Sobre el asfalto hirviendo se palpa el miedo. En las aceras del barrio de San Antonio, el corazón de la comunidad marroquí en Torre Pacheco (Murcia, 40.000 habitantes), todavía están desparramados los cristales rotos de los coches la noche anterior. Los vidrios de las botellas que volaron de un lado a otro en una batalla campal. No se habla de otra cosa. Los mayores toman el café en la terraza de la cafetería Estambul, que marca la entrada al barrio. Pero los más jóvenes se preparan por si al caer la noche viene otra embestida como la de la noche del sábado: decenas de hombres corpulentos, vestidos de negro y algunos encapuchados que palo en mano entraron al barrio a ejecutar lo que ellos mismos han llamado una “cacería” de inmigrantes magrebíes que, en realidad, llevan tres décadas viviendo en el pueblo. Los disturbios de estos tres días han dejado varios detenidos y heridos leves. Las patrullas de la Guardia Civil —que ha desplegado a 75 agentes en el municipio— y de la Policía local merodean las calles. Todos saben que algo va a pasar. La pregunta es cuándo.
El llamamiento pone en la diana a una generación de jóvenes nacidos en España que hoy ronda los 20 años y siempre ha estado marginada
Sobre el asfalto hirviendo se palpa el miedo. En las aceras del barrio de San Antonio, el corazón de la comunidad marroquí en Torre Pacheco (Murcia, 40.000 habitantes), todavía están desparramados los cristales rotos de los coches la noche anterior. Los vidrios de las botellas que volaron de un lado a otro en una batalla campal. No se habla de otra cosa. Los mayores toman el café en la terraza de la cafetería Estambul, que marca la entrada al barrio. Pero los más jóvenes se preparan por si al caer la noche viene otra embestida como la de la noche del sábado: decenas de hombres corpulentos, vestidos de negro y algunos encapuchados que palo en mano entraron al barrio a ejecutar lo que ellos mismos han llamado una “cacería” de inmigrantes magrebíes que, en realidad, llevan tres décadas viviendo en el pueblo. Los disturbios de estos tres días han dejado varios detenidos y heridos leves. Las patrullas de la Guardia Civil —que ha desplegado a 75 agentes en el municipio— y de la Policía local merodean las calles. Todos saben que algo va a pasar. La pregunta es cuándo.
La fotografía con el rostro de Domingo, un vecino sexagenario del pueblo, se hizo viral a partir del jueves. La cara manchada de sangre y un ojo completamente nublado por los golpes de una paliza que le habían propinado el día anterior. También un vídeo en el que supuestamente un joven de acento extranjero lo agrede. Los hechos todavía están en investigación, pero en la calle el veredicto ya ha sido emitido: un puñado de jóvenes marroquíes fueron los que lo apalearon, supuestamente para hacer viral el vídeo en TikTok. Al día siguiente, el viernes, el Ayuntamiento convocó una manifestación para repudiar el ataque, pero los ánimos ya estaban caldeados. Un puñado de chavales inmigrantes acudió al acto de forma provocadora. Jóvenes de agrupaciones de ultraderecha organizados por Telegram ya estaban metidos entre los vecinos y respondieron. Se fueron encima de los chavales e intentaron lincharlos, ante la incapacidad de unos cuantos guardias civiles y policías que trataban de contenerlos.
La mecha estaba por encenderse y el fuego ha venido desde fuera. Omar, de 25 años —20 de ellos viviendo en España—lo sostiene con firmeza: “Han venido desde fuera del municipio, a provocar, porque saben que nosotros vivimos aquí; si no, ¿para qué vienen?” cuenta el chaval, que se ha criado y ha estudiado aquí. Dice que quienes han venido a buscarles no son sus excompañeros de aula ni los vecinos del pueblo, sino otros hombres aupados por agitadores ultras en redes sociales.

El llamamiento a la “cacería” —que se ha escrito con todas las letras— tiene en la diana a una población específica: una generación de jóvenes nacidos en España, en el pueblo, hijos de inmigrantes, que hoy ronda los 20 años, que se pasa el día en la calle, ha crecido aquí pero que siempre ha estado marginada. “Son extranjeros en su casa y moros en la calle”, sentencia el periodista y profesor de sociología en la UNED en Cartagena, Paulino Ros, quien además lleva el blog Islam en Murcia. Una fracción de chavales que no está estudiando, tampoco trabajando, y que está “absolutamente desatendida”, dice. No hablan árabe, no han pisado Marruecos, pero no terminan de sentirse de aquí.

Fátima —que prefiere no dar su nombre real por temor a represalias— también fue una vez una niña en este barrio. Hoy roza los 30 años, es médica de profesión, ya no vive en él pero sí toda su familia. Está de visita y tiene miedo. “Estoy prohibiéndoles a mis sobrinos salir a la calle. Pero uno tiene casi 19 años; ¿cómo le dices que no salga? ¿Cómo le exiges que se quede encerrado por miedo?“, cuenta. Como ella, una parte de los jóvenes criados aquí han conseguido formarse, hacerse una carrera y han emergido. Para muchos otros esa no ha sido una posibilidad. Y han terminado empujados a la calle, algunos envueltos en delincuencia.
“Es una violencia de niños frustrados. ¿Por qué ni estudian ni trabajan?; Son niños que están perdidos, pero en lugar de ir al porqué están ahí, se les señala y se les persigue», sostiene.
Al otro lado del pueblo también hay miedo. Una familia que regenta un bar termina de comer en la terraza. Son pachequeros de toda la vida. Dicen que llevan décadas conviviendo con los inmigrantes, que por mucho tiempo la cotidianidad ha sido en buenos términos, sus clientes son principalmente de origen magrebí y ellos compran en los almacenes marroquíes. Pero que con esa franja de chavales entre los 16 y los 20 años la cosa es a otro precio. Dicen que se sienten dueños de la calle y aseguran que están en medio de la droga, que son hostiles. Cuentan que hay un hartazgo generalizado con la delincuencia. Pero que sin embargo no han sido los vecinos los que se arrojaron a buscar a los chavales, sino gente de fuera que vino explícitamente a buscarles. “Y ahora somos nosotros los que nos quedamos, los que vamos a pagar las consecuencias de lo que sea que pase”, dice uno de los miembros de la familia, que prefiere no dar su nombre ni figurar en la prensa.

El alcalde, Pedro Ángel Roca, del PP, respalda la sensación de hartazgo con la delincuencia, pero no ve una desatención con los jóvenes de los barrios marginados. “Al final los nervios se desatan a raíz de llevar un periodo de delincuencia largo”, atribuye. Asocia el incremento de la delincuencia con un aumento exponencial en la población de la localidad, que ha crecido en casi un 200% en las últimas décadas —de 15.000 habitantes a casi 42.000—, aupado principalmente por los inmigrantes que han venido a labrar el campo. Dice que no ve diferencias en la atención a inmigrantes y a españoles de origen y que están bastante integrados. Pero su concejal de educación reconoce que en la secundaria, en las zonas primordialmente magrebíes, el absentismo escolar ronda el 30%.
“Vox está deseando que haya un incidente para ir a hacer su ronda veraniega”, sostiene Mariola Guevara, delegada del Gobierno en la Región de Murcia, que acusa al partido ultra de “alentar la violencia”. “Se le está dando normalidad y cabida en las instituciones a organizaciones políticas radicalizadas, xenófobas, racistas, que incitan el odio continuamente y que asocian cualquier tipo de delito a la inmigración. Eso genera en la población alarma social y es lo que generó este señor [José Ángel Antelo, líder de Vox en la comunidad] cuando ayer [por el sábado] se fue a Torre Pacheco a lanzar ese tipo de mensajes. Es lamentable el discurso”, afirma. “Torre Pacheco ha sido siempre un municipio con una muy buena convivencia”, añade. Guevara defiende la actuación de las fuerzas de seguridad, que han reforzado su presencia, trabajado de manera “coordinada” y evitado, asegura, que los incidentes hayan ido a más. “Teníamos los máximos recursos y mucha más disponibilidad y efectivos activados para que en el momento en que fuera necesario se incorporaran”, dice.
La cafetería de Allal Abbou —55 años, 15 de ellos en España— se llama en árabe Al Karama, que en español significa La dignidad. Él, que tiene una asociación que trabaja por la integración de la comunidad inmigrante, no se termina de creer lo que está viendo. “Ahora no tenemos seguridad”, lamenta. “Pero no hablo de marroquíes o de españoles, sino de que no hay paz para nadie; todos somos pachequeros y respiramos el mismo aire”, afirma. Dice que ahora los marroquíes no se sienten seguros, que esto nunca había pasado antes, que algo externo está alimentando el odio en la calle. Observa el movimiento de las patrullas para un lado y para otro. “Ojalá no llegue a pasar nada”, dice. Afuera los agentes empiezan a cercar las calles.

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