En mi eremita vejez me acompaño de recursos apocalípticos como el de Ferré: “Ya no queda nada”; o confesiones patéticas como la de Moustaki: “Nunca estoy solo con mi soledad”; o la Cohen: “Siempre estoy solo en mi vida secreta”. Con tales antecedentes líricos me enfrento a una serie Los años nuevos (Movistar Plus+), firmada por un individuo inquietante y abarrotado de talento, que se llama Rodrigo Sorogoyen. De él vi la muy poderosa serie Antidisturbios y dos películas llenas de furia y complejidad: El reino y As bestas. Hay otras suyas que no las soporto, que me ponen de los nervios.
¿Cuál es mi problema respecto a la vida de esos treintañeros de ‘Los años nuevos’? Pues que me importan lo justo, o menos
En mi eremita vejez me acompaño de recursos apocalípticos como el de Ferré: “Ya no queda nada”; o confesiones patéticas como la de Moustaki: “Nunca estoy solo con mi soledad”;o la Cohen: “Siempre estoy solo en mi vida secreta”. Con tales antecedentes líricos me enfrento a una serie Los años nuevos(Movistar Plus+), firmada por un individuo inquietante y abarrotado de talento, que se llama Rodrigo Sorogoyen. De él vi la muy poderosa serie Antidisturbios y dos películas llenas de furia y complejidad: El reino y As bestas. Hay otras suyas que no las soporto, que me ponen de los nervios.
Y amigos cuyas opiniones me parecen fiables me cuentan que la última entrega de Sorogoyen es la hostia de buena. Para nada, según mi loca opinión. Reconozco un talento superior pensando y filmando las escenas de sexo, absolutamente creíbles, algo que está prohibido por la triunfante inquisición de tantas cazadoras y cazadores de brujos. El primer y entusiasta polvo entre los desconocidos es una obra de arte. También los siguientes, cuando estos ya son pareja. Incluso la patética paja en un hotel de Berlín cuando los días de vino y rosas se están acabando.
¿Y cuál es mi problema respecto a la vida de esos treintañeros que celebran continuamente el año nuevo? Pues que me importan lo justo, o menos, o una mierda. Y soy testigo de sus jugueteos, de sus claudicaciones, de sus engaños evidentes o subterráneos, de su amor y de su desamor, de sus subidas y de sus bajadas, de la gente que les acompaña. Pero es que paso de vuestra existencia, es que me caéis fatal. Y os entiendo. A mí también me gustaron mucho las drogas. Y queréis parecer auténticos, aunque para mí seáis unos modernos. Yo me entiendo.
Es muy bueno el capítulo que refleja la cena familiar en la Nochevieja. Y sé también de broncas con mi pareja, muy colocados ambos en un amanecer berlinés. A la actriz que interpreta a la antigua camarera le encuentro cierto morbo. Continuaré en diciembre con los últimos cinco capítulos de ese amor y lo que hace con él el tiempo. Sospecho que el futuro de esa pareja va a ser sombrío, o simplemente lógico. Suena en la serie esa canción de mis amados Chunguitos que contaba: “Hiciste la maleta sin decirme adiós. Ay, qué dolor, ay, qué dolor”. Pero también suena y hay más referencias a Nacho Vegas. A ese fulano no le aguanto, ni a sus admiradores. Maníaco que es uno.
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