Palma salda su deuda con Miró con una gigantesca exposición repartida en cuatro escenarios

Por sorprendente que pueda parecer, la última exposición que Palma dedicó a Joan Miró fue en 1978. En la Llotja de Guillem Sagrera y en el Casal Solleric se mostraron 75 cuadros, valorados entonces en 2.000 millones de pesetas, que contaron con la vigilancia permanente de 10 agentes de seguridad. Desde entonces solo hubo silencio por parte de la ciudad en la que el genial y mundialmente reconocido artista vivió desde 1956 hasta su muerte, en la Navidad de 1983.

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 La última muestra del artista barcelonés en la capital balear había sido en 1978. Ahora su nieto espera que por fin se conozca la obra de un “rebelde con causa que nunca se dio por vencido”  

Por sorprendente que pueda parecer, la última exposición que Palma dedicó a Joan Miró fue en 1978. En la Llotja de Guillem Sagrera y en el Casal Solleric se mostraron 75 cuadros, valorados entonces en 2.000 millones de pesetas, que contaron con la vigilancia permanente de 10 agentes de seguridad. Desde entonces solo hubo silencio por parte de la ciudad en la que el genial y mundialmente reconocido artista vivió desde 1956 hasta su muerte, en la Navidad de 1983.

Nacido en Barcelona, en 1893, su conexión con Mallorca arrancó de niño, cuando pasaba los veranos en la casa de los abuelos. A poco de cumplir 36 años se casó con la mallorquina Pilar Juncosa y tuvieron una hija, Dolors. En Mallorca encontró además un espacio de creación y refugio perfectos, especialmente en el taller diseñado por su amigo Josep Lluís Sert.

'Chevaux en fuite par le vol de l'oiseau-terreur' (1976), óleo de Joan Miró, en Es Baluard Museu d'Art Contemporani de Palma.

Para compensar tantos años de olvido ante un artista generoso como pocos, todas las instituciones baleares se han implicado en la exposición Paysage Miró, que se abre al público este jueves en cuatro sedes: Es Baluard, Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca, Casal Solleric y La Llotja, todas en Palma. Una colaboración especial han tenido Joan Punyet Miró, nieto del artista y cabeza visible que gestiona su legado —que se llama Successió Miró—, y el Museo Reina Sofía, que ha prestado nada menos que 53 obras de las 117 que se exhiben junto al abundante material fotográfico y documental extraído de sus archivos. La muestra permanecerá abierta hasta después de noviembre, aunque cada sede tiene una fecha propia de clausura.

Una imagen de la exposición 'La guspira màgica' en la Fundación Miró de Palma de Mallorca, dentro de la iniciativa 'Paysage Miró'.

No hay un orden cronológico que aconseje el recorrido que conviene seguir por los diferentes espacios que conforman la exposición. Cada cual traza su recorrido personal en función de su gusto y tiempo. Pero hay un acuerdo entre los comisarios según el cual convendría empezar por La guspira màgica (Los chispazos mágicos), en la Fundación Pilar i Joan Miró, comisariada por su directora, Antonia María Perelló, y Patricia Juncosa, conservadora de la colección.

Aquí todo arranca con la versión escultórica en bronce de la algarroba que siempre llevaba Miró en su bolsillo a modo de amuleto. Cuando viajaba la protegía en un sobre dentro de la maleta y después caminaba con ella en el bolsillo de la chaqueta. De los paseos por el campo y junto a las playas, volvía siempre con algún tesoro: un esqueleto de caracola, un sarmiento, un trozo de rama de pino, unas plumas de ave. Cada uno de estos objetos solía ser depositado en el taller y, en el momento más inesperado, lanzaban un chispazo que desencadenaba la creación artística.

'Lettres et chiffres attirés par une étincelle' (1968), de Miró.

Los detonantes de su inmensa obra solían venir de la naturaleza, pero también estaban en los centenares de libros que leía, los poemas que disfrutó, en las partituras de su música favorita. Juncosa explica que el artista se acompañaba siempre de música durante los preparativos o en la investigación de la futura obra, pero cuando tenía la idea clara apagaba el tocadiscos y echaba las cortinas.

La fuerza del algarrobo

En un juego cómplice con los visitantes, cada uno de los 12 rincones en los que se divide la exposición contiene una cita de Miró relacionada con las obras que la rodean. Del algarrobo escribe que sus raíces son como sus pies, que se adentran en la tierra y ese contacto le da una fuerza enorme. Más adelante, ante un extraño objeto, escribe: “Lo que busco es la tensión espiritual. La encuentro en la poesía, en la música, en la arquitectura, en mis paseos cotidianos, en ciertos ruidos”. Ya casi al final, el juego propone buscar obras relacionadas con la idea más básica de Miró: “Reencontrar la mirada primitiva, la mirada salvaje, la mirada virgen”.

Una imagen de la exposición 'Pintar entre las cosas' en el museo Es Baluard de Palma de Mallorca, dentro de la iniciativa 'Paysage Miró'.

De los chispazos que explican su manera de crear una ingente obra (firmó más de 11.000), la exposición puede proseguir por Es Baluard, donde el director, David Barro, ha reunido las obras que muestran al Miró más radical, la producción de un hombre de 80 años que no se conformaba con el éxito y que era capaz de reinventarse sin miedos.

El recorrido, titulado Pintar entre las cosas, arranca con dos telas fechadas en 1973, colgadas de la manera contraria a la que habitualmente se exponen. Es una propuesta con la que el comisario habla del afán experimentador del artista, que le llevó a querer “asesinar la pintura” quemando cinco lienzos. “Miró lo cuestiona todo y abraza la incongruencia, lo aparentemente incompatible. Por eso llegará a quemar y rasgar algunas de sus telas”, explica Barro, quien equipara esa quema con la reducción a bolas de colores de algunos de sus cuadros de principios de los setenta.

'Paysage de Mont-roig' (1916), óleo de Joan Miró, en Es Baluard Museu d’Art Contemporani de Palma

El color y su sombra

La siguiente parada estudia su relación entre la pintura y escultura. Titulada El color y la sombra, está en el Casal Solleric y ha sido comisariada por Fernando Gómez de la Cuesta, director de ese espacio. Las grandes salas del palacio permiten elaborar círculos concéntricos y prescindir del orden cronológico para hacer ver al visitante que la intención de Miró fue siempre transformar la mirada del espectador.

En opinión del comisario, las esculturas de Miró tienen mucho que ver con las pinturas más gráficas, aquellas en las que el soporte parece sin preparar, las más austeras, pero de gran belleza plástica, como se advierte en muchas de las obras expuestas en el Casal Solleric. Lejos de revelar el misterio, Miró lo expande para mantener al espectador en una encrucijada, entre lo que se interioriza y lo que sobrevive en la superficie, lo que queda entre paréntesis, el espacio como ausencia pura capaz de permitir todas las presencias.

Una imagen de la exposición 'El color y su sombra' en el Casal Solleric, dentro de la iniciativa 'Paysage Miró'.

El colofón para este viaje mironiano se titula La fuerza inicial y tiene como escenario La Llotja, la vieja sede del Colegio de Mercaderes y vecina del Consolat, donde radica el Gobierno insular. Carmen Fernández Aparicio, conservadora de Escultura del Reina Sofía, ha instalado una docena de esculturas negras de gran formato. En las cartelas se explica que en la década de 1940 Miró realizó un conjunto de pequeñas esculturas modeladas, sobre todo de figuras femeninas de formas masivas y apegadas a la tierra, como las venus primitivas; también, cabezas y dos figuras de pájaros.

Fue un primer abordaje de la escultura que coincidió con su primera colaboración con el ceramista Josep Llorens Artigas, y que continuó de forma rigurosa y constante a partir de 1956 en el nuevo taller en Mallorca. Entonces lleva al bronce y en tamaños agrandados algunas de las obras producidas en los años cuarenta, como Oiseau lunaire (1966), Oiseau solaire (1966) o Maternité (1973), presentes en esta exposición, con ecos de los siurells, figuras artesanas atávicas.

En la víspera de la presentación oficial de la exposición, Joan Punyet Miró, nieto del artista, no pudo reprimir la alegría que le produce la celebración de un proyecto que la ciudad tenía pendiente con su abuelo. Recuerda que Miró donó sin pedir nada a cambio sus tres talleres en Palma y el Mas de Mont-Roig, y que antes creó y dotó la fundación de Barcelona. Añade que su abuela Pilar mandó las dos mejores telas que consiguió para que acompañaran al Guernica en su vuelta a España porque Picasso fue uno de sus mejores amigos y debía estar a su lado.

Una imagen de la exposición 'La fuerza inicial', en la Llotja de Palma de Mallorca, dentro de la iniciativa 'Paysage Miró'.

Joan Punyet considera incomprensible que hasta ahora no se haya dedicado a su abuelo una gran exposición en Palma, cuando todo el tiempo se puede disfrutar su obra en lugares como Tokio o Washington, por poner dos ejemplos. Recuerda que en la muestra de 1978 estuvieron los reyes eméritos (Felipe VI y Letizia están ahora en la isla, pero no asistirán) y asegura que Juan Carlos I y Joan Miró se llevaban muy bien. “Hay políticos que no se han enterado de que el turismo de sol y playa ha terminado. Hay que pensar en atraer a la gente con otros motivos, por ejemplo, la cultura”.

También explica que su colaboración ha consistido en “picar piedra”, en ayudar a conseguir las obras que necesitaban los comisarios y en abaratar los seguros y transportes. Gracias a ello, una exposición como esta, con obras de valor incalculable, no ha pasado de los 300.000 euros, según los organizadores.

Joan Punyet Miró, nieto del pintor y uno de los promotores de 'Paysage Miró', posa con una de las obras de su abuelo.

¿Qué recuerdos guarda de su abuelo? Punyet Miró contesta que sus hermanos mayores, David y Emilio, fallecidos muy jóvenes, tuvieron un trato más directo con él. “A veces les dejaba poner las manos sobre un cuadro. A mí no. Él era taciturno, introspectivo. No muy abierto con la gente. Se le conocía más como el marido de Pilar que por él mismo. Mi abuela era un ángel de la guarda. Si le tocaba hacer de abuelo, lo hacía, pero sin pasión. Ahora, como artista era extraordinario. Siempre fue un rebelde con causa que nunca se dio por vencido ni vendió su alma al diablo”.

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