Un día, Alberto Madrigal tuvo un arrebato. Su empleo, en una empresa de videojuegos, le daba bastantes alegrías: buen sueldo, ambiente agradable, labores creativas. Sin embargo, no tenía nada que ver con su sueño: hacer cómics. Así que, de golpe, volcó por escrito en un papel años de dilemas irresueltos. Un desahogo, algo de alivio, y vuelta a la rutina. “No debe leerlo nadie”, recuerda que pensó. Aunque, a la mañana siguiente, él mismo volvió a mirar esas reflexiones. Y decidió convertirlas en cuatro páginas de dibujos. La premisa, en teoría, se mantenía férrea. “Jamás se verá”, se repitió. Al cabo de un tiempo, envió el material a unos cuantos editores.
La primera edición de la Feria del Cómic de Madrid centra uno de los ejes de su programación en el relato personal y familiar, un género clave desde el origen del noveno arte que ha ido agrandando cada vez más su relevancia
Un día, Alberto Madrigal tuvo un arrebato. Su empleo, en una empresa de videojuegos, le daba bastantes alegrías: buen sueldo, ambiente agradable, labores creativas. Sin embargo, no tenía nada que ver con su sueño: hacer cómics. Así que, de golpe, volcó por escrito en un papel años de dilemas irresueltos. Un desahogo, algo de alivio, y vuelta a la rutina. “No debe leerlo nadie”, recuerda que pensó. Aunque, a la mañana siguiente, él mismo volvió a mirar esas reflexiones. Y decidió convertirlas en cuatro páginas de dibujos. La premisa, en teoría, se mantenía férrea. “Jamás se verá”, se repitió. Al cabo de un tiempo, envió el material a unos cuantos editores.
Un trabajo de verdad (Norma) supuso, en 2013, el debut de Madrigal en la novela gráfica. Contaba, precisamente, la historia de un joven atrapado entre su deseo de ser historietista y la recomendación que todos le hacían de buscarse “un trabajo de verdad”, lo que sirvió de título para el cómic. Claramente, no les hizo caso. Al revés, hoy su día a día está muy ligado al tebeo. Y viceversa: las viñetas de Todo va bien o Pijama, portátil, galletas, sobre ambientarse en Berlín, la relación de pareja o la crianza las vivió antes de dibujarlas. “Me sigo autoengañando. Todavía estoy convencido de que nunca lo enseñaré”, apunta.
Hace años, sin embargo, que sus diarios íntimos acaban a disposición de cualquiera. Igual que los de cientos de autores que han convertido la autobiografía o las entrañas familiares en uno de los pilares del cómic. Los recuerdos del Holocausto que el padre de Art Spiegelman narra a su hijo en Maus, la infancia y la fuga del Irán de la revolución islámica que Marjane Satrapi rememora en Persépolis, o la búsqueda de respuestas personales y familiares de Alison Bechdel en Fun Home pertenecen al canon del noveno arte. Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris, se volvió un clásico instantáneo, al igual que las vivencias personales de Zerocalcare se colocaron varias veces un cómic como el libro más vendido en Italia. En España, los homenajes dibujados por Paco Roca a sus padres en La casa y Regreso al Edén ocupan la cumbre de la historieta, donde habitan El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim, María y yo o Algo extraño me pasó camino de casa, ambas de Miguel Gallardo, Estamos todas bien, de Ana Penyas, y escaló recientemente El cuerpo de Cristo, de Bea Lema, premio Nacional de Cómic de 2024. No hay mes sin nuevas autoficciones en viñetas, como la flamante Recuérdanos para vivir, donde Joanna Rubin Dranger investiga la desaparición de sus familiares en la Segunda Guerra Mundial.
De ahí que la primera edición de la Feria del Cómic de Madrid, del 27 al 30 de marzo, recurriera a tan sólido fundamento para levantar su programación. “El cómic ha abandonado en buena medida el retrato del mundo exterior para ahondar en los relatos contados en primera persona, introspectivos hasta el punto de lo experimental”, reflexiona Elisa McCausland, comisaria de la iniciativa, que colocó la narración personal entre los ejes del programa. Lo bautizó, en concreto, “la casa”, también por las analogías entre estructurar un hogar y una trama en viñetas. La experta, en realidad, subraya que el noveno arte viene dibujando el yo desde sus orígenes, de forma más o menos evidente. Cita a Fay King, los Peanuts de Charles Schulz o las historias de Yoshiharu Tsuge. Y explica que la tendencia se disparó en los sesenta y setenta, a través de los tebeos underground. Ahora, arrasa quizás más que nunca dentro de la novela gráfica. Aunque también fuera, por la calle y en redes sociales, en el cine o en la literatura.
“Los cómics son un lugar genial para narrar aburridos episodios autobiográficos, por su flexibilidad. Muchas de las historias que cuento serían muy pesadas sin los dibujos para hacerlas divertidas. Y al combinar texto e imagen dejan más margen que la literatura para jugar con el tiempo, elementos fantásticos… Son un vehículo fácil para convertir un tópico común en único o interesante”, reflexiona Julia Wertz. Dibujar su salida del alcoholismo, en concreto, le costó una década, pero ahora le ve cierta coherencia al tiempo pasado: “Es como funciona la recuperación en la vida real”. No por nada, tituló su obra Los incorregibles (Errata Naturae). A Rubin Dranger también se le alargó el proyecto. Sabía que sus abuelos habían huido de los pogromos, tenía fotos y entrevistas registradas. Desconocía, eso sí, cómo de lejos la llevaría el viaje: “No tenía ni idea de que alcanzaría tal magnitud. Lo que empezó como una exploración personal se expandió hasta descubrir más de lo que esperaba, tanto sobre mi familia como las acciones de Suecia durante la Segunda Guerra Mundial. El proceso fue extremamente desafiante, a ratos totalmente sobrecogedor y, a la vez, el trabajo más satisfactorio que he hecho jamás”.

“La autoficción es popular porque la gente busca en el arte una cierta verdad sin intermediación. Queremos ir al corazón del asunto, y es muy fascinante ver a una persona dibujar todo eso en una novela gráfica”, agrega Glenn Head, que en Chartwell Manor (La Cúpula) contó los abusos sexuales que sufrió en su adolescencia en un internado. Gato Fernández también fio al tebeo, en La sombra de la cucaracha, los horrores que padeció a mano de su padre. Y autores como Peter Pontiac (en Kraut), Jiro Taniguchi (El almanaque de mi padre), María Herreros (Un barbero en la guerra) o Sole Otero (Naftalina) trasladaron a las viñetas dilemas, disputas, traumas, dolores y secretos de sus hogares. Como en cualquier familia, pero contados para el público. Madrigal sostiene que desvelar su mundo interior le resulta “superterapéutico”. Le ayuda a expresarse, a entenderse, e incluso le dio algo de apoyo para lidiar con un momento personal especialmente crítico: “Una parte de mí, en el fondo, sabe que podrá nutrirse de esas experiencias para enriquecer mi trabajo”. “Dibujarme a mí mismo y contar mi historia fue sorprendentemente agradable. No soy un exhibicionista, pero no tengo problemas en lidiar con memorias infantiles traumáticas en las páginas”, asegura Head.
Élodie Durand supo normalizar en un cómic, a través de un recurso gráfico, la epilepsia que padece: El paréntesis. Y Wertz reivindica la importancia de abrirse a hablar incluso de los asuntos más complicados. Pero, si una obra creativa siempre conlleva el riesgo de que al público no le guste, ¿compartir memorias dolorosas no da aún más vértigo? “Para mí no fue difícil en absoluto Los incorregibles. Considerarlo arriesgado solo perpetua el estigma. Lo peligroso es no ser abierto con la gente a tu alrededor y luchar solo. No digo que todos deban anunciar sus problemas al mundo como hago yo. Pero cuanto más uno se abra sobre estos asuntos, más fácil se volverá para otra gente ser honesta y encontrar el apoyo que necesita”, responde la autora.

Aunque, una vez que la vida inunda el arte, también puede darse el camino inverso. En Heimat, investigación dibujada de Nora Krug sobre los posibles vínculos nazis de sus seres queridos, la autora relata las trabas y los silencios que su propia familia le opuso. La indagación de Anna-Lina Mattar en El anillo de la serpiente sobre recuerdos olvidados tampoco resultó especialmente cómoda para su entorno, mientras que Rubin Dranger apunta justo lo contrario: sintió el apoyo de sus parientes y cree que el proceso hasta le acercó a algunos de ellos. Wertz asegura que mostró Los incorregibles a todo aquel que aparecía reflejado, antes de la publicación. Con una excepción: “De quien me jodió, escribo lo que me da la gana”. Madrigal reconoce que hablar de su intimidad puede generar tensiones con las personas cercanas, porque, al contarlo, ya lo está cambiando. “Además, muchas veces, se simplifican sentimientos y emociones que en realidad son complejos”, subraya. Con los años, ha decidido no enseñar a nadie su trabajo en las primeras fases, cuando su sensibilidad se encuentra más frágil. Su última obra, de hecho, es la primera que su entorno no ha leído anteriormente. “Hubo alguna reacción complicada en la familia, por lo que pude saber. Era de esperar. Pero unas memorias en cómic van de contar la verdad”, aporta Head.
Guy Delisle lo intentó como pudo en Pyongyang, novela gráfica sobre su estancia bajo el hermético régimen de Corea del Norte. Luego, siguió viajando, y dibujándolo, en Crónicas birmanas o de Jerusalén. Hasta sus altibajos como progenitor acabaron conformando Guía para un mal padre. Porque,además de los pozos más oscuros de la existencia, el tebeo personal ilumina habitualmente sombras mucho más cotidianas: egolatría, inseguridades, pequeñas neurosis hogareñas. Ironía, ternura y melancolía permean La soledad del dibujante, de Adrian Tomine, o Los estratos, de Pénélope Bagieu. Y, de paso, a menudo, las autobiografías en cómic también comparten una imagen agridulce del sector entre precariedad y vocación. “Un cómic ofrece la libertad absoluta de que puedes hacerlo tú solo con papel y lápiz. Pero es un oficio del que resulta difícil vivir. Por eso suele ser una de las primeras ansiedades que aparece en estos libros”, tercia Madrigal.

De ello se hablará en los encuentros que ha organizado Elisa McCausland en la Feria del Cómic de Madrid. Aunque la comisaria invita a dar incluso un paso más. Subrayar la relevancia del cómic personal. Repasar sus méritos y sus claves. Pero también cuestionarlo: “Ha llegado el momento, dado el supuesto estado de efervescencia y madurez que ha alcanzado el cómic de autor(a) en nuestro país, de analizar con perspectiva y espíritu crítico los diferentes autorretratos que detectan la sintomatología, sí, pero que parecen haberse estancado en unas constantes fácilmente reconocibles y un tanto (auto)complacientes que impiden avanzar hacia nuevos territorios temáticos y expresivos. Lo autobiográfico está muy bien, pero se detecta cansancio en la fórmula; hay todo un mundo ahí fuera que explorar y pensar”. Y dibujar.
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