Un país de (grandes) secundarios

Imagino las compañías de teatro ambulantes como en El viaje a ninguna parte. María Luisa Ponte, cargando aquellas maletas de cartón sin ruedas, le decía a José Sacristán “este teatro nuestro, el de los caminos, está dando las últimas “boqueadas”. Pienso en el documental sobre la última compañía ambulante que Ion Arretxe dejó sin rodar. Me pongo a discurrir sobre todas estas cosas que siempre van asociadas al adjetivo “tragicómico”, y en la poca poesía que debía de haber cuando tocaba repartir papeles y a nadie le daban el deseado (como en el colegio, como en las empresas, como en la vida).

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 El cine y las series españolas brillan cuando son corales. Y hay estupendos y poco conocidos actores desperdiciados, que brillan en cuanto trabajan, como se confirma en ‘Poquita fe’ y ‘La suerte’  

Columna

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El cine y las series españolas brillan cuando son corales. Y hay estupendos y poco conocidos actores desperdiciados, que brillan en cuanto trabajan, como se confirma en ‘Poquita fe’ y ‘La suerte’

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Jimina Sabadú

Imagino las compañías de teatro ambulantes como en El viaje a ninguna parte. María Luisa Ponte, cargando aquellas maletas de cartón sin ruedas, le decía a José Sacristán “este teatro nuestro, el de los caminos, está dando las últimas “boqueadas”. Pienso en el documental sobre la última compañía ambulante que Ion Arretxe dejó sin rodar. Me pongo a discurrir sobre todas estas cosas que siempre van asociadas al adjetivo “tragicómico”, y en la poca poesía que debía de haber cuando tocaba repartir papeles y a nadie le daban el deseado (como en el colegio, como en las empresas, como en la vida).

El cine español brilla cuando es coral. ¿Tenemos buenas obras con uno o dos protagonistas? Sin duda. Pero, piénsenlo, siempre son un poco menos buenas que las corales o las que, por lo menos, tienen un ramillete de interesantes secundarios. Atraco a las tres; La escopeta nacional; Amanece, que no es poco; Historias de la radio; La gran familia y larguísimo etcétera.

Más coral que la primera temporada, Poquita fe vuelve a lograr que no pueda contar un gag sin echar a reír. El talento de Pepón Montero a la hora de escoger actores (y el de Flor y Txabe, directoras de casting) me maravilla. Es increíble que haya actores que solo trabajen cuando Pepón Montero o Juan Cavestany les dan un toque. No lo entiendo. No puedo con más caras estándar guapitas de terraza y chulitos de gimnasio. ¿Dónde están estos talentos cuando esos directores no ruedan? ¿Viendo series pijimonas mientras el banco les devuelve recibos? ¿Por qué no veo a Esperanza Pedreño hasta en la sopa? ¿A Jaime Ordóñez, Diana Peñalver, Estrella Olariaga, Jaime Adalid, Eduardo Antuña, Emilio Gaviria, Josep Maria Riera, y a tantos otros? A veces un actor, para sobrevivir, tiene que saltar de fiesta en fiesta y de bar en bar. Son ellos los que tienen que buscarse el trabajo, porque no están de moda y su agente ni les devuelve las llamadas. Ya no van por los caminos con la maleta de cartón; van por los bares, que es peor porque encima cuesta dinero y no te duelen las lumbares, pero sí el hígado. Y llorar, se llora igual. Tragicómico. Ahora bien, cuando alguien se pone a hacer un reparto bueno, vuelve a salir el sol. En lo que llevamos de año ha salido unas cuantas veces (Superestar, La suerte, Poquita fe). Que siga habiendo luz, por favor.

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Sobre la firma

Jimina Sabadú

Columnista en la sección de Televisión. Ha colaborado en ‘El Mundo’, ‘Letras Libres’, ‘El Confidencial’, en programas radiofónicos y ha sido guionista de ficción y entretenimiento. Licenciada en Comunicación Audiovisual, ha ganado los premios Lengua de Trapo y Ateneo de Novela Joven de Sevilla. Su último libro es ‘La conquista de Tinder’.

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