruptiva, al tiempo que da voz a nuevas generaciones. Ana de Espona, la impulsora de la iniciativa, explica, «aquí no se viene solo a comer, aquí pasan cosas» .En su joven recorrido, la emprendedora ha demostrado que la interdisciplinariedad se basa en el apoyo colectivo; de ahí la textura polifónica que adquiere. Hoy, cualquier proyecto va a materializarse acompañado de un equipo rico en perspectivas profesionales. Así, diseñadores, informáticos, promotores, chefs o músicos se reunieron en este evento del primer aniversario presentándose como artesanos que moldean imaginariamente la realidad del futuro. Son los visionarios que construyen comunidad. Experiencias como la de Maldita Barra confirman un retorno a la colectividad, a la voz coral que teje la red de aquello que nos sostiene. Puede que esta realidad de variedad instrumental devuelva -desde el otro lado del espejo- un reflejo caleidoscópico de nuestra propia identidad, descubra en ella un rostro plural, y por fin entendamos la organicidad global humana, pese a los exhaustos intentos de sistematizarla como individual. Mientras llega este momento, en eventos como el de Maldita Barra, se puede disfrutar de la gente, de las ideas, de sus expresiones, de la comunidad y de la arquitectura social .Una mesa DJ pinchando temas atemporales, cócteles infinitos, conversaciones fundadoras, amistades, flashes, tarot, abanicos, tapas, más flashes, y en medio del tumulto, una artista comparte su proceso como performance. Compone una obra pictórica o, pensándolo mejor, quizás sea la atmósfera eufórica que la rodea la que maneja su pincel. La cronista se asoma a su obra, como un círculo abierto muestra a cinco mujeres de frente, expuestas en una barra en la que interactúan directamente con el espectador . Estas mujeres azules, animadas, aunque estáticas, cobran vida cuando el público se identifica con su multiplicidad. La autora, Sandra Modrego, confiesa su inspiración en el emprendimiento femenino, algo tachado de aquelarre no hace tanto. La obra plasma la comunidad y la unión desde el otro lado de la barra, y homenajea la vida disfrutada y compartida . Parte de la interpretación de una foto de las cinco protagonistas del evento: Ana de Espona (anfitriona y fundadora de Maldita Barra, símbolo de una nueva hospitalidad creativa que une estética y narrativa cultural), Eugenia Soler (modelo y creadora de contenido), Alba Rocafort (fundadora de Fabbric, una aplicación de diseño puente entre la innovación digital y el pensamiento creativo), Julieta Rueff (creadora de FlamAid, un dispositivo de seguridad personal diseñado para combatir el acoso en espacios públicos, que trasciende la moda con una función social) y Laura de Espona (emprendedora e inspiración vital para Ana por su mirada hacia el mundo). Todas ellas expresan una misma actitud vital: crear con propósito y transformar con presencia. Al mirar directamente, las mujeres azules interpelan desafiantes e invitan a tomar su legado: es nuestro turno para bailar. Maldita Barra propone un modelo de creatividad basado en la colectividad. Aquí una misma idea puede compartirse durante toda la noche a lo largo de una barra maldita, que provee, que une, que sirve de nexo. Probablemente, una antepasada de esta barra, la mesa redonda de la comunidad del Rey Arturo, viaja en el tiempo para descubrir un lugar donde el goce y el calor humano sirven de caldo de cultivo social. La barra horizontal es la apertura que esperamos que nunca se extinga en un mundo cada vez más virtual. Suena «More than a Woman», de los Bee Gees, mezclada con un teclado onírico y futurista. En una esquina de la sala, un cuadro que dice «Art will save us». Estamos en el lugar y el momento adecuado; compartamos experiencias, seamos circularmente.Este espacio nace como rebelión ante las barreras que históricamente han limitado a las mujeres jóvenes en el ámbito del emprendimiento. Este espacio se presenta como un grito de coraje ante la dificultad de emprender como mujer joven, su nombre es una respuesta a los retos y dificultades del camino. Ana, cuenta orgullosa que Maldita Barra representa su sueño de crear «un espacio de unión», donde la gastronomía y el arte se combinan para fomentar la comunidad .Junto con Laura, ambas transformaron el muro que representaba esa antigua barra infinita en una propuesta que reúne a personas de diferentes edades, nacionalidades y mundos, creando una ciudad polimórfica en la que todos los ejes convergen en uno solo. Este enfoque se entrelaza con el espíritu del espacio, que fomenta la creatividad al servicio de la comunidad .La gastronomía también ocupa un lugar fundamental en este establecimiento y está a cargo de Jordi Limón (MAM del Bó). Su cocina fusiona sabores de distintas culturas en una constante evolución de texturas y matices. Al tomar las riendas de este espacio, Ana recoge el legado del edificio con una mirada contemporánea, valiente y fresca. Mucho más que un bar, se debe entender proyectos como el de Maldita Barra como un punto de encuentro cultural , donde se visibiliza el trabajo de mujeres transformadoras, inventoras del futuro de nuestra generación.
El espacio cultural fundado por Ana de Espona, de 23 años, se ha convertido en un punto de referencia para el arte emergente, la gastronomía experimental y la comunidad emprendedora
Maldita Barra ha celebrado esta semana su primer aniversario en su sede de la calle del Rosselló tras haber logrado fusionar arte, gastronomía y comunidad en una propuesta que integra la tradición de la hospitalidad barcelonesa con una visión disruptiva, al tiempo que da voz a nuevas generaciones. Ana de Espona, la impulsora de la iniciativa, explica, «aquí no se viene solo a comer, aquí pasan cosas».
En su joven recorrido, la emprendedora ha demostrado que la interdisciplinariedad se basa en el apoyo colectivo; de ahí la textura polifónica que adquiere. Hoy, cualquier proyecto va a materializarse acompañado de un equipo rico en perspectivas profesionales. Así, diseñadores, informáticos, promotores, chefs o músicos se reunieron en este evento del primer aniversario presentándose como artesanos que moldean imaginariamente la realidad del futuro. Son los visionarios que construyen comunidad.
Experiencias como la de Maldita Barra confirman un retorno a la colectividad, a la voz coral que teje la red de aquello que nos sostiene. Puede que esta realidad de variedad instrumental devuelva -desde el otro lado del espejo- un reflejo caleidoscópico de nuestra propia identidad, descubra en ella un rostro plural, y por fin entendamos la organicidad global humana, pese a los exhaustos intentos de sistematizarla como individual. Mientras llega este momento, en eventos como el de Maldita Barra, se puede disfrutar de la gente, de las ideas, de sus expresiones, de la comunidad y de la arquitectura social.
Una mesa DJ pinchando temas atemporales, cócteles infinitos, conversaciones fundadoras, amistades, flashes, tarot, abanicos, tapas, más flashes, y en medio del tumulto, una artista comparte su proceso como performance. Compone una obra pictórica o, pensándolo mejor, quizás sea la atmósfera eufórica que la rodea la que maneja su pincel. La cronista se asoma a su obra, como un círculo abierto muestra a cinco mujeres de frente, expuestas en una barra en la que interactúan directamente con el espectador. Estas mujeres azules, animadas, aunque estáticas, cobran vida cuando el público se identifica con su multiplicidad.
La autora, Sandra Modrego, confiesa su inspiración en el emprendimiento femenino, algo tachado de aquelarre no hace tanto. La obra plasma la comunidad y la unión desde el otro lado de la barra, y homenajea la vida disfrutada y compartida. Parte de la interpretación de una foto de las cinco protagonistas del evento: Ana de Espona (anfitriona y fundadora de Maldita Barra, símbolo de una nueva hospitalidad creativa que une estética y narrativa cultural), Eugenia Soler (modelo y creadora de contenido), Alba Rocafort (fundadora de Fabbric, una aplicación de diseño puente entre la innovación digital y el pensamiento creativo), Julieta Rueff (creadora de FlamAid, un dispositivo de seguridad personal diseñado para combatir el acoso en espacios públicos, que trasciende la moda con una función social) y Laura de Espona (emprendedora e inspiración vital para Ana por su mirada hacia el mundo). Todas ellas expresan una misma actitud vital: crear con propósito y transformar con presencia. Al mirar directamente, las mujeres azules interpelan desafiantes e invitan a tomar su legado: es nuestro turno para bailar.
Maldita Barra propone un modelo de creatividad basado en la colectividad. Aquí una misma idea puede compartirse durante toda la noche a lo largo de una barra maldita, que provee, que une, que sirve de nexo. Probablemente, una antepasada de esta barra, la mesa redonda de la comunidad del Rey Arturo, viaja en el tiempo para descubrir un lugar donde el goce y el calor humano sirven de caldo de cultivo social. La barra horizontal es la apertura que esperamos que nunca se extinga en un mundo cada vez más virtual. Suena «More than a Woman», de los Bee Gees, mezclada con un teclado onírico y futurista. En una esquina de la sala, un cuadro que dice «Art will save us». Estamos en el lugar y el momento adecuado; compartamos experiencias, seamos circularmente.
Este espacio nace como rebelión ante las barreras que históricamente han limitado a las mujeres jóvenes en el ámbito del emprendimiento. Este espacio se presenta como un grito de coraje ante la dificultad de emprender como mujer joven, su nombre es una respuesta a los retos y dificultades del camino. Ana, cuenta orgullosa que Maldita Barra representa su sueño de crear «un espacio de unión», donde la gastronomía y el arte se combinan para fomentar la comunidad.
Junto con Laura, ambas transformaron el muro que representaba esa antigua barra infinita en una propuesta que reúne a personas de diferentes edades, nacionalidades y mundos, creando una ciudad polimórfica en la que todos los ejes convergen en uno solo. Este enfoque se entrelaza con el espíritu del espacio, que fomenta la creatividad al servicio de la comunidad.
La gastronomía también ocupa un lugar fundamental en este establecimiento y está a cargo de Jordi Limón (MAM del Bó). Su cocina fusiona sabores de distintas culturas en una constante evolución de texturas y matices. Al tomar las riendas de este espacio, Ana recoge el legado del edificio con una mirada contemporánea, valiente y fresca. Mucho más que un bar, se debe entender proyectos como el de Maldita Barra como un punto de encuentro cultural, donde se visibiliza el trabajo de mujeres transformadoras, inventoras del futuro de nuestra generación.
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