En el escenario, Steven Pinker va dándole al botón de su mando para pasar diapositivas: con un gráfico tras otro, muestra que, aunque cueste creerlo, la Humanidad ha vivido un progreso imparable que tendría que convertir en optimistas hasta a los más fatalistas. Pero la realidad es terca, y las guerras que asolan el mundo, la incertidumbre económica y la incerteza política ante una cita tan trascendental como las elecciones de EE UU hacen que las bondades del progreso sean difíciles de ver. Este profesor de Harvard de 70 años, nacido en Montreal y afincado en Boston, uno de los grandes exponentes de la psicología cognitiva —autor de superventas como Los ángeles que llevamos dentro (Paidós, 2011) o En defensa de la Ilustración (Paidós, 2018)— se resiste al pesimismo. Tanto en el entorno digital —donde recibió un alud de críticas por, entre otras cosas, su relación con el abogado de Jeffrey Epstein— como en el real, donde el mundo se acerca a la gran incógnita de qué ocurrirá si vuelve a gobernar Donald Trump. Su fórmula contra el fatalismo es confiar en los datos y renunciar a la perfección: “Si buscas la utopía, inevitablemente reprimirás a la gente”. La entrevista tuvo lugar durante el congreso World in Progress celebrado en Barcelona.
El ensayista y profesor de Harvard, referente de la psicología cognitiva, analiza la propagación de mentiras en la campaña de EE UU: “La gente tiende a aceptar mitos que hacen quedar bien a su tribu y mal a la otra”
En el escenario, Steven Pinker va dándole al botón de su mando para pasar diapositivas: con un gráfico tras otro, muestra que, aunque cueste creerlo, la Humanidad ha vivido un progreso imparable que tendría que convertir en optimistas hasta a los más fatalistas. Pero la realidad es terca, y las guerras que asolan el mundo, la incertidumbre económica y la incerteza política ante una cita tan trascendental como las elecciones de EE UU hacen que las bondades del progreso sean difíciles de ver. Este profesor de Harvard de 70 años, nacido en Montreal y afincado en Boston, uno de los grandes exponentes de la psicología cognitiva —autor de superventas como Los ángeles que llevamos dentro (Paidós, 2011) o En defensa de la Ilustración (Paidós, 2018)— se resiste al pesimismo. Tanto en el entorno digital —donde recibió un alud de críticas por, entre otras cosas, su relación con el abogado de Jeffrey Epstein— como en el real, donde el mundo se acerca a la gran incógnita de qué ocurrirá si vuelve a gobernar Donald Trump. Su fórmula contra el fatalismo es confiar en los datos y renunciar a la perfección: “Si buscas la utopía, inevitablemente reprimirás a la gente”. La entrevista tuvo lugar durante el congreso World in Progress celebrado en Barcelona.
Pregunta: Todos sus gráficos muestran que el mundo efectivamente progresa, pero cada día seguimos matándonos entre nosotros y sigue habiendo pobreza.
Respuesta: No hay razón para pensar que el universo tiene un interés benévolo hacia el bienestar humano. Por naturaleza, las cosas tienden a ir peor. Por muchas razones. Una es la ley de la Entropía: si lo dejas solo, todo se desordena y empeora. Otra es la evolución: la naturaleza es un sistema competitivo y otros organismos evolucionan constantemente para derrotarnos, y así tenemos las pandemias. Otra razón es la propia naturaleza humana: no evolucionamos para ser perfectamente racionales y cooperativos, tenemos muchos sesgos cognitivos. Razonamos desde la anécdota, no desde la evidencia, y siempre pensamos que tenemos razón. Así que la pregunta no es por qué el progreso no ha solucionado todos los problemas, sino cómo ha sido posible que haya habido progreso.
P: ¿Y cómo ha sido?
R: Porque los humanos, con todos nuestros sesgos cognitivos, tenemos raciocinio y hemos creado instituciones como las universidades, los gobiernos democráticos o el periodismo responsable para tratar de reducir errores y promover la verdad. El progreso es una batalla constante entre las fuerzas del desorden y la destrucción y la racionalidad y la empatía humana.
P: Estamos ante las elecciones de EE UU, y durante la campaña han abundado las mentiras y los insultos. ¿La gente quiere creer en mentiras?
R: Nadie quiere ser engañado en su día a día. Pero cuando se trata de un universo más amplio, la vida pública, la política, la historia o la ciencia, intuitivamente la gente no cree lo que uno determina como la verdad. Porque en casi toda la historia de la Humanidad no se ha podido: no había buenos registros históricos, ciencia, datos o herramientas estadísticas. La gente, fuera de su día a día, tiende a aceptar mitos que hacen quedar bien a su tribu y mal a la otra. Las universidades, los periódicos y las instituciones tienen las herramientas para determinar la verdad, pero para la mayoría de gente no es psicológicamente natural. Así que creen cualquier historia que les haga sentir bien.
P: ¿Qué ocurrirá en las elecciones?
R: Está demasiado ajustado. No sería bueno que Trump ganase, significaría que EE UU sería menos líder en la lucha contra el cambio climático, apoyaría menos el orden internacional que penaliza agresiones como la de Rusia en Ucrania, habría menos comercio.
Steven Pinker, referente de la psicología cognitiva, en Barcelona.Gianluca Battista
P: Tenemos la guerra de Ucrania y la de Gaza. ¿Hay impunidad en las agresiones?
R: También hay guerras muy destructivas en Etiopía y Sudán, pero el mundo tiende a no valorar las vidas de los africanos. La gente es naturalmente más empática hacia su propia comunidad, y puede llegar a ser indiferente ante el sufrimiento de los otros. Prefiero el uso de los datos antes que el de las noticias, porque los datos son más morales. El valor de la vida humana es la última virtud moral, pero hay alternativas, como el nacionalismo o las doctrinas religiosas. Cuando en el mundo tienes actores como Putin o Hamás, tienes el dilema de cómo lidiar con ellos. ¿Cómo neutralizas amenazas a la vida humana sin causar más pérdidas de vidas humanas?
P: Y luego está el entorno digital, cada vez más tóxico. ¿Se puede tener una conversación digital sana y preservar la libertad de expresión?
R: Sí, requiere priorizar la libertad de expresión, pero también las instituciones de la verdad y la verificación. La mayoría de cosas que se dicen no son verdad, la verdad es rara. Solo se consigue mediante las instituciones, la ciencia, el periodismo, hasta Wikipedia, un proyecto colaborativo que tiene entre sus pilares la objetividad. Si no, si cada uno puede decir lo que quiera, no habrá un sitio donde haya verdad. Pero si reprimimos la expresión, si es el gobierno el que decide qué es lo correcto, también es falible.
P: ¿Qué aprendió de las críticas que recibió en Twitter?
R: Que es muy fácil movilizar a la turba. Hay una tendencia humana para encontrar chivos expiatorios y villanos. Los principios de la ciencia, la democracia y la justicia son muy poco intuitivos y es muy fácil para la gente no entenderlos.
P: ¿Por eso la gente es más fatalista ahora?
R: La única manera de solucionar los problemas es ser consciente de los peligros, los desastres, las injusticias y los sufrimientos. Pero al mismo tiempo, tendríamos que tener la confianza de que los problemas del pasado se solucionaron. Claro, las soluciones crean nuevos problemas, no existe la perfección ni la utopía, pero puede haber progreso. Y tenemos que ser conscientes de que las instituciones que han permitido el progreso son las que han solucionado los problemas en el pasado y pueden solucionar los del presente.
P: ¿Vivimos un tiempo del renacer de las utopías?
R: Cada facción política tiene la suya, mira la derecha populista de Trump con su Make America Great Again. Yo me opongo completamente a la idea de que puede haber una utopía, porque las soluciones de compromiso son inevitables. Si buscas la utopía, inevitablemente reprimirás a la gente. Si crees que las cosas pueden ser infinitamente buenas para siempre, entonces quien no esté de acuerdo es el peor de los villanos, y justificarás su represión por tu visión de la perfección. Entender que la utopía es imposible, porque no puede haber perfección, es lo que permite que haya pluralismo, tolerancia y democracia. Algunas de las utopías han llevado a las peores atrocidades de la Historia, como la China maoísta o la Rusia soviética. En Estados Unidos, el movimiento neoconservador cree que todo fue a peor con la Ilustración, y que hay que volver a normas más duras, a la Iglesia como proveedora de valores morales y estabilidad, y a comunidades más cerradas. Esas comunidades de las que la gente hace 100 años quería huir desesperada. El progreso es muy diferente de la utopía: progreso significa mejor, no perfecto. Porque es peligroso buscar la perfección.
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