Cuando tuvo que enfrentarse a lo intangible, Christopher Storer compuso una tercera temporada para The Bear (Disney +) que se diluía, de la más brillante de las maneras posibles, en un artefacto artístico de un nivel nunca antes imaginado para el medio televisivo y la envergadura de una serie que, aunque de culto, cuenta con una cantidad considerable de espectadores. Y la apuesta continúa alta en su regreso. Cada decisión es cada vez la más arriesgada y la más poderosamente adecuada, y aun así del todo imprevisible. The Bear es un barco a la deriva que, poco a poco, va recuperando el norte. Y el alma del mismo no es única por más que Carmen Berzatto (Jeremy Allen White) parezca estar al timón. Y he aquí aquello en lo que no deja de explorar The Bear, sus personajes, su condición de mecanismo coral, una ópera de situación, que esta vez tiene otro destino.
La cuarta temporada de la serie que protagoniza Jeremy Allen White transita un territorio nuevo: el de la aceptación, y el abandono del yo incomprendido en pos de la obra común y una generosidad capaz de volverte invencible
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
La cuarta temporada de la serie que protagoniza Jeremy Allen White transita un territorio nuevo: el de la aceptación, y el abandono del yo incomprendido en pos de la obra común y una generosidad capaz de volverte invencible


Cuando tuvo que enfrentarse a lo intangible, Christopher Storer compuso una tercera temporada para The Bear (Disney +) que se diluía, de la más brillante de las maneras posibles, en un artefacto artístico de un nivel nunca antes imaginado para el medio televisivo y la envergadura de una serie que, aunque de culto, cuenta con una cantidad considerable de espectadores. Y la apuesta continúa alta en su regreso. Cada decisión es cada vez la más arriesgada y la más poderosamente adecuada, y aun así del todo imprevisible.The Bear es un barco a la deriva que, poco a poco, va recuperando el norte. Y el alma del mismo no es única por más que Carmen Berzatto (Jeremy Allen White) parezca estar al timón. Y he aquí aquello en lo que no deja de explorar The Bear, sus personajes, su condición de mecanismo coral, una ópera de situación, que esta vez tiene otro destino.
Recapitulemos un poco. Cuando The Bear dio comienzo, los hermanos Berzatto —Carmen y Sugar (Abby Elliot) y su primo cercanísimo Richie (Ebon Moss-Bachrach en el papel de su vida), se han quedado a cargo de The Beef, un desastroso local que sirve los mejores bocadillos de Chicago. Mickey, el hermano que lo dirigía, se ha suicidado, y la pequeña familia disfuncional —que ha sufrido la alcoholemia y la crueldad durante años del único progenitor al frente, la madre, Donna (Jamie Lee Curtis en estado de gracia supremo)— choca de frente con un duelo insoportable. A la fase de negación (y ansiedad, y destrucción) inicial, sigue la ira —ese fascinante capítulo de comida navideña del pasado y todo lo que le rodea en el presente: Peces—, y algún tipo de negociación y la intangibilidad de los sentimientos con la que Storer hizo arte la temporada pasada.

En aquella tercera entrega, por fin se puso en marcha el restaurante The Bear, el sueño postergado de Carmen —su talento es infinito, o aún lo parece—, y la promesa que le hizo al hermano perdido —tener un restaurante juntos: el puesto de bocadillos de Mickey se mantiene junto a la alta cocina que sirven en el comedor, y es, curiosamente, lo único que funciona—. ¿Y qué ocurre en esta? Que el sueño choca con la realidad. Porque nada estaba ajustado. Nada era realista. ¿Cinco ingredientes por plato? ¿En una cocina en la que no hay orden, y se discute, porque aún nada encaja? Si la empatía —entender qué lugar ocupas en el grupo cuando el grupo se quiere a rabiar aunque sea incapaz de admitirlo— era el eje sobre el que se movía la trama en la anterior temporada, en esta lo es el orden, y la aceptación, algún tipo de despertar.
No es solo que Carmen dé pasos de gigante —y recuerden todo lo que tenía pendiente, empezando por la llamada a Claire (Molly Gordon), la chica que le gusta, y que le quiere, que hizo pedazos cualquier cosa entre ellos— en una dirección que le acerca a la persona en la que se estaba convirtiendo antes de que pasara lo de Mickey. No. Es que a la vez los está dando en dirección a alguien que no ha sido aún. Alguien mejor porque, por fin, ha entendido que, cuando las cosas no funcionan, debes cambiarlas, y que eso te incluye a ti, y a la manera en que te has estado comportando hasta ese momento. Y lo ha aceptado. Y eso está produciendo cambios a su alrededor. La tormenta ha pasado para todos, se ha instalado la calma. Y desde la calma, Syd (Ayo Edebiri), empieza a jugar, de verdad, con su talento —quién sabe si superior al de Carmen—, y lo disfruta.
Y no solo eso. Porque el barco, pese a todo, se hunde —hay números rojos y una cuenta atrás para el cierre si no se remonta—. Aunque las disculpas, y la empatía que se trabajó en la tercera temporada, están creando un auténtico equipo, que piensa en el restaurante como en una obra en marcha, una creación que les necesita, y ante la que los egos deben desaparecer —como en cualquier acto de crianza—, y todo lo que debe volver a importar —y se repite a menudo— es que el restaurante es el lugar al que vamos para ser felices por un rato. Richie lo entendió todo a la primera en el exigente restaurante de la chef Terry —los inolvidables capítulos de Olivia Colman—. Ser feliz consiste también y sobre todo en hacer feliz a los demás. He aquí el destino de este nuevo asalto de The Bear. Un caballo de Troya destellantemente exquisito en estos turbulentos y egocéntricos años 20 del siglo XXI.
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Sobre la firma

Laura Fernández es escritora. Su última novela, ‘La señora Potter no es exactamente Santa Claus’ (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.
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