Una isla, dos veranos: hotelazo y ostras un día; pizza y camping al siguiente

Invitadas a la fiesta de presentación del hotel de cinco estrellas The Unexpected Ushuaïa degustan ostras de su Oyster & Caviar Bar, a principios de junio.

Hoy dormimos en la suite 259 del hotel Six Senses de Ibiza; mañana, en la cabañita #1 del camping Escana. Entre ambas hay 22 kilómetros y un mundo. Una tiene en la terraza una bañera que mira al mar; en la otra, las duchas comunes funcionan con fichas, a un euro los tres minutos. La suite cuesta 2.360 euros la noche (desayuno incluido); el camping pod, 66 (más 9 por las sábanas), y claramente hemos equivocado el orden de nuestra estancia.

Una pareja contempla los yates atracados en La Marina del puerto de Ibiza.

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La británica Coleen McAvoy, segunda por la izquierda, con tres amigas en el paseo marítimo de Sant Antoni de Portmany.Las estudiantes irlandesas Jana y Kerry toman pizza en el West End de Sant Antoni, antes de ir a un club. El jardín de la fiesta Namaste en el mercadillo de Las Dalias, en San Carlos, al norte de la isla, el 4 de junio.Entrada a la fiesta de inauguración del hotel The Unexpected Ushuaïa el 3 de junio.Puesto de postres y chucherías en la piscina del hotel The Unexpected en Playa d'en Bossa.Terraza de una habitación en el hotel de lujo Six Senses en el norte de Ibiza.Croquetas, zamburiñas, tartar de gamba y cóctel de mezcal en el restaurante The Beach Caves del hotel Six Senses. Los turistas alemanes, Manuela y Patrick, con su caravana en el camping Escana de Ibiza.La cabaña, o camping pod, del camping de Escana, el pasado 5 de junio. Un viaje de extremos en Ibiza. Del turismo de suites y restaurantes de lujo a los resorts más populares. Con parada en las fiestas donde ambos mundos se rozan  

Hoy dormimos en la suite 259 del hotel Six Senses de Ibiza; mañana, en la cabañita #1 del camping Escana. Entre ambas hay 22 kilómetros y un mundo. Una tiene en la terraza una bañera que mira al mar; en la otra, las duchas comunes funcionan con fichas, a un euro los tres minutos. La suite cuesta 2.360 euros la noche (desayuno incluido); el camping pod, 66 (más 9 por las sábanas), y claramente hemos equivocado el orden de nuestra estancia.

Una pareja contempla los yates atracados en La Marina del puerto de Ibiza.

Esta dispar ruta es cosa de Booking.com y su opción “ordenar por precio”. Cuatro noches en Ibiza en junio, dos en los alojamientos más caros de la lista, dos en los más baratos. Ser a la vez el del yate, y el que lo mira desde el puerto. El viaje recorre, según explicará una vez allí el director Insular de Turismo, Juan Miguel Costa, “lo que siempre ha dado vida a la isla: la enorme diversidad que existe en un espacio tan reducido”. En 40 kilómetros de largo, dos mundos paralelos, en precio y en estilo de vida, del fiestero sur, al familiar norte. Arrancamos con un cliché ibicenco: la puesta de sol en el Café del Mar. Está en Sant Antoni de Portmany, uno de los destinos más asequibles de la isla, sin embargo la reserva de una mesa de primera fila requiere una consumición mínima de 90 euros por persona.

Pizza, chupitos, discobús

—¿Y cuánto cuesta una Coca-cola en la barra?

—Son 8 euros, esto es muy para guiris. Si sigues el paseo, hay un par de sitios normales…

El camarero tiene razón, en Sa Posta, el refresco son 2,50. Es el mismo atardecer, pero no hay música a todo trapo ni gente grabando reels. Para estar en el meollo del Sant Antoni Sunset Strip sin dejarse el presupuesto, Coleen McAvoy, celadora de hospital en Bristol, y sus peroxigenadas amigas treintañeras, se han sentado con latas en la escalera que baja a la cala: “Tengo 600 euros para gastar en cuatro días, si quiero entonarme, hay que pasar por el súpermercado”, dice cerveza en mano gritando por encima de la música, “Ibiza is fucking mental!”.

La británica Coleen McAvoy, segunda por la izquierda, con tres amigas en el paseo marítimo de Sant Antoni de Portmany.

Mientras los precios suben, la duración de la estancia media cae. Volar a Ibiza en agosto desde la península es un 16% más caro que a Mallorca, y reservar una habitación de tres estrellas con dos meses de antelación, un 37% más gravoso que en su competidor directo, según el Sistema de Inteligencia Turística (SIT Eivissa). Al mismo tiempo, la estancia media baja —3,74 días para los extranjeros que visitaron la isla en julio de 2024, frente a los 6,85 días que pasaban en 2010—. La isla registró además una reducción del 3,25% en el número total de visitantes (3.275.579), según el centro estadístico balear Ibestat. Sin embargo, su Índice de Presión Humana Máximo (332.015 en agosto) aumentó respecto a 2023 y dobla la población. Hace 13 meses el Consell creó el SIT Eivissa para disponer de una herramienta que permita, sobre la base de datos, tomar decisiones políticas como promocionar el turismo familiar frente al de fin de semana, o fomentar la desestacionalización a base de eventos deportivos, culturales y congresos. El turismo de fiesta, dice el director del departamento, “se promociona solo”.

Un lunes de junio, el Carrer de Santa Agnès, eje del West End del pueblo, está a tope. El Ayuntamiento ha decorado la calle con una instalación del artista urbano Okuda, para regenerar la zona de copas. Seguratas y camareros —músculos, tatuajes— ofrecen a las chicas —minifaldas, botas vaqueras metalizadas—, globos con óxido nitroso, el gas de la risa. Antes de aspirarlo, Jana y Kerry, universitarias en Belfast, de 19 y 21 años, devoran pizza a seis euros la porción: “Es lo primero que comemos en dos días… ¡Esto es casi tan caro como Dublín!”. Hay prioridades: ayer pagaron 50 euros por dos vodkas. La semana les sale a 2.000 por cabeza. Es lo que se gastaron ayer solo en copas los 17 amigos de Danny, 35 años, de Manchester, que se casa el próximo 4 de julio. “No more Independence Day!”, bromea, disfrazado de sirena. Su presupuesto: 1.500 euros para tres días.

Las estudiantes irlandesas Jana y Kerry toman pizza en el West End de Sant Antoni, antes de ir a un club.

Con alojamientos como el hostal Adelino, —limpio, con una animada iluminación verde neón en la habitación, 78 euros la noche—, el público de San Antonio coincide en que su mayor gasto es la fiesta. Laura O’Sullivan, camarera de Cork (Irlanda) que hace la temporada en Ibiza, sortea tequilas a una mesa de chicos que acaban pagando la ronda. Ella comparte piso por 700 euros al mes y, dada la crisis habitacional, se considera afortunada. “Aquí si eres rico te invitan a un montón de cosas”, dice, “los pobres les pagan las vacaciones”.

Los datos del SIT Eivissa no le dan la razón: el gasto medio del turista alojado en un hotel de 5 estrellas es de 311 euros diarios; en los de tres y cuatro estrellas, de 215; en los de una o dos, 177 euros. Sin embargo, en la escala macro, ricos hay menos, y el turismo asequible es el que mantiene al sector (que en temporada contrata de forma directa al 40% de los residentes). “Se habla mucho del lujo, pero está muy focalizado, de alrededor de 500 alojamientos, solo 20 son hoteles de cinco estrellas, el grueso son los de tres y cuatro”, dice el director de Turismo. “El lujo es una parte pequeña del negocio, aunque por ello mismo tiene más potencial de crecimiento”.

A medianoche, en la estación de Sant Antoni, el autobús incluido con la entrada de la discoteca [UNVRS] se va llenando con la boda de unos peluqueros belgas de 50, unas inglesas con orejas de gatito, un cuarentón italiano descamisado y tres chavales de Marsella cantando obscenidades para regocijo del variopinto pasaje que se dirige al novísimo club que inauguró Will Smith a finales de mayo.

La fiesta unificadora

“En [UNVRS] quien ha ahorrado para estar en pista y quien viene al reservado más exclusivo viven la misma experiencia sonora y visual. E independientemente de la entrada, los baños están igual de limpios”. Pat Quinteiro es jefa de prensa de The Night League, la empresa que gestiona Hï (el club ibicenco número 1 del mundo, según Dj Magazine) y Ushuaïa (el 3). [UNVRS] es la última nave espacial en aterrizar en la meca de la electrónica, tras una reforma integral de lo que fue Privilege, y antes Ku. Un club para unas 10.000 personas con una pista rectangular flanqueada por los balcones VIP, el púlpito del dj al fondo y una tecnología punta que busca un espectáculo inmersivo que cambia cada día para sus totémicas residencias: David Ghetta, Carl Cox o Eric Prydz, que pincha hoy. A las tres baja del techo una bola de pantallas led de ocho toneladas ante un público hipnotizado que no para de grabarlo todo con el móvil.

Un ejército de 700 empleados, solo de limpieza 80, hace que todo fluya. La entrada general oscila entre 70 y 170 euros. Las copas, 25 euros, el agua, 14, las camisetas, 50 y en la hamburguesería que hay dentro, los chicken tenders con caviar, 80. Los reservados, a partir de unos 500 euros por cabeza, pueden escalar dependiendo de la noche.

Roman Fortunato, concierge de lujo, gestionó una mesa vip en el «opening» para 25 personas por 60.000 euros. Sus clientes son “UHNWI, ultra high networth individuals”, explica por teléfono, personas con más de un millón de dólares para invertir y 30 de patrimonio. “Estadounidenses, suizos, saudíes, las cinco mejores familias de argentina…”, dice Fortunato, nacido en Buenos Aires. Alquilan villas de 250.000 euros la semana, yates por hasta 20.000 el día, y viajan en jet (“aunque a veces tardan más porque no hay slots”). “Es el lujo que no ves”, dice Fortunato.

En ese mundo invisible también se celebran lo que Izzy, una enfermera británica que hace la temporada como relaciones públicas, califica como “las mejores fiestas de la isla: los afters privados en las villas de lujo”. “Para ser invitado, no hay que ser rico, hay que ser guay, tener contactos y buenas vibraciones… ”, dice.

El jardín de la fiesta Namaste en el mercadillo de Las Dalias, en San Carlos, al norte de la isla, el 4 de junio.

En la otra punta de la isla tiene lugar desde hace 25 años la fiesta Namaste, en el mercado jipi de Las Dalias. La entrada son 30 euros, la copa, 13, el agua, 5. Arranca en el jardín y luego pasa al club Akasha, donde caben 400 personas. Hay tatuadoras de henna, tarotistas, un ritual amazónico… En la zona Munchies, se cena por 50 euros en un mexicano fino con una excelente carta de mezcales o por cinco, una premiada pizza. Jean Michel Fueter, 73 años, estaba allí cuando todo empezó como una fiesta de amigos al acabar el mercadillo (él tocaba el sitar): “Luego nos profesionalizamos, porque el progreso no se puede frenar; esa idea de conservar la pureza de lo pintoresco implica mantener al autóctono en la pobreza, es neocolonialismo”. Por Namaste han pasado Shakira o Justin Bieber, pero no hay reservados. “Este es un lugar de intercambio”, dice Fueter, “todo el mundo es igual”.

De vuelta al hotel, Juan, taxista estacional (trabaja solo de mayo a octubre por 35.000 euros), navega entre las dos orillas: “En los clubes es donde más se mezclan ricos y pobres, yo llevo a chavales que ahorran todo el año para venir tres días y a gente que paga la carrera con fajos de billetes”.

Entrada a la fiesta de inauguración del hotel The Unexpected Ushuaïa el 3 de junio.

Resaca de cinco estrellas

Toca pasar la resaca en el cinco estrellas adults only de Playa d’en Bossa Ushuaïa The Unexpected, donde todo grita fiesta. El hotel del grupo Palladium (propiedad de Abel Matutes) ha invitado a una quincena de medios (incluido EL PAÍS) a la puesta de largo de su remodelación: hay espectáculos acrobáticos, catas de sus restaurantes (The Oyster & Caviar Bar o el primer Hells Kitchen de Gordon Ramsay en Europa) y un tour por el nuevo interiorismo “vanguardista y disruptivo”. Las sillas tienen forma de traseros femeninos, la piscina es roja, la iluminación, dramática. El desayuno se toma a pie de playa, pero no se oye el mar, sino al dj. En las habitaciones (a partir de 400 euros) sigue la temática canalla: camas redondas y espejos en el techo, maxi bar con botellas de entre 160 y 700 euros y Redbulls, una caja de juguetes sexuales (200 euros) o calcomanías del colibrí, logotipo de la marca. “¿Te imaginas a alguien tatuándose NH o Meliá para salir de fiesta?”, dice el director del hotel desde la terraza de la suite presidencial (214 metros, jacuzzi, cocina, comedor, platos de dj y 10.000 euros la noche). Debajo, la pista Ushuaïa, pionero club de día, donde este verano tienen residencia Martin Garrix o Armin Van Buuren: “Es como dormir en el palco de un Madrid-Barca”.

“La marca tiene una fuerte identidad de lujo experiencial”, explica Ana Morillo, directora general de las marcas de Todo Incluido y de High Energy del grupo. “El lujo no para de crecer, en torno un 10%, frente al 3-4% del cliente medio”, explica la ejecutiva, “por el ahorro pospandemia, los nuevos mercados —India, China, Emiratos— y sobre todo con la diversificación de la oferta; hace 15 años todo era sota caballo y rey; ahora necesitas hoteles donde el cliente se sienta identificado”.

Puesto de postres y chucherías en la piscina del hotel The Unexpected en Playa d'en Bossa.

“Venir aquí era mi sueño, los djs, el beach club, la piscina… ¡y encima tiene un supergimnasio!”, dice Karin Abelman, influencer israelí de 22 años que celebra su despedida de soltera con dos amigas con las que comparte una habitación reservada con meses de antelación. En una semana gastarán unos 10.000 euros, vuelos y fiestas aparte.

A pocos metros está el restaurante más caro del mundo, Sublimotion, que acoge a 12 comensales por noche —1.800 euros por cabeza, 387 reseñas en Google, 4,1 estrellas—. Pero hoy toca visitar el norte. De camino, el Bar Costa, en Santa Gertrudis, mítica bocatería con terraza y un interior, como de mesón, decorado con los cuadros que los jipis intercambiaban por comida. El bocadillo de jamón con cerveza, 8 euros, 4,549 reseñas en Google, 4,5 de media.

Mansiones y caravanas

“Ahora lo trendy es el boho chic”, dice Fortunato, el concierge de lujo. “Lo sostenible, el wellness, el antiageing, el deporte, la espiritualidad, la naturaleza…”. En el norte de la isla, hay dos opciones extremas en precio: resort de lujo versus camping.

Terraza de una habitación en el hotel de lujo Six Senses en el norte de Ibiza.

Viniendo del sur, lo primero que se nota en el paradisiaco Six Senses, trepado sobre la recóndita Cala Xarraca, es la ausencia de musicón. El murmullo del mar, los pájaros y la risa de unos niños. En la piscina infinita de hotel —abierto en 2021 tras la remodelación de un tres estrellas construido en los ochenta, no sin cierta polémica por su impacto medioambiental—, hay un par de padres jóvenes con cuerpos aparentemente esculpidos por el deporte de élite, y sus retoños. Elegantes parejas de mediana edad, una mujer con un portátil sobre la hamaca y pinta de alta ejecutiva. Priman las chanclas y esparteras de marca, túnicas de seda, camisas de lino, mucho color beige, teja, arena. Los mismos tonos neutros que adornan la suite de 2.360 euros a la que ha sido invitado EL PAÍS. 65 metros cuadrados decorados en madera, cerámica y algodón. En el minibar hay limonada y chocolate de comercio justo, en el armario una alfombrilla de yoga (145 euros) y un capazo de paja (45 euros).

Croquetas, zamburiñas, tartar de gamba y cóctel de mezcal en el restaurante The Beach Caves del hotel Six Senses.

Los precios del alojamiento van de los 650 euros de la habitación doble a los 25.000 de la mansión para 10. Los clientes se gastan además 300 euros diarios en servicios. Élites británicas y estadounidenses, y cada vez más latinoamericanos, informan en recepción, donde te apuntan a yoga, talleres de cosmética natural, paseos, masajes… Durante la cena, en uno de sus cinco restaurantes, The Beach Caves, una mujer hace limpias con el humo del copal, resina usada por los chamanes para sacar las malas energías. En la carta: zamburiñas con lima y cilantro (24 euros, dos) o tartar de gamba roja (38 euros). La gente guapa degusta el cóctel más popular, Mezcal Mama, 24 euros. Una esbelta joven con vestido largo se hace selfis frente a la puesta de sol. ¿Ha venido a celebrar una ocasión especial? “No… Vengo a menudo”, contesta algo confusa, “no hacen falta razones, ¡hay que celebrar la vida!”.

Muchos de los más 300 empleados que mantienen en perfecto estado hasta el último bancal con plantas autóctonas del complejo viven en los pisos que el grupo italiano Statuto tiene reservados para ellos en los pueblos aledaños. Cada vez más empresas se convierten en caseros para asegurarse la mano de obra. También el camping Escana, en la popular playa de Es Canar, aloja a su plantilla (una decena). Pero no aceptan otras estancias de larga duración. “Si se llena de trabajadores de temporada, desaparece el ambiente vacacional del camping”, dice el encargado, Alessio Zucchi. Entre su clientela hay un campamento escolar, parejas jóvenes, jubilados. “Ahora llega también mucha gente atraída por el precio”, protesta Zucchi, “son los que más se quejan, porque no son campistas de verdad, no vienen a conectar con la naturaleza”. En el camping se alquilan sobre todo pequeñas cabañas (la nuestra tiene siete metros cuadrados, dos camas de 90, un ventilador y una neverita) y caravanas.

Los turistas alemanes, Manuela y Patrick, con su caravana en el camping Escana de Ibiza.

Los alemanes Manuela y Patrick, 65 y 70 años, funcionaria de prisiones y mecánico, ya han venido antes con su roulotte a Ibiza, pero es el primer año que la ley les obliga a hacer noche en un camping. “Es más caro, pero sobre todo, es menos libre”, dice la pareja que está pensando en no volver. En un mes “cocinando casi todos los días”, se gastarán no más de 3.000 euros, gasolina hasta Alemania incluida. La nueva norma forma parte del paquete de medidas estrenadas este año por el Consell para contener el turismo, como la limitación del acceso de vehículos a la isla o la contratación de inspectores para perseguir el intrusismo de alojamientos y taxis ilegales. “Hay que cortar por algún lado, la idea es que Ibiza no crezca más. Estamos decreciendo, de hecho”, dice Costa. “Ibiza tiene 100.000 plazas legales, menos que las que teníamos hace 15 años y no se ocupan al 100%. La masificación viene por la oferta ilegal”. Sin embargo, plataformas ciudadanas, como Canviem el Rumb o Prou!, no creen que el problema sea solo ese y se movilizan contra el turismo masivo y de lujo por formar parte de un modelo económico y político que privilegia al sector por encima del bienestar social y medioambiental.

La cabaña, o camping pod, del camping de Escana, el pasado 5 de junio.

En Es Canar hay pedalos de colores, una feria, tiendas de souvenirs ibicencos hechos en China y menús del día desde 12 euros: pizzas, curry, fish&chips. Gente muy colorada celebra el Happy Hour en bares con bandas tributo a Abba. Es chocante que forme parte de Santa Eulària des Riu, el municipio con el metro cuadrado más caro, no ya de Ibiza, sino de toda España (5.825 euros)

Acabada la ruta, el verdadero viaje es mirar Idealista desde del camping. En los alrededores, de menos de 300.000 euros hay solo 23 viviendas en venta (la más barata, un estudio de 45 metros por 200.000). De más de tres millones euros, sin embargo, hay 305 casas, el chalé más caro, 35 millones por 428 metros.

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