Los eternos adolescentes que disfrutan de su agonía existencial encerrados en la habitación, sobre la cama, mientras suena la voz de Robert Smith, saben que detrás de cada canción aparentemente lúgubre de The Cure hay una palmada en la espalda y un mensaje de ánimo.
La banda de Robert Smith presenta su nuevo álbum, ‘Songs of a Lost World’, en un único concierto en Londres
Los eternos adolescentes que disfrutan de su agonía existencial encerrados en la habitación, sobre la cama, mientras suena la voz de Robert Smith, saben que detrás de cada canción aparentemente lúgubre de The Cure hay una palmada en la espalda y un mensaje de ánimo.
La banda, que perdura como el símbolo definitivo de la onda siniestra y el afterpunk inglés de hace ya más de cuatro décadas, arrancó este viernes su único concierto del año, en la legendaria sala londinense Troxy, con Alone, el tema estrella de su nuevo disco, Songs Of a Lost World. Una maravillosa balada crepuscular en la que Smith, de 65 años, comienza a afrontar su fase vital: “Este es el final de cada canción que cantamos en soledad”, dice al principio.
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Pero casi tres horas después de un directo intenso, impecable y generoso, la banda se despide de sus miles de seguidores con el Boys Don´t Cry, el himno con el que toda una generación de renegados e inadaptados aprendió a enfrentarse con la vida. Hay que cerrar los ojos. Mantenerlos un buen rato cerrados y limitarse a escuchar la voz, igual de fresca, con el mismo tono melancólico, preciso y cómplice de hace casi cuarenta años, para entender por qué The Cure sigue llenando salas.
Cientos de miles de personas pudieron además seguir la actuación por el canal de YouTube de la banda, donde sigue colgado.
Robert Smith, líder de The Cure, en el concierto en la sala londinense Troxy, el 1 de noviembre de 2024.@tmpllnt @shotbyphox
Robert Smith, el núcleo permanente de un grupo cuyos componentes no han dejado de rotar —solo permanece, junto a él, el bajista Simon Gallup, recorriendo el escenario de lado a lado con el bajo a la altura de las rodillas—, es un músico excepcional. Pero es sobre todo un icono. Su pelo negro enredado, la raya en los ojos y los labios pintados se convirtieron con el tiempo en la imagen del adolescente romántico sin solución. En él se inspiraron el Eduardo Manostijeras de Tim Burton o Allison, la muchacha solitaria e introvertida de la película de culto The Breakfast Club.
El tiempo ha hecho mella en el físico del compositor y guitarrista del grupo, pero su talento musical se mantiene intacto y renovado para los centenares de cincuentones que aparecieron en el Troxy —la sala, un antiguo cine art decó, tiene un aforo limitado— y para otros tantos jóvenes de una generación que también se ha apropiado de los principales temas de The Cure.
Un mundo perdido
Smith cantó de un tirón, y en el orden en que han sido editadas, las ocho canciones del nuevo álbum, el primero que lanza la banda desde hace dieciséis años. Las críticas han sido unánimemente generosas, casi entusiastas, con un trabajo que ha recordado a muchos aquella obra de arte que fue Disintegration, el LP de 1989.
Junto al tema de entrada, Alone, otros como A Fragile Thing rememoran el romanticismo lánguido que sedujo en su momento a tantos de los seguidores del grupo. All I Ever Am explica el éxito de Smith entre los siniestros, pero también entre quienes no lo son. Porque lo mismo se enredaba en una telaraña de sonidos extensos y melancólicos de los que al oírlos uno no se quiere escapar, que producía melodías y ritmos del pop más pegadizo que ha surgido del Reino Unido.
The Cure en su concierto del 1 de noviembre de 2024 en la sala Troxy, en Londres.@tmpllnt @shotbyphox
Resulta paradójico que el nuevo álbum evoque a un “mundo perdido”, porque apenas después de un intermedio de 15 minutos —lo justo para aliviar las próstatas de toda una generación y recargar sus pintas de cerveza— The Cure resurgía en escena con una vitalidad, un empeño y una profesionalidad que dejaban claro que estos músicos no han perdido un ápice de su enorme calidad. Smith, de negro de arriba abajo —marca de la casa— cambiaba constantemente de guitarra y no daba tregua al resto. No faltó ni uno de los clásicos. Lullaby, Pictures of You, Close To Me, Just Like Heaven, Why Can´t I Be You, A Forest…
Smith no es Mick Jagger. Bailar, lo que se dice bailar, no es lo suyo. Pero a medida que el concierto avanzaba se animaba a abrir los brazos en cruz, balancear la cabeza, mirar al cielo y adoptar esa actitud de angustia existencial con la que logra bordar sus interpretaciones.
Criar ovejas en Sussex
Se le nota finalmente a gusto con su piel. La imagen misma del ser atormentado es en realidad un hombre felizmente casado desde hace 36 años con su novia de adolescencia, Mary Poole (con la que baila bajo la luna en el vídeo de Lovesong, “cada vez que estamos solos, vuelvo a sentirme completo”). Es un músico meticuloso que vive en Sussex y le gusta criar ovejas, y acumular canciones como para varios álbumes más.
Y es un artista al que sus seguidores idolatran, al que los críticos siguen tomando en serio y al que muchos consideran un tesoro nacional: “He descubierto la cura —The Cure— para una Gran Bretaña rota”, titulaba con ese juego de palabras su columna en el diario The Telegraph el periodista Ben Lawrence. “Es hora de buscar consuelo en la creatividad sublime y en la sabiduría lacónica de Robert Smith. En 1989 fue mi héroe; en 2024 puede ser el tuyo”, sugiere Lawrence.
Para muchos de los congregados este viernes en el Troxy, Smith quizá no sea un héroe, pero sigue siendo el grato recuerdo de muchas horas de sufrimiento placentero encerrados en su habitación, y la reafirmación del inmenso talento y calidad de una banda que marcó una época musical y un modo de entender la vida que sigue seduciendo a los adolescentes de hoy.
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