Viaje a la Siberia extremeña en busca del grupo de rock del momento, Sanguijuelas del Guadiana

El miembro más calavera de Sanguijuelas del Guadiana, Juan, está contando el motivo por el que luce una cicatriz que le cruza parte de la frente y se pierde por un cuero cabelludo del que cuelgan algunas rastas. Sus otros dos compañeros de grupo han escuchado la historia mil veces, pero no dejan de partirse de risa en los cinco minutos largos de relato. El percance contiene mucho detalle, pero en esencia pasó esto: fiestas en Talarrubias (Badajoz), toda la noche de juerga y llega la hora de la vaquilla. Juan, botella de whisky en ristre, ve acercarse el animal y sale corriendo como alma que lleva el diablo. La vaquilla, perezosa, se detiene, pero él sigue acelerando, sin mirar atrás. Tropieza (se veía venir) y… catacrack, su cabeza se estampa contra una tarima de madera que se coloca en la plaza para que la gente se suba y evite al animal. La cabeza se le abre. La cosa es seria. No hay tiempo para llevarlo al hospital más cercano, a varios kilómetros de allí. En la enfermería de la plaza le cosen. 30 puntos de sutura. “Salí volando y al impactar me quedé inconsciente. Cuando me empezaron a coser, gritaba: ‘No me rapéis el pelo, por favor”, concluye, entre risas.

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 Tres veinteañeros de Casas de Don Pedro, un pueblo de Badajoz de 1.300 habitantes, ponen banda sonora a la resistencia rural con influencias de Extremoduro, Los Chunguitos, Daft Punk o Dellafuente  

El miembro más calavera de Sanguijuelas del Guadiana, Juan, está contando el motivo por el que luce una cicatriz que le cruza parte de la frente y se pierde por un cuero cabelludo del que cuelgan algunas rastas. Sus otros dos compañeros de grupo han escuchado la historia mil veces, pero no dejan de partirse de risa en los cinco minutos largos de relato. El percance contiene mucho detalle, pero en esencia pasó esto: fiestas en Talarrubias (Badajoz), toda la noche de juerga y llega la hora de la vaquilla. Juan, botella de whisky en ristre, ve acercarse el animal y sale corriendo como alma que lleva el diablo. La vaquilla, perezosa, se detiene, pero él sigue acelerando, sin mirar atrás. Tropieza (se veía venir) y… catacrack, su cabeza se estampa contra una tarima de madera que se coloca en la plaza para que la gente se suba y evite al animal. La cabeza se le abre. La cosa es seria. No hay tiempo para llevarlo al hospital más cercano, a varios kilómetros de allí. En la enfermería de la plaza le cosen. 30 puntos de sutura. “Salí volando y al impactar me quedé inconsciente. Cuando me empezaron a coser, gritaba: ‘No me rapéis el pelo, por favor”, concluye, entre risas.

Mientras gesticula, una cruz dorada se mueve en la cadena de su cuello. Sin pretenderlo, en estos cinco minutos Juan ha dibujado parte del ecosistema donde surge el grupo revelación del momento, Sanguijuelas del Guadiana: las jaraneras fiestas de los pueblos pequeños y la cruz que le regalaron el día de su comunión. “Porque aquí todos estamos bautizados, hacemos incluso la confirmación. Aunque no quieras, vas a misa todos los domingos hasta que cumples los 14 porque si no nuestra madre se lleva un disgusto que no veas. Así es el pueblo”, apostilla, y se encoge de hombros.

El trío posa, el 19 de junio, en una de las calles de Casas de Don Pedro, en el coche que sale en la portada (igual a la que luce detrás de ellos) de su primer disco, 'Revolá'.

Son las 13.00 en uno de los 10 bares (“hace unos años había 20”) de un pueblo de 1.300 habitantes llamado Casas de Don Pedro (Badajoz). Las calles arden a 38 grados en un mes de junio achicharrante. Nadie se atreve a permanecer mucho tiempo fuera: de casa al bar, y de vuelta a casa, en busca del aire acondicionado. En este municipio extremeño nacieron y se criaron Juan Grande (26 años, guitarra y teclados), el de la cicatriz; Víctor Arroba (24 años, bajo y teclados) y Carlos Canelada (22 años, voz, guitarra y principal compositor). Estos tres jóvenes protagonizan, al frente de Sanguijuelas del Guadiana, una historia que va más allá de la música y que habla de resistencia rural y conexión vital y creativa desde la raíz. El disco de debut del trío cuenta un relato cronológico que en realidad es el viaje trascendental de estos chavales del pueblo a la ciudad, y de regreso al pueblo. Un periplo que recuerda al de muchos españoles después del trauma de la pandemia. Pero lo singular en ellos es que lo han realizado en la veintena y que han puesto una banda sonora brillante. Es el grupo joven español de pop y rock del momento, solicitados por los festivales, con críticas excelentes de su primer disco y camino de los 100 conciertos en 12 meses. Su caso recuerda a lo que vivieron hace justo un año Alcalá Norte.

Juan, Víctor y Carlos son hoy héroes en Casas de Don Pedro, situado en la llamada Siberia extremeña, un apelativo con un origen que admite varias versiones. La que ofrece el grupo parece la más aceptada: “La zona tiene paralelismos con la Siberia de Rusia: despoblada, climatología extrema, con pocos recursos, alejada de todo, con dificultad para llegar en transporte. Pertenecemos a la provincia de Badajoz, pero Badajoz ciudad está a 150 kilómetros. Solo existe un autobús que nos lleva allí y para en todos los pueblos. Tarda en llegar cuatro horas, casi tanto como el bus que va a Madrid”.

Juan y Carlos, en el concierto de Sanguijuelas del Guadiana el pasado mayo en el festival Womad de Cáceres. Detrás, el batería que les acompaña en la gira, Manu Oliva.

Revolá (editado en mayo de 2025), que así se titula el primer álbum del trío, contiene tres partes: Jaribe, un término coloquial que se utiliza en la zona para describir a una persona traviesa, difícil de controlar, “como nos hemos criado nosotros en el pueblo: asalvajados, en libertad”; Barrunte, de barruntar, “cuando eres adolescente y empiezas a ser consciente de que vas a tener que abandonar el pueblo para desarrollarte profesionalmente”; De vuelta a las capitales, “el momento en el que te mudas a una ciudad grande para buscarte la vida y regresas cada lunes después de pasar el fin de semana en el pueblo”. Por este proceso han pasado ellos. Después del barrunte, los tres se inclinaron por mudarse para estudiar: Víctor se matriculó en ADE (Administración y Dirección de Empresas) en Cáceres, y Juan y Carlos se decantaron por Producción Audiovisual y Musical en Madrid. “Vivía por Avenida de América en una habitación donde no cabía casi ni una persona: enana y con las paredes llenas de porquería”, narra Carlos sobre su experiencia madrileña. “Entré pensando que era una habitación de piso compartido y que tenía compañeros. Pero allí se alquilaban las habitaciones hasta por horas. Entraba uno, salía otro… cada día gente distinta. Creo que vivía en un puti-club. Pagaba 500 euros, que por ese dinero tengo aquí la casa de la alcaldesa [risas]. Y encima te deja la nevera llena”.

Reconocen que también disfrutaron de la capital, sobre todo de la noche. “Como la casa era un asco estábamos todo el día en la calle”. Pasados cuatro años y justo cuando a Juan y a Carlos les ofrecieron una relación laboral (de técnicos en RTVE), se sentaron un día en un bar, hablaron y tomaron la decisión. “En Madrid el alquiler del local de ensayo era carísimo; tardas una hora para ir a cualquier sitio; llegas a casa, te pones con la guitarra y te regaña el vecino por el ruido… En el pueblo tienes tranquilidad, libertad de movimientos… La capital nos parecía caos y locura, mil cosas pasando a la vez y a toda velocidad. Es un choque muy fuerte para tres chicos de un pueblo pequeño. La primera vez que estuvimos en Madrid era: ‘Hostia puta, esto qué es”. Y continúan: “Era como: me lo estoy pasando muy bien, pero aparte de eso, qué… Porque sabíamos que queríamos hacer música, pero no la hacíamos. Madrid estaba apartándonos de poder componer juntos. Emocionalmente necesitábamos estar en el pueblo para crear”.

El grupo saludando al público al final de su concierto en Womad Cáceres de este año.

El local de ensayo de Sanguijuelas en Casas de Don Pedro es la antigua discoteca del pueblo, La Nota, que cerró hace tres años por falta de clientela. Se encuentra justo en frente de la iglesia, esa a la que acudieron cada domingo hasta los 14 años. Al entrar en La Nota, una especie de cueva, surge un olor pastoso a mezcla de alcohol con tabaco. El local es espacioso, con dos barras, escaleras… Un lujo para cualquier banda de Madrid, Barcelona o Valencia. El trío paga solo 180 euros al mes. Los vídeos de sus canciones los han grabado en el pueblo, con tractores prestados y atrezo de aquí y allá. Consiste en una apuesta colectiva de una zona rural organizada con un precio barato que no se consigue en la ciudad.

Pieza clave en la proyección del trío es Jorge González, componente de Vetusta Morla y responsable de la discográfica Infarto Records, donde graba el trío. “Creo que desde los dos mil vivíamos una crisis de identidad en el rock español”, cuenta González unos días más tarde. “Después de Extremoduro, Platero y Tú, Marea… No veía nada. Yo buscaba gente joven que fuese en esa línea. Me pasaron una maqueta de Sanguijuelas y pensé: ‘Joer, esto va mucho más allá de lo que yo buscaba”. Efectivamente: los extremeños no solo se quedan en esas referencias rockeras, también se encuentran en sus canciones pinceladas de Estopa, Los Chunguitos, Tame Impala, Dellafuente, Daft Punk, flamenco antiguo, sonidos electrónicos maquineros o autotune. “Y las letras, que para mí son casi lo más importante”, apunta González, que también ejerce de manager del trío.

Carlos se encarga del mayor porcentaje de textos, además de cantarlos. Reconoce, con vergüenza, que no ha leído un libro en su vida (recordemos: 22 años). “Lo intento, pero no puedo. Me regalaron la novela de Robe Iniesta [El viaje íntimo de la locura] y seguro que es muy buena, pero no pasé de las primeras páginas. Me cuesta concentrarme”. A pesar de su escasez lectora las letras que escribe Carlos poseen una mágica capacidad de describir escenas y situaciones. “Pasan los años deprisa y la prisa va secando las flores, que a veces el tiempo no avisa, ya casi siempre somos menos en los bares”, canta en Septiembre, una de las mejores canciones de Revolá. “Escucho mucho flamenco y me baso para escribir en ese imaginario, sobre todo por la sonoridad de las palabras. La concisión me interesa: decir con una palabra muchas cosas. Busco palabras que te lleven a sitios. Se me viene una palabra a la cabeza y a partir de ahí me imagino la situación en la que quiero ambientar la escena. No tengo conocimiento de escribir ni en prosa ni en poesía. Sale lo que siento, tal cual”, explica con desparpajo.

Sanguijuelas no idealiza la vida de un pueblo que vive de la agricultura y la ganadería. Este es su diagnóstico: “Los inviernos son lo peor del mundo. Sales a la calle y no ves ni a los gatos. La gente que no tiene nada que hacer en el pueblo mal acaba. Se te come la desidia”. Tampoco vende el paraíso la concejala de Cultura (PSOE) de Casas de Don Pedro, Celia Ponce, de edad parecida (24 años): “Es complicado vivir aquí, sobre todo para los jóvenes. Yo misma tuve que irme a Cáceres a estudiar [Criminología]. Volví y ahora intentamos ofertar ocio y cultura para retener a los jóvenes”. De los 1.300 censados, Ponce calcula que habrá unos 300 menores de 30 años. La concejala analiza el éxito del trío: “Han puesto al pueblo en el mapa. El otro día estuve en Cáceres, alguien me preguntó de dónde era, y me respondieron: ‘Anda, de allí son Sanguijuelas’. Yo iba a la misma clase de Víctor. Y ahora míralos. En el disco han realizado un relato de lo que vivimos los jóvenes en un entorno rural. Pero no solo de Casas de San Pedro: de cualquier pueblo pequeño de España”.

Son las 18, y las aceras del pueblo siguen ardiendo. Juan, Carlos y Víctor van camino del siguiente bar. Mañana es viernes y tienen que coger la furgoneta para afrontar otro fin de semana de conciertos. La escena de ellos tres caminando por un terreno que conocen tan bien la puede poner su canción La brecha, donde dicen: “No hay calle del pueblo que se quede sin pisar”.

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