Víctima de abusos en una iglesia evangélica: «Denuncié cuando supe que no era el único»

Aunque la iglesia Samaria estaba inscrita en la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (Ferede), las prácticas que detallan sus antiguos feligreses guardan mayor similitud con las de un grupo coercitivo que con las de cualquier confesión. Quien fuera uno de ellos, Josué , ha necesitado ocho años de terapia para alzar la voz y denunciar los malos tratos psicológicos y los abusos sexuales que sufrió, siendo menor, en el seno de la congregación, con sede en Tarrasa (Barcelona), que ahora investiga el Juzgado de Instrucción 4 de la ciudad. « D enuncié cuando supe que no era el único », explica a ABC el joven de 28 años. Nació en el seno de esta comunidad, a la que ya pertenecían sus padres y raro era el fin de semana que no acudían a su iglesia, ubicada en una nave industrial, en la carretera de Montcada. «Pasaba allí desde el sábado hasta el domingo por la noche. Era toda mi realidad y mi entorno », recuerda ahora, para apuntar que el pastor les transmitía que todo lo que sucedía fuera de su iglesia era negativo. «Si bebías alcohol, irías al infierno. Si hablabas con gente que no era cristiana; al infierno. Pero no la concepción de infierno que te imaginas. Desde los tres, cuatro años, nos proyectaban en el comedor unos vídeos de siete feligreses que caían precipitadamente en unas catacumbas, tras abrirse el suelo. Todo era fuego y gritos. Eso se nos proyectaba continuamente». Unas imágenes que se complementaban con los sermones del pastor. « Continuamente te decía que todo lo que hacías estaba mal , y que acabarías allí. Como si no dabas la ofrenda», ilustra Josué. Era la única realidad que conocía. Y es que la iglesia Samaria contaba con integrantes, en su mayoría, con pocos recursos, que encontraban en sus instalaciones la esperanza de mejorar su situación. Albergaba, entre otros, un comedor social, y algunos de sus miembros podían vivir en sus instalaciones. A cambio, la comunidad tenía que abonar el 10 por ciento de sus ganancias, para participar activamente en su mantenimiento.Los padres de Josué trabajaban en sus cocinas. Fue así como el joven, contando con apenas 8 años, comenzó a sufrir abusos por parte de otro integrante de la congregación, de 16. «Cuando yo iba con ellos, la iglesia estaba prácticamente vacía, y él aprovechaba para llevarme a un rincón apartado y abusar de mí . Fue algo progresivo, de tocamientos a agresiones mucho más graves», recuerda ahora la víctima. Fue así hasta que tuvo unos 12 años, cuando «no me dijo nada, pero simplemente dejó de abusar sexualmente de mí. No me dio ninguna explicación y yo seguí con mi vida y no se lo conté a nadie». Pasados unos años, encarada ya la adolescencia, Josué empezó a sufrir trastornos de la conducta alimentaria. «No sólo lo pasaba mal en la iglesia, sino que sufrí ‘bullying’ desde Primaria hasta la ESO. No era como cualquier otro niño, sino que pensaba que en la escuela no podía conectar con nadie porque, tal y como te dice el pastor, tus compañeros son malos porque no creen en Dios. Yo estaba aislado», indica el joven que, aún a día de hoy, tiene pensamientos recurrentes sobre si podrá ser ‘castigado’ por su conducta. De su vulnerabilidad se aprovechó el profesor de baile de la congregación. «Cuando salíamos de clase, me llevaba a una habitación donde estábamos solos, me hacía mirarme a un espejo y me decía: ‘Tu cuerpo está bien, no estás gordo’, intentando hacer de psicólogo», relata Josué. Después intentó abusar de él, pero el joven, entonces menor, marcó «el límite». Tras ello, comenzó a acosarlo por redes sociales, hasta que lo amenazó y, finalmente, paró.Josué, que ahora trabaja como enfermero, tras la entrevista con ABC INÉS BAUCELLSJosué no podía más y acabó por decirle a su madre que quería abandonar la comunidad evangélica . Pero no le explicó que había sido víctima de agresiones sexuales. «Le conté que era homosexual y que quería salir de la iglesia». La progenitora, «desesperada», concertó una cita con el pastor de Samaria. « Aproveché para explicarle lo que me habían hecho estos dos hombres, con nombres y apellidos y directamente me culpó a mí por ser homosexual », rememora Josué. Le pidió que expulsase de la congregación a sus agresores, y su máximo responsable así se lo prometió, pero «nunca lo hizo, continuaron en la iglesia hasta que cerró en 2022». Romper el silencioFue precisamente ese año cuando la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España tuvo «conocimiento de las primeras acusaciones» que señalaban a la iglesia Samaria por presuntos abusos sexuales a menores , según ellos mismos han reconocido en un comunicado.«Expliqué al pastor lo que me habían hecho estos dos hombres y me culpó a mí por ser homosexual»Al saberlo, retiraron su acreditación al pastor, que tuvo que dejar de ejercer y se dio de baja a la iglesia como miembro de la federación. Josué siguió en silencio hasta que, a través de redes sociales, leyó que otro joven había sufrido abusos en su seno y así, este enero, formalizó su denuncia junto a otro afectado. Gracias a su testimonio, son ya muchos otros los que se ha puesto en contacto con Vosseler Abogados, despacho que lleva su caso, aunque por el momento, no todos están preparados para llevarlo ante la Justicia, precisa la letrada Mónica Santiago. «Piensa que aún hay mucha gente que tiene miedo de ir contra lo que ha sido toda su vida e incluso su familia. Es algo que afecta hasta a tres generaciones», indica. Noticia Relacionada estandar No Agresiones sexuales y vejaciones: amplían una denuncia contra una iglesia evangélica de Tarrasa Los feligreses también refieren un delito de daños a la integridad moral en un «un clima de angustia y miedo»«Hay gente que está abriendo ahora la caja de Pandora y dice: ‘He estado viviendo 20 años en una secta’. Era una cosa tan integrada que era muy difícil salir de allí. Una víctima está manipulada , está atrapada en esta situación», apunta Josué, que reprocha: «Me sorprende que durante tres generaciones hayan ido hasta 1.000 personas cada fin de semana a un local tan grande de Tarrasa y que ninguna entidad pública haya visto nunca las consecuencias de lo que allí pasaba». Ahora, que dice ser «más feliz que nunca», habiéndose sacado un peso de encima, su motivación es ayudar a otros a romper el silencio . Aunque la iglesia Samaria estaba inscrita en la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (Ferede), las prácticas que detallan sus antiguos feligreses guardan mayor similitud con las de un grupo coercitivo que con las de cualquier confesión. Quien fuera uno de ellos, Josué , ha necesitado ocho años de terapia para alzar la voz y denunciar los malos tratos psicológicos y los abusos sexuales que sufrió, siendo menor, en el seno de la congregación, con sede en Tarrasa (Barcelona), que ahora investiga el Juzgado de Instrucción 4 de la ciudad. « D enuncié cuando supe que no era el único », explica a ABC el joven de 28 años. Nació en el seno de esta comunidad, a la que ya pertenecían sus padres y raro era el fin de semana que no acudían a su iglesia, ubicada en una nave industrial, en la carretera de Montcada. «Pasaba allí desde el sábado hasta el domingo por la noche. Era toda mi realidad y mi entorno », recuerda ahora, para apuntar que el pastor les transmitía que todo lo que sucedía fuera de su iglesia era negativo. «Si bebías alcohol, irías al infierno. Si hablabas con gente que no era cristiana; al infierno. Pero no la concepción de infierno que te imaginas. Desde los tres, cuatro años, nos proyectaban en el comedor unos vídeos de siete feligreses que caían precipitadamente en unas catacumbas, tras abrirse el suelo. Todo era fuego y gritos. Eso se nos proyectaba continuamente». Unas imágenes que se complementaban con los sermones del pastor. « Continuamente te decía que todo lo que hacías estaba mal , y que acabarías allí. Como si no dabas la ofrenda», ilustra Josué. Era la única realidad que conocía. Y es que la iglesia Samaria contaba con integrantes, en su mayoría, con pocos recursos, que encontraban en sus instalaciones la esperanza de mejorar su situación. Albergaba, entre otros, un comedor social, y algunos de sus miembros podían vivir en sus instalaciones. A cambio, la comunidad tenía que abonar el 10 por ciento de sus ganancias, para participar activamente en su mantenimiento.Los padres de Josué trabajaban en sus cocinas. Fue así como el joven, contando con apenas 8 años, comenzó a sufrir abusos por parte de otro integrante de la congregación, de 16. «Cuando yo iba con ellos, la iglesia estaba prácticamente vacía, y él aprovechaba para llevarme a un rincón apartado y abusar de mí . Fue algo progresivo, de tocamientos a agresiones mucho más graves», recuerda ahora la víctima. Fue así hasta que tuvo unos 12 años, cuando «no me dijo nada, pero simplemente dejó de abusar sexualmente de mí. No me dio ninguna explicación y yo seguí con mi vida y no se lo conté a nadie». Pasados unos años, encarada ya la adolescencia, Josué empezó a sufrir trastornos de la conducta alimentaria. «No sólo lo pasaba mal en la iglesia, sino que sufrí ‘bullying’ desde Primaria hasta la ESO. No era como cualquier otro niño, sino que pensaba que en la escuela no podía conectar con nadie porque, tal y como te dice el pastor, tus compañeros son malos porque no creen en Dios. Yo estaba aislado», indica el joven que, aún a día de hoy, tiene pensamientos recurrentes sobre si podrá ser ‘castigado’ por su conducta. De su vulnerabilidad se aprovechó el profesor de baile de la congregación. «Cuando salíamos de clase, me llevaba a una habitación donde estábamos solos, me hacía mirarme a un espejo y me decía: ‘Tu cuerpo está bien, no estás gordo’, intentando hacer de psicólogo», relata Josué. Después intentó abusar de él, pero el joven, entonces menor, marcó «el límite». Tras ello, comenzó a acosarlo por redes sociales, hasta que lo amenazó y, finalmente, paró.Josué, que ahora trabaja como enfermero, tras la entrevista con ABC INÉS BAUCELLSJosué no podía más y acabó por decirle a su madre que quería abandonar la comunidad evangélica . Pero no le explicó que había sido víctima de agresiones sexuales. «Le conté que era homosexual y que quería salir de la iglesia». La progenitora, «desesperada», concertó una cita con el pastor de Samaria. « Aproveché para explicarle lo que me habían hecho estos dos hombres, con nombres y apellidos y directamente me culpó a mí por ser homosexual », rememora Josué. Le pidió que expulsase de la congregación a sus agresores, y su máximo responsable así se lo prometió, pero «nunca lo hizo, continuaron en la iglesia hasta que cerró en 2022». Romper el silencioFue precisamente ese año cuando la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España tuvo «conocimiento de las primeras acusaciones» que señalaban a la iglesia Samaria por presuntos abusos sexuales a menores , según ellos mismos han reconocido en un comunicado.«Expliqué al pastor lo que me habían hecho estos dos hombres y me culpó a mí por ser homosexual»Al saberlo, retiraron su acreditación al pastor, que tuvo que dejar de ejercer y se dio de baja a la iglesia como miembro de la federación. Josué siguió en silencio hasta que, a través de redes sociales, leyó que otro joven había sufrido abusos en su seno y así, este enero, formalizó su denuncia junto a otro afectado. Gracias a su testimonio, son ya muchos otros los que se ha puesto en contacto con Vosseler Abogados, despacho que lleva su caso, aunque por el momento, no todos están preparados para llevarlo ante la Justicia, precisa la letrada Mónica Santiago. «Piensa que aún hay mucha gente que tiene miedo de ir contra lo que ha sido toda su vida e incluso su familia. Es algo que afecta hasta a tres generaciones», indica. Noticia Relacionada estandar No Agresiones sexuales y vejaciones: amplían una denuncia contra una iglesia evangélica de Tarrasa Los feligreses también refieren un delito de daños a la integridad moral en un «un clima de angustia y miedo»«Hay gente que está abriendo ahora la caja de Pandora y dice: ‘He estado viviendo 20 años en una secta’. Era una cosa tan integrada que era muy difícil salir de allí. Una víctima está manipulada , está atrapada en esta situación», apunta Josué, que reprocha: «Me sorprende que durante tres generaciones hayan ido hasta 1.000 personas cada fin de semana a un local tan grande de Tarrasa y que ninguna entidad pública haya visto nunca las consecuencias de lo que allí pasaba». Ahora, que dice ser «más feliz que nunca», habiéndose sacado un peso de encima, su motivación es ayudar a otros a romper el silencio .  

Aunque la iglesia Samaria estaba inscrita en la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (Ferede), las prácticas que detallan sus antiguos feligreses guardan mayor similitud con las de un grupo coercitivo que con las de cualquier confesión. Quien fuera uno de … ellos, Josué, ha necesitado ocho años de terapia para alzar la voz y denunciar los malos tratos psicológicos y los abusos sexuales que sufrió, siendo menor, en el seno de la congregación, con sede en Tarrasa (Barcelona), que ahora investiga el Juzgado de Instrucción 4 de la ciudad. «Denuncié cuando supe que no era el único», explica a ABC el joven de 28 años.

Nació en el seno de esta comunidad, a la que ya pertenecían sus padres y raro era el fin de semana que no acudían a su iglesia, ubicada en una nave industrial, en la carretera de Montcada. «Pasaba allí desde el sábado hasta el domingo por la noche. Era toda mi realidad y mi entorno», recuerda ahora, para apuntar que el pastor les transmitía que todo lo que sucedía fuera de su iglesia era negativo. «Si bebías alcohol, irías al infierno. Si hablabas con gente que no era cristiana; al infierno. Pero no la concepción de infierno que te imaginas. Desde los tres, cuatro años, nos proyectaban en el comedor unos vídeos de siete feligreses que caían precipitadamente en unas catacumbas, tras abrirse el suelo. Todo era fuego y gritos. Eso se nos proyectaba continuamente».

Unas imágenes que se complementaban con los sermones del pastor. «Continuamente te decía que todo lo que hacías estaba mal, y que acabarías allí. Como si no dabas la ofrenda», ilustra Josué. Era la única realidad que conocía. Y es que la iglesia Samaria contaba con integrantes, en su mayoría, con pocos recursos, que encontraban en sus instalaciones la esperanza de mejorar su situación. Albergaba, entre otros, un comedor social, y algunos de sus miembros podían vivir en sus instalaciones. A cambio, la comunidad tenía que abonar el 10 por ciento de sus ganancias, para participar activamente en su mantenimiento.

Los padres de Josué trabajaban en sus cocinas. Fue así como el joven, contando con apenas 8 años, comenzó a sufrir abusos por parte de otro integrante de la congregación, de 16. «Cuando yo iba con ellos, la iglesia estaba prácticamente vacía, y él aprovechaba para llevarme a un rincón apartado y abusar de mí. Fue algo progresivo, de tocamientos a agresiones mucho más graves», recuerda ahora la víctima.

Fue así hasta que tuvo unos 12 años, cuando «no me dijo nada, pero simplemente dejó de abusar sexualmente de mí. No me dio ninguna explicación y yo seguí con mi vida y no se lo conté a nadie». Pasados unos años, encarada ya la adolescencia, Josué empezó a sufrir trastornos de la conducta alimentaria.

«No sólo lo pasaba mal en la iglesia, sino que sufrí ‘bullying’ desde Primaria hasta la ESO. No era como cualquier otro niño, sino que pensaba que en la escuela no podía conectar con nadie porque, tal y como te dice el pastor, tus compañeros son malos porque no creen en Dios. Yo estaba aislado», indica el joven que, aún a día de hoy, tiene pensamientos recurrentes sobre si podrá ser ‘castigado’ por su conducta.

De su vulnerabilidad se aprovechó el profesor de baile de la congregación. «Cuando salíamos de clase, me llevaba a una habitación donde estábamos solos, me hacía mirarme a un espejo y me decía: ‘Tu cuerpo está bien, no estás gordo’, intentando hacer de psicólogo», relata Josué. Después intentó abusar de él, pero el joven, entonces menor, marcó «el límite». Tras ello, comenzó a acosarlo por redes sociales, hasta que lo amenazó y, finalmente, paró.

Josué, que ahora trabaja como enfermero, tras la entrevista con ABC
INÉS BAUCELLS

Josué no podía más y acabó por decirle a su madre que quería abandonar la comunidad evangélica. Pero no le explicó que había sido víctima de agresiones sexuales. «Le conté que era homosexual y que quería salir de la iglesia». La progenitora, «desesperada», concertó una cita con el pastor de Samaria. «Aproveché para explicarle lo que me habían hecho estos dos hombres, con nombres y apellidos y directamente me culpó a mí por ser homosexual», rememora Josué. Le pidió que expulsase de la congregación a sus agresores, y su máximo responsable así se lo prometió, pero «nunca lo hizo, continuaron en la iglesia hasta que cerró en 2022».

Romper el silencio

Fue precisamente ese año cuando la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España tuvo «conocimiento de las primeras acusaciones» que señalaban a la iglesia Samaria por presuntos abusos sexuales a menores, según ellos mismos han reconocido en un comunicado.

«Expliqué al pastor lo que me habían hecho estos dos hombres y me culpó a mí por ser homosexual»

Al saberlo, retiraron su acreditación al pastor, que tuvo que dejar de ejercer y se dio de baja a la iglesia como miembro de la federación. Josué siguió en silencio hasta que, a través de redes sociales, leyó que otro joven había sufrido abusos en su seno y así, este enero, formalizó su denuncia junto a otro afectado. Gracias a su testimonio, son ya muchos otros los que se ha puesto en contacto con Vosseler Abogados, despacho que lleva su caso, aunque por el momento, no todos están preparados para llevarlo ante la Justicia, precisa la letrada Mónica Santiago. «Piensa que aún hay mucha gente que tiene miedo de ir contra lo que ha sido toda su vida e incluso su familia. Es algo que afecta hasta a tres generaciones», indica.

«Hay gente que está abriendo ahora la caja de Pandora y dice: ‘He estado viviendo 20 años en una secta’. Era una cosa tan integrada que era muy difícil salir de allí. Una víctima está manipulada, está atrapada en esta situación», apunta Josué, que reprocha: «Me sorprende que durante tres generaciones hayan ido hasta 1.000 personas cada fin de semana a un local tan grande de Tarrasa y que ninguna entidad pública haya visto nunca las consecuencias de lo que allí pasaba».

Ahora, que dice ser «más feliz que nunca», habiéndose sacado un peso de encima, su motivación es ayudar a otros a romper el silencio.

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