Llamadas sin respuestas. Mensajes que primero transmiten tranquilidad y luego angustia. La congoja reflejada en unas pocas palabras de un whatsapp que no llega nunca a su destinatario. La jueza de Catarroja Nuria Ruiz Tobarra, que instruye el sumario para dilucidar las responsabilidades penales de la tragedia que el pasado 29 de octubre costó la vida a 228 personas y dejó un reguero de destrucción en la provincia de Valencia, ha tomado declaración como perjudicados en las últimas semanas a decenas de personas que perdieron a sus familiares por aquellas en las riadas provocadas por las lluvias torrenciales. Sus testimonios, en algunos casos acompañados de pantallazos de esas últimas comunicaciones, son el reflejo del drama que se vivió aquel día. Estos son algunos:
Familiares de algunos fallecidos entregan a la jueza que investiga la tragedia pantallazos de los mensajes que intercambiaron con sus seres queridos el fatídico 29 de octubre
Llamadas sin respuestas. Mensajes que primero transmiten tranquilidad y luego angustia. La congoja reflejada en unas pocas palabras de un whatsapp que no llega nunca a su destinatario. La jueza de Catarroja Nuria Ruiz Tobarra, que instruye el sumario para dilucidar las responsabilidades penales de la tragedia que el pasado 29 de octubre costó la vida a 228 personas y dejó un reguero de destrucción en la provincia de Valencia, ha tomado declaración como perjudicados en las últimas semanas a decenas de personas que perdieron a sus familiares por aquellas en las riadas provocadas por las lluvias torrenciales. Sus testimonios, en algunos casos acompañados de pantallazos de esas últimas comunicaciones, son el reflejo del drama que se vivió aquel día. Estos son algunos:
“Todo controlado”. A sus 58 años, a Esther (nombre figurado, como el de todos los que aparecen en esta información) la vida se le vino abajo el 29 de octubre. Aquel día estaba sola en su domicilio de Valencia, ya que su única hija y su marido se habían ido unos días antes a una casa que tenían en Pedralba (3.000 habitantes), un municipio situado en el interior de la provincia, a 43 kilómetros de la capital valenciana. Sobre las 11.15 de aquella mañana su marido le envió un mensaje de WhatsApp en el que le decía que estaba lloviendo desde primera hora, pero que “todo controlado”. Sin embargo, poco antes de las seis de la tarde, su marido le envió un nuevo mensaje, esta vez para decirle que “pasaba mucha agua por delante de casa” y que tanto él como la hija de ambos estaban dentro. No volvió a hablar con ellos. Mandó un mensaje a los ocupantes de una vivienda cercana por si sabían algo a las 17.07 ―”vosotros los habéis visto u oído algo?”―, pero no tenían noticia de ellos. El cuerpo sin vida de su hija apareció en Mareny de Barraquetes, a 71 kilómetros de distancia. Su marido era el pasado 4 de marzo, cuando ella declaró, uno de los que seguían desaparecidos. Esther aseguró a la jueza que aún siente que “están allí, que están por volver”.
“¿Qué hago?”. Antonio llamó a su hijo Tomás pasadas las tres de la tarde porque estaba preocupado por la lluvia. Este lo tranquilizó inicialmente al decirle que ya estaba en casa, en La Torre (pedanía de Valencia de 4.800 habitantes), donde vivía con su novia. Sin embargo, cinco horas más tarde, el joven se puso de nuevo en contacto con su padre para decirle que estaba preocupado por el coche y las dos motos ―”su pasión”― que tenía en el garaje del inmueble. “Qué hago?? Lo subo arriba??”, le envió su hijo junto a fotos de los vehículos a las 20.17, minutos después de que la Generalitat hubiera enviado la alarma a los teléfonos móviles. “No sé qué puedes hacer”, fue la respuesta del padre. “Lo he subido arriba y aun así veremos”, le respondió Tomás. Fue su última comunicación. A partir de ese momento, Antonio intentó contactar por WhatsApp con él ―”llámame”, “supongo que estarás sin cobertura”, “estoy preocupado”― sin éxito. Su hijo y la novia de este habían muerto.
“Estoy desesperada”. Violeta vio a su padre Fernando con vida por última vez a las 16.20 de la tarde del 29 de octubre, cuando lo visitó en su casa. Dos horas y medias después habló por teléfono con él para advertirle de que el agua bajaba con fuerza por el barranco, aunque no le dieron importancia porque había pasado más veces. Sin embargo, según la situación empeoraba, la mujer comenzó a preocuparse ―”estaba desesperada porque el agua no dejaba de subir”― y a llamar y mandar mensajes a su padre sin respuesta. Mientras, su marido y su hija intentaban, sin éxito, llegar a la vivienda de Fernando. Los mensajes que envía a otra mujer revela su angustia también por ellos ―”mi hija y mi marido han desaparecido. Iban en coche”―. Estos finalmente pudieron ponerse a salvo. Su padre, no. El cadáver fue encontrado a 700 metros de la casa tras ser arrastrado por la riada que había colapsado la vivienda.
Preocupación tras la alerta. Manuel y su hijo Luis no pudieron contactar con Fernando, hijo y hermano respectivamente, aquel día. El segundo, tras recibir la alerta de la Generalitat en el móvil, se preocupó mucho porque sabía que en Pedralba, donde vivía su hermano, “suele llover mucho”. A pesar de que le telefoneó en varias ocasiones y le envió repetidamente mensajes de WhatsApp, no pudo contactar con él. El teléfono de su hermano ni daba tono de llamada ni recibía los mensajes. Luego supieron que Fernando había desoído a su pareja, quien le había pedido que fuera a Valencia, donde ella estaba. “No se esperaba lo que luego pasó, que llegó una ola de cinco metros a Pedralba”, relata Manuel. Al día, Luis y la pareja de su hermano llegaron a la casa, pero solo encontraron a la perrita. “Había muchas piedras, fango, cañas en la casa. Había agua a la altura de media pierna”, ha rememorado a la jueza. Dos días más tarde les comunicaron que habían hallado el cadáver. Estaba en la planta baja de la casa, en una estancia que servía de despensa, sepultado bajo escombros y lodo.
“Le entraba agua en el coche”. El día de la dana, a Luisa le quedaba un mes para ser abuela. Su hija Jésica, de 26 años, trabajaba en un polígono de Ribarroja conduciendo un camión y le faltaban solo dos días para cogerse la baja para el final del embarazo. Aquel día, Jésica llamó a su madre poco antes de las siete de la tarde para decirle que “le entraba agua en el coche, que se ahogaba”. Después se cortó la comunicación. No obstante, la joven pudo enviar un mensaje con su ubicación a otro familiar. Con ese dato, Luisa intentó llegar junto a su pareja a ese lugar, pero no lo lograron. A las 19.50 le volvió a llamar, pero “ya no daba señales de vida”. La mujer aseguró a la jueza que su hija logró salir del coche y subirse al techo de otro vehículo en el que estaban tres chicos, pero que un contenedor de mercancías golpeó a este y todos cayeron al agua. Los otros lograron salvarse, pero su hija, pese a saber nadar, no. Cuatro días después encontraron su cadáver. En su declaración ante la jueza, la mujer ofreció aportar los audios que su hija envió antes de morir a una amiga.
“Mi marido nunca abandonó a su hija”. Un garaje de Benetússer (Valencia, 16.322 habitantes) se transformó en una ratonera letal para la hija y el marido de María, de 60 años. A las 19.26 horas del día de la dana, 45 minutos antes de que la Generalitat enviara la alerta masiva a móviles para informar de la magnitud de la catástrofe, ambos familiares bajaron al aparcamiento para tratar de sacar su coche nuevo. “Pensaron que el vehículo estaría mejor arriba”, relató la víctima a la magistrada. Un minuto antes, una “lengua de agua marrón” había penetrado en la población. Y, en cuestión de segundos, la tromba inundaba el patio del edificio, donde el agua llegó a los 2,30 metros. María llamó al novio de su hija, pero el chaval no pudo entrar en la casa. Y, la madre, desesperada, bombardeó a llamadas al 112, a la Guardia Civil, a la Policía Nacional… “No me lo cogían”, lamenta. “A las 20.07 horas, cuando ya el agua alcanzaba el balcón del primer piso, la víctima atisbó la destrucción. “Había coches chocando, vehículos que golpeaban a las fincas y plantas bajas […] Una vecina estaba muy enfadada, pegando voces, le había sonado la alarma [el SMS de alerta que la Generalitat a las 20.11] y maldecía porqué [el mensaje] le había llegado tan tarde”. Tres días después, un equipo de buceadores de la Unidad Militar de Emergencias (UME) sacó del aparcamiento los cuerpos sin vida de los familiares de María. “Mi marido estaba junto a su hija. Él nunca la abandonaría”, zanja.
“Mi madre llegó a vomitar barro”. La madre de Sara estaba viuda y vivía con una asistenta que la cuidaba en una planta baja de Paiporta (Valencia, 27.144 habitantes). El día de la catástrofe, una vecina le dijo: “Súbete”. Le pidió que se desplazara a la primera altura del edificio. Una ola de agua cruzaba ya la población y el barranco del Poyo, detonante de la tragedia, se había desbordado. El marido de Sara fue a asistir a su suegra, que, para protegerse de las aguas rabiosas, había ya abandonado la planta baja. La tromba, sin embargo, desplomó el techo del edificio, sepultó en escombros a la anciana y desató el caos. “Mi madre estuvo horas mojándose entre agua, escombros, fango. Llegó a vomitar barro”, concluye la familiar de la víctima.
El policía que murió por bajar a “ayudar a los vecinos”. Sandra nunca asimilará la muerte de su marido a causa de la riada del pasado 29 de octubre. Policía portuario, atlético, corredor de maratones y bregado en pruebas de natación en mar abierto, como decenas de vecinos cometió el error letal de tratar de sacar su coche de un garaje de Benetússer, donde la gota fría segó la vida de 10 personas. Pasaban las siete de la tarde y, pese a que no llovía, por las calles de la localidad navegaban coches, furgonetas descontroladas y los vecinos pedían auxilio a gritos. Según varios testigos, una camioneta golpeó la cabeza del hombre y lo empujó violentamente al interior del aparcamiento. Su cuerpo fue rescatado al día siguiente. El hombre deja dos hijos, de 17 y 9 años. “Bajó a ayudar a los vecinos y no se pudo salvar él”, lamenta su viuda.
La riada se llevó a su familia: “Me dijeron que venía una patrulla. No llegó nadie”. Mariana perdió a su padre y a sus dos hermanos en la aciaga jornada. A las 17.30 horas de aquel día, casi tres horas antes de que el Ejecutivo autonómico enviara la alerta masiva a móviles, esta víctima recibió la primera llamada de desesperación de sus parientes. “Mi hermano me dijo que se estaba ahogando y me pidió que avisara al 112″, apunta en alusión a la centralita de atención de emergencias de la Generalitat, que registró casi 20.000 comunicaciones el 29 de octubre. “Llamé y me dijeron que venía una patrulla. No llegó nadie”, añade esta vecina de Xirivella (Valencia, 31.745 habitantes), donde el agua convirtió el municipio en un charco gigante. “Después de llamar, ya no volví a saber nada”.
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