El agua del mar Mediterráneo arde: de Málaga a Sicilia supera los 28 grados, con anomalías térmicas por encima de los 5. En algunos puntos es todavía peor: el 30 de junio, la boya de Dragonera (Baleares) marcó 30,55 ºC. “Son temperaturas de mares tropicales; si seguimos así, no sé qué va a pasar en agosto”, resume Joaquim Garrabou, investigador del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC). Esta tropicalización genera graves consecuencias: se multiplican las noches tórridas y disminuye la brisa marina, lo que afecta a la salud de quienes viven en la costa, se genera combustible para eventos climáticos extremos —como danas o granizo— y llegan especies invasoras como los peces conejo o león, que devoran las algas y a los peces autóctonos, respectivamente.
La ola de calor marina marca temperaturas de récord dos meses antes de lo habitual y afecta a la salud de quienes viven en las costas españolas
El agua del mar Mediterráneo arde: de Málaga a Sicilia supera los 28 grados, con anomalías térmicas por encima de los 5. En algunos puntos es todavía peor: el 30 de junio, la boya de Dragonera (Baleares) marcó 30,55 ºC. “Son temperaturas de mares tropicales; si seguimos así, no sé qué va a pasar en agosto”, resume Joaquim Garrabou, investigador del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC). Esta tropicalización genera graves consecuencias: se multiplican las noches tórridas y disminuye la brisa marina, lo que afecta a la salud de quienes viven en la costa, se genera combustible para eventos climáticos extremos —como danas o granizo— y llegan especies invasoras como los peces conejo o león, que devoran las algas y a los peces autóctonos, respectivamente.
“Observamos una anomalía excepcional sin precedentes en la mitad occidental del mar por encima de los 28 ºC. Pero los valores extremos ya forman parte de la normalidad”, dice Dominic Royé, de la Fundación para la Investigación del Clima (FiClima). Esas anomalías se comparan con el promedio de 1991-2020. Lo confirma Justino Martínez, también del ICM-CSIC: “La anomalía térmica es de 2,81 grados de promedio en todo el Mediterráneo, pero en Baleares hay hasta 7 grados”. Es una de las consecuencias del cambio climático impulsado por la quema de combustibles fósiles.
José Ángel Núñez, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), añade: “Todas las boyas de Puertos del Estado —como la de Dragonera— han superado estos días los máximos históricos en Girona, Barcelona, Tarragona, Valencia, Cabo de Palos, Menorca… Y los análisis del servicio europeo Copernicus muestran que el Mediterráneo está en máximos históricos, sobre todo la zona entre Baleares y las costas valenciana y catalana”.
Lo mismo muestra la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de EE UU (NOAA), en cuyo mapa la zona balear muestra un rojo intensísimo. Samira Khodayar, de la Fundación Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM), explica: “El conjunto del mar ha superado los 26 grados, más de 2 por encima de la media de esta época. Y no es algo puntual, sino que ha ocurrido en los dos últimos años, lo que demuestra que vivimos un aceleramiento progresivo de las marcas. En las costas españolas es todavía mayor. Además, estas temperaturas tan extremas suelen ocurrir en agosto, con lo que es probable que sigan subiendo este verano”.
La experta señala que este mar “se calienta entre dos y tres veces más rápido que el resto, porque es un mar cerrado, con incidencia continua de radiación solar, y sin intercambio con otros océanos, y nos lleva a que cada vez se asemeje más a los mares del trópico”. Esto tiene graves consecuencias. “En los años 50, las noches tropicales, donde las mínimas no bajan de 20 grados, eran 10 o 20 días al año, y ahora son 100; las tórridas, con mínimas por encima de los 25, también aumentan”.

Royé, de FiClima, señala que empiezan a ocurrir también noches infernales, con mínimas que no bajan de 30: “Existe evidencia de aumento de riesgos de mortalidad cuando se produce un exceso de calor durante las noches y también largas duraciones de este exceso”. Si no se duerme bien, el cuerpo no descansa y la persona se vuelve más vulnerable. Como señala la científica del CEAM, “el cuerpo no tiene tiempo de aclimatarse y recuperarse de las altas temperaturas diurnas, lo que afecta mucho a la salud”.
A eso contribuye también la disminución de las brisas, como explica Núñez (Aemet): “El régimen de brisas se genera por el contraste de temperatura entre el mar y la tierra, pero un mar más cálido hace que haya brisas más débiles. Otros años casi desaparecen a partir de mitad de julio, pero este año está pasando ya. El viento es un factor que proporciona confort térmico, con lo que si disminuye mientras hace tanto calor y hay una humedad altísima, se genera más sensación de bochorno”.
Olas de calor marinas
Otro enorme problema son las olas de calor marinas, que afectan ahora mismo casi al 100% del Mediterráneo. “Es brutal, no hay ningún rincón que se escape, y la superficie afectada por las más extremas está aumentando año tras año”, explica Garambau, del ICM-CSIC. Las olas de calor marinas más severas, que provocan mortalidades masivas en algunos casos, han afectado a más de 90 especies que viven fijas en el sustrato (flora, algas y animales como esponjas o corales). “Son macroespecies, que pueden vivir decenas de años, es como si en el medio terrestre se murieran los encinares o los bosques de abetos, desaparece lo que estructura los hábitats y con ello toda la biodiversidad acompañante”, advierte.
Además, se está produciendo una tropicalización del medio, que hace que las especies se desplacen debido a la temperatura. De forma general, se están produciendo dos grandes movimientos: uno de sur hacia el norte y otra de este a oeste. En el primero, las especies nativas del Mediterráneo, de aguas cálidas, se mueven hacia la zona norte debido a que se está calentando. “Esa llegada de los del sur provoca, a su vez, el desplazamiento de flora y fauna de esas áreas más frías —el golfo de León, el golfo de Génova, el norte del Adriático o el norte del Egeo—”, comenta Garambau.
El pez verde, por ejemplo, muy complicado de ver por la Costa Brava hace 15 años se ha convertido en habitual. Y las morenas, que antes solo se veían en Baleares, están sustituyendo a los congrios en las costas de aguas antes más frías. En el otro movimiento –de este a oeste— llegan las especies tropicales que entran por el canal de Suez, y vienen que del mar Rojo y del Índico. “Hace 100 años, con la temperatura del agua más fría, tenían muchas más dificultades para asentarse”, concreta el científico.
Ahora están como en casa. Las que tienen más éxito, se convierten en invasoras y transforman completamente los ecosistemas. “Por ejemplo, los conocidos como peces conejo tropicales, que están devorando los bosques de algas y dejan las rocas completamente peladas, transformándolas en desiertos submarinos”, señala el experto.
Uno de los ejemplos es el pez león, voraz, territorial y venenoso, que entró por el canal de Suez, y que ha alcanzado las costas de Sicilia y, según un estudio reciente, las costas españolas, en la zona del Estrecho de Gibraltar y el mar de Alborán. “Esperábamos especies del Atlántico, pero viene del otro lado”, explica José Carlos Báez, coautor del estudio del Centro Oceanográfico de Málaga del IEO-CSIC. También han encontrado un tiburón ballena o un mero tropical.
Los cambios en esa zona se ven favorecidos, además del por el calentamiento, por el intenso tráfico marítimo, la actividad turística y por la invasión del alga asiática Rugulopteryx okamurae, que se detectó en Ceuta en 2015 y ahora está presente en todas las comunidades con litoral de España, excepto en Baleares. Khodayar (CEAM) también apunta que las altas temperaturas dañan la posidonia.
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