Los bares ya no son lo que eran. Hubo un tiempo en que servían como lugar de encuentro y comunidad, pero, cada vez más, se convierten en meros despachos de comida y bebida, escenario del postureo generalizado y huertos de rentabilidad para grandes grupos inversores. Se extienden los bares hipster y canallitas, los gastrobares, las vinotecas o las tiendas de café de especialidad. Los vecinos ya no son bienvenidos, los precios suben y los tiempos son regulados. Algunos bares no admiten personas solas en las mesas. ¡Hasta las barras están desapareciendo! Ay… ¿qué será de los parroquianos?
El sociólogo Javier Rueda gana un premio de ensayo con una propuesta para revitalizar la España vaciada con estos establecimientos
Los bares ya no son lo que eran. Hubo un tiempo en que servían como lugar de encuentro y comunidad, pero, cada vez más, se convierten en meros despachos de comida y bebida, escenario del postureo generalizado y huertos de rentabilidad para grandes grupos inversores. Se extienden los bares hipster y canallitas, los gastrobares, las vinotecas o las tiendas de café de especialidad. Los vecinos ya no son bienvenidos, los precios suben y los tiempos son regulados. Algunos bares no admiten personas solas en las mesas. ¡Hasta las barras están desapareciendo! Ay… ¿qué será de los parroquianos?
El sociólogo Javier Rueda (Málaga, 32 años) ha dedicado su actividad académica al estudio de esos lugares: los bares. En su tesis doctoral La producción de lo público en interacción. La sociabilidad ordinaria de los bares de Madrid, investigaba lo que pasa en los bares de la capital… y lo que les está pasando. “Tenía interés por los sitios donde la gente se junta. Y qué pasa por estar juntos. Y lo poco que hablamos de ello”, explica. Sobre los bares, según comprobó, no se había investigado mucho. Los investigadores del grupo Sociología Ordinaria, dedicados a ahondar en las cosas “banales, frívolas y superficiales”, tuvieron parte de responsabilidad en su inspiración.
Ahora ha ganado el premio de ensayo ¿Es posible? Utopías que caben en el BOE, organizado por las editoriales Lengua de Trapo y Círculo de Bellas Artes, y dedicado a las propuestas realistas para un mundo mejor, con la obra Utopías de barra de bar, donde explora cómo utilizar los bares de pueblo, también en desaparición, para revitalizar la España vaciada.
¿Para qué sirve un bar? “Para muchas cosas, pero sobre todo como punto de encuentro y hasta de cuidados, y con una barrera de admisión muy baja. Por un módico precio uno puede pasarse muchas horas charlando”, explica. Aunque ahora, precisamente, estemos en un proceso de desaparición de este aspecto virtuoso de los bares: dejan de ser un punto de encuentro a un punto de consumo o “experiencias”. “Te dicen: ven, paga y vete”, explica Rueda.

En los pueblos pequeños el bar es un anclaje fundamental de la vida en común. Y tanto en pueblos como en barrios, sirve como remedio para la soledad no deseada, y como señal de vida: cuando un parroquiano falta más de un día, saltan las alarmas. Al tercer día alguien va a buscarle a casa. En la sociedad solitaria, sin embargo, no es tan raro que las personas mueran solas y nadie se acuerde de ellas hasta pasados meses.
Los impersonales bares modernos, muy instagrameables, pensados para la alta rentabilidad, sin clientes habituales y con camareros rotantes, no sirven para generar vínculos. Hay grupos empresariales dedicados a montar bares, por llamarlos de alguna manera, cada uno diferente del otro, sin apariencia de cadena, pero en los que se pone el foco en la máxima rentabilidad. Todo se financiariza: la vivienda, los conciertos, hasta los bares. “En los bares tradicionales no se pensaba solo en sacar el máximo beneficio para montar otro bar y luego otro y luego otro, ahora muchos grupos que estaban invirtiendo en otros sectores potentes, como el inmobiliario, se están metiendo en hostelería”.
Rueda estudió Sociología y Ciencias Políticas (es profesor en la Complutense), disciplinas en las que se tratan grandes conceptos como la Democracia, el Conflicto o el Otro. “Pero todo eso también se desarrolla en los bares”, dice el investigador. “Si queremos pensar en la democracia tenemos que hablar de cómo gestionamos los bares”. Así que se echó a la calle, a hacer trabajo de campo, uno muy curioso, casi envidiable: “Sí, para hacer la tesis me pasé cinco años de bares”, bromea.
La desaparición de las barras
Probablemente en esa peripecia observó el increíble fenómeno de las barras menguantes, ahora capadas con mesas o directamente inexistentes, más allá de un pequeño espacio para la labor de los camareros. “No quiero tampoco idealizar el bar. Por ejemplo, muchas camareras dicen que la barra es un lugar incómodo porque se sienten continuamente observadas. Pero lo cierto es que la experiencia de la barra, donde se puede interactuar con cualquiera, es diferente a la terraza, una situación más cerrada”, subraya el sociólogo, que piensa que las barras son el lugar “ingobernable”, que tiende a ser eliminado en tiempos donde todo se mide y optimiza.
Los bares de la España vaciada tienen otras características: “Que no haya tanta elección hace que gente más diversa tenga que convivir en el mismo espacio, lo cual nos puede enseñar muchísimo en términos de pluralismo”, dice Rueda. Son los lugares donde se ejerce el derecho de aparición en el espacio público, por eso las mujeres de la aldea gallega Nogueira de Ramuín (60 habitantes) se manifestaban en 2019 con el eslogan: “Las mujeres del rural también queremos ir al bar”. Porque los bares han sido tradicionalmente espacios de exclusión en términos de género u orientación sexual.

En el mundo rural se encuentran muchas iniciativas para recuperar los bares de pueblo: alquileres sociales, el pago de la vivienda a los encargados, o de los gastos de luz y agua, o la autogestión del establecimiento por los propios vecinos. Prácticas propias del do it yourself que hacen que el autor las llame «punkismos rurales“. Su propuesta, que cabe en el BOE, como pide el premio que ha ganado, es una Ley de Casas Públicas Rurales (por cierto, la palabra pub, recuerda, viene de public houses, casas públicas).
Las Casas Públicas Rurales
Esta iniciativa contemplaría la creación de establecimientos públicos estatales a medio camino entre el bar de pueblo y el centro cultural, que sirvan como lugar de socialización y para la redistribución de recursos materiales, informativos o comunicativos, con especial reconocimiento a mujeres y minorías étnicas o sexuales, donde se garantice el derecho de aparición y expresión.
Hablando en plata: un lugar donde la gente de todo tipo pueda encontrarse para convivir y hacer cosas. Un lugar en el que se materialice el “derecho al pueblo”. “Decisiones alimentarias y políticas, planes de actividades, reencuentros y comercio de cercanía. Redes de cuidado, intercambio y decisión. Gente sola que está acompañada”, abunda. Lo mismo se bebe y se toman tapas, que se intercambian verduras, se juega al mus o se celebra un club de lectura. Se podría aplicar en las localidades de menos de 250 habitantes. Según el INE hay 1.374 en España con menos de 101 habitantes.

Curiosamente, muchos discursos mainstream sobre los bares (los de marcas de cerveza como Mahou o de políticas como Isabel Díaz Ayuso, que cifró la “libertad”en unas cañas) apuntan a un bar tradicional y comunitario que precisamente está siendo destruido. “Nos están desnortando con ese brillibrilli castizo que no es real: al final, en muchos barrios, son los kebabs los que están funcionando como los bares de toda la vida. Pero soy optimista: siempre hay gente buscando alternativas. Y la vida se abre paso”.
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