Mis librerías

Siempre hay un lugar ideal para el refugio, para la nostalgia y para la alegría. En los días pasados y también en estos, gentes diversas pueblan altares e iglesias. Otros buscamos, hemos buscado, donde siempre todas esas cosas, en las librerías.

Mi primera librería estaba en mi ciudad natal. Solía acudir a ella dos veces por semana, acompañando a mi abuela que recibía allí sus revistas francesas. Estaba en la mitad de la calle coruñesa Estrecha de San Andrés, y se llamaba La Poesía, todo un anuncio personal. Ya no existe, claro, y tampoco otras que colmaron mi infancia y mi juventud: Colón, Molist, Lume…

La Barcelona de 1978 era toda ella una librería: Ancora y Delfín, Documenta, Cinc d’Oros y Herder, mis favoritas. Antes de que hubiera librerías con cafés y vinos, quedábamos en ellas para compartir el rito de la búsqueda y la elección del libro deseado. Existía también un bar librería, o una librería bar, el Cristal City, en el número 292 de la calle Balmes, muy cerca de la plaza Molina. Por allí era fácil encontrar al poeta y editor Carlos Barral y a José Agustín Goytisolo, Gil de Biedma, Gabriel Ferrater y otros escritores singulares

Las librerías no cierran nunca en la cabeza de uno mismo sobre todo cuando se es un «lletraferit» al decir de Barral. O eso nos creemos. Las librerías de nuestra vida se nos incrustan en el recuerdo para siempre y son una seña de identidad como un enamoramiento imperecedero. Así también Alberti en Madrid, y antes Follas Novas y Abraxas en Santiago, Canaima en Las Palmas de Gran Canaria, Los Siete Pilares en Buenos Aires, y las de la calle Cecil Court en Londres.

A mi primera librería, en mi ciudad natal, solía acudir dos veces por semana acompañando a mi abuela

En las librerías de mi memoria hay color, sabor y, sobre todo, olor. Por eso también recurro a ellas cuando las nieblas y los miedos, para recibir de nuevo las alegrías.

 Siempre hay un lugar ideal para el refugio, para la nostalgia y para la alegría. En los días pasados y también en estos, gentes diversas pueblan altares…  

Siempre hay un lugar ideal para el refugio, para la nostalgia y para la alegría. En los días pasados y también en estos, gentes diversas pueblan altares e iglesias. Otros buscamos, hemos buscado, donde siempre todas esas cosas, en las librerías.

Mi primera librería estaba en mi ciudad natal. Solía acudir a ella dos veces por semana, acompañando a mi abuela que recibía allí sus revistas francesas. Estaba en la mitad de la calle coruñesa Estrecha de San Andrés, y se llamaba La Poesía, todo un anuncio personal. Ya no existe, claro, y tampoco otras que colmaron mi infancia y mi juventud: Colón, Molist, Lume…

La Barcelona de 1978 era toda ella una librería: Ancora y Delfín, Documenta, Cinc d’Oros y Herder, mis favoritas. Antes de que hubiera librerías con cafés y vinos, quedábamos en ellas para compartir el rito de la búsqueda y la elección del libro deseado. Existía también un bar librería, o una librería bar, el Cristal City, en el número 292 de la calle Balmes, muy cerca de la plaza Molina. Por allí era fácil encontrar al poeta y editor Carlos Barral y a José Agustín Goytisolo, Gil de Biedma, Gabriel Ferrater y otros escritores singulares

Las librerías no cierran nunca en la cabeza de uno mismo sobre todo cuando se es un «lletraferit» al decir de Barral. O eso nos creemos. Las librerías de nuestra vida se nos incrustan en el recuerdo para siempre y son una seña de identidad como un enamoramiento imperecedero. Así también Alberti en Madrid, y antes Follas Novas y Abraxas en Santiago, Canaima en Las Palmas de Gran Canaria, Los Siete Pilares en Buenos Aires, y las de la calle Cecil Court en Londres.

A mi primera librería, en mi ciudad natal, solía acudir dos veces por semana acompañando a mi abuela

En las librerías de mi memoria hay color, sabor y, sobre todo, olor. Por eso también recurro a ellas cuando las nieblas y los miedos, para recibir de nuevo las alegrías.

 20MINUTOS.ES – Cultura

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