Tadej Pogacar ha encargado unas camisetas para conmemorar su debut el domingo en la París-Roubaix, la carrera terrible que a sus ojos no es más peligros que un domingo en el campo, paisaje bucólico, pastores guiando a cabras que triscan entre las piedras, chicos sonrientes en bicicleta, flautas dulces, versos de Virgilio, “silvestres sones con tu caramillo tocas”.
El crack esloveno debuta en el Monumento del terrible pavés en un nuevo duelo con Mathieu van der Poel una semana después de su victoria en el Tour de Flandes
Tadej Pogacar ha encargado unas camisetas para conmemorar su debut el domingo en la París-Roubaix, la carrera terrible que a sus ojos no es más peligros que un domingo en el campo, paisaje bucólico, pastores guiando a cabras que triscan entre las piedras, chicos sonrientes en bicicleta, flautas dulces, versos de Virgilio, “silvestres sones con tu caramillo tocas”.
¿El infierno? El infierno son los otros, dirá el esloveno que sobre los adoquines flota, pedalea con esmoquin blanco, sin desastrarse, sin sudar casi, sin mancharse. Una aparición sobre una bicicleta blanca de anchos neumáticos que se propone el domingo —260 kilómetros, 55 de ellos de pavés dividido en 30 tramos más o menos difíciles, y tres con cinco estrellas, “extremadamente difíciles”: Arenberg, Mons-en-Pévèle y El Carrefour de l’Arbre— transformar el infierno que a tantos espanta mucho y atrae más, en un paraíso terrenal, un jardín de las delicias sin monstruos, placentero Edén.
La París-Roubaix fue un viaje al infierno en 1919, terminada la guerra del 14 que hizo del norte de Francia una colección de ruinas y de cementerios, llanto y un dolor sin fin creado por los sinvergüenzas de patriotismo, y los ciclistas las atravesaban por sus viejas rutas militares de pavés, barro, viento, dando botes y sufriendo el dolor del paisaje y la rabia de sus músculos. Nació la leyenda del Infierno del Norte, la reina de las clásicas, que se escribía con versos de Dante y condenación. Lodo y polvo que los pueblos de la región, cuenca minera e industria textil en crisis, paro, pobreza, lucharon por quitarse de encima, y el ruido de los coches al pasar en los años 50 y 60, cada vez más, por las carreteras de piedras. El asfalto que cubrió los adoquines hizo de la París-Roubaix una clásica burguesa en los años 50. El trabajador se pasaba al coche como símbolo de estatus, ganaban rodadores como Peter Post a más de 45 por hora, y Rik van Looy volaba. Por entonces, mediados los años 60, el pavés, que al principio pavimentaba la casi totalidad del recorrido, estaba reducido a 22 kilómetros de los más de 260.
En mayo del 68, el pavés fueron las barricadas de París, pero un mes antes, Jean Stablinski, minero en el subsuelo de Arenberg, le había devuelto el protagonismo en la carrera logrando que se desviara el recorrido tradicional para atravesar por una carretera recta de 2.400m, con más socavones que adoquines (14 centímetros de largo, ocho de ancho, 20 de alto) de granito bretón azul, el bosque en oscuro, polvo negro de carbón negro cubriendo las hojas de los robles. Y los fresnos, en el que los mineros buscaban setas, el lago formado por el hundimiento del terreno en el que pescaban, los prados en los que en mayo recogía lirios del valle, ramitos de muguet. Como arqueólogos afanosos, los campesinos desenterraron carreteras asfaltadas, despertaron a las piedras que había debajo y la París-Roubaix descubrió año tras año nuevos tesoros: Mons-en-Pévèle, el Carrefour de l’Arbre, la santísima trinidad, con cuya conquista se hicieron grandes Eddy Merckx, Francesco Moser, Roger de Vlaeminck, Van Hooydonck, Duclos Lassalle, Johan Museeuw, Fabian Cancellara, Tom Boonen, Peter van Petegem. Y Mathieu van der Poel, con quien la París-Roubaix volvió a ser el infierno, ay de aquellos que caigan, pobres, el único infierno del que se puede regresar.
La carrera unía al ciclismo con sus raíces en la clase trabajadora, en la libertad, con un pasado que no se puede idealizar, pero en él está arraigado, si hasta hay un tramo que ha llegado desde una antigua calzada romana, y Pogacar, con su sonrisa, su estilo, su audacia, su rivalidad única de colegas íntimos con Van der Poel, y con su bicicleta, quiere unirlo al futuro, a la nube que nos envuelve en su red.

Los mitos del pasado heroico mostraban al final su rostro abandonado, su mirada perdida, casi desmayados, en las duchas de granito del velódromo ante fotógrafos y periodistas que alababan su dureza, y su orgullo. Agua fría y jabón en pastilla para borrar de su cuerpo los estigmas, las medallas recibidas en su viaje a los infiernos, la máscara de barro, el maquillaje de polvo los días secos, y polvo escupido desde los pulmones. La imagen la cambiará Pogacar, como en los últimos años también había empezado a cambiarla Mathieu van der Poel, ganador las dos últimas ediciones, la 120ª y la 121ª, de una carrera nacida en 1896, cuando los primeros Juegos Olímpicos, cuando la bicicleta era un invento recién llegado para liberar al hombre y la mujer. Mejillas sonrosadas, mirada limpia, clara, juvenil. Como ellos, siguiendo la senda del nuevo ciclismo, el gigante Pippo Ganna, que dice que pedalear en la recta de Arenberg es como entrar en una lavadora, tanto traqueteo, el belga Wout van Aert, el danés Mads Pedersen, heraldos del nuevo ciclismo: bicis diseñadas en laboratorios como sus entrenamientos de laboratorio y su nutrición. Pero su corazón es humano. No son guerreros. Son atletas.

Y Pogacar es el mejor de todos ellos. La mente más abierta para abrazarse a nuevas formas de preparación —horas de core, de pesas, entrenamiento digestivo, entrenamiento en calor—, para adaptarse a cada carrera, para dar la bienvenida a cualquier novedad tecnológica.
En su equipo explican que no se ha programado un entrenamiento específico para Roubaix, ya que de entrada, el esloveno, de 26 años, solo pensaba en correr en Flandes, donde ganó hace una semana. Pero, partiendo del principio de que los tramos de pavés de la prueba francesa no son más que los montes flamencos estirados, y que sobre ellos es casi igual de imposible aprovecharse de ir a rueda, su capacidad única, arrasadora, para aplicar todos sus cientos de vatios, más de siete por kilo, en esfuerzos de cinco minutos, y lo hace como quien disfruta de un paseo, una mariposa en primavera, 64 kilos entre cachalotes de hasta 90, que, aunque llueva ni se ensucia, será de nuevo determinante en los caminos del Norte. Y por si fuera necesario un poco de pendiente existe el falso llano tras girar en Mons-en-Pévèle (fragmento 11, es decir, solo quedan 10 y 45 kilómetros; como las curvas de Alpe d’Huez, en Roubaix se hace cuenta atrás: Arenberg es el 19, a 93 kilómetros del velódromo, y el Carrefour de l’Arbre y su bistró con ostras, el 4, a 15 kilómetros), el lugar favorito de Cancellara para torturar a Boonen, y siempre sopla viento.
Para convertir las piedras desiguales, resbaladizas con el rocío de la mañana, traicioneras, no en asfalto, sino en seda, durante varios años, a finales del siglo pasado, los ciclistas transformaron sus bicis en monturas de mountain bike ridículas y pesadas, con suspensiones. Un día, ya entrado el siglo XXI, el sabio Fabio Baldato le dijo a Juan Antonio Flecha, el único ciclista español que ha seducido al Infierno, “déjate de suspensiones, mete un tubular de 25mm y ya verás”. Esa anchura, una exageración entonces, es estrecha ahora. En las carreras cotidianas la anchura estándar es 28. Gracias a los frenos de disco se pueden poner neumáticos más anchos, y los que se fabrican ahora son muy buenos, y Pogacar, que siempre ha amado la comodidad, siempre pionero, y su maestro en el UAE es también Baldato, usará neumáticos de 35 milímetros en la Colnago que estrena. “Con neumáticos anchos te ahorras el peso de las suspensiones y logras la misma adaptación a las piedras y pinchas menos aunque la presión no sea la máxima”, explica Torgny Fjeldskaar, diseñador de bicicletas. “Pasando de 25 a 28 casi duplicas el volumen, imagina con 34, 35 o 36. Tienes un montón de aire. Pierdes un poco la sensación de tener una bici que acelera rápido, pero con todo lo que se mide hoy, la verdad es que la resistencia en carreteras normales son muy buenos estos nuevos neumáticos. Los fabricantes hacían los test en velódromo pista con neumáticos de 19, cuando las carreteras siempre son más rugosas”. Para ser más efectivos en el pavés, los neumáticos anchos no pueden ir muy hinchados, y los neumáticos con poco aire son lentos en asfalto. Los del Visma usan un sistema llamado Gravaa, que les permite subir y bajar la presión de los neumáticos a voluntad apretando unos pulsadores en el manillar. El principio es sencillo: en el buje de la rueda hay una minibomba que funciona con la energía de la propia rueda. Mediante una manguera que va hasta la válvula, se aumenta o disminuye la presión sobre la marcha. Sin cartuchos de CO₂, sin baterías y, sobre todo, funciona de forma muy fluida y rápida.
Los dos favoritos, the men of the spring, son Van der Poel y Pogacar: Si gana el príncipe holandés, la belleza en bicicleta, sería el primero que se impone en el velódromo de Roubaix tres veces seguidas desde Moser en 1980, dejaría en 2-1 su resultado con el esloveno en los Monumentos, y empataría con él a ocho en total. Si se impone el caballero blanco orlado de arcoíris, sería el primer ganador de Tour en activo que lo hiciera desde Bernard Hinault en 1981 (y desde 1950 solo lo han conseguido además Fausto Coppi, Louison Bobet y Eddy Merckx, dos veces), y se auparía a la tercera plaza en el ránking de ganadores de Monumentos, empatado a nueve con Coppi, Constante Girardengo, y Sean Kelly. Por encima, solo dos belgas, Roger de Vlaeminck (11) y Merckx, inalcanzable con 19. Y, claro, acabaría demostrando que eso de Infierno era una exageración, que Dante está sobrevalorado, que vivan los pastorcillos.
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